La única disculpa que podrían invocar los partidos españoles frente a la espantosa vacuidad de sus mensajes en una hora tan comprometida para España es que la campaña todavía no ha empezado. Es obvio, sin embargo, que los partidos nunca se disculpan porque jamás admiten hacer algo mal, lo que constituye casi el único punto en que se atreven a oponerse a la opinión pública que suele pensar lo contrario, que no dan una.
Además, decir que la campaña no ha empezado es bastante absurdo, porque estar en campaña permanente es casi la única actividad conocida de los partidos españoles. De todas maneras, puede que nos reserven alguna sorpresa, como, por ejemplo, ha hecho el PSOE, que ha decidido jugar al escondite con los electores ocultando en sus 110 medidas electorales lo que piensa hacer en relación con Cataluña. Tal vez haya sido una bonita manera de indicar que no piensa hacer nada, una actitud que podríamos considerar como una especialidad de la casa; su otra gran habilidad es, sin duda, hacer lo contrario de lo que han dicho, un deporte en el que Sánchez ha ganado ya todas las medallas imaginables.
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Muchas gracias.
Que no se nos diga nada expresa bien a las claras que los partidos creen que la manía de plantear alternativas y decisiones al electorado puede resultar funesta, que solo podría conducir a que dejemos de votarles, el único asunto que sí les preocupa, y no poco. Nadie puede negar que los partidos piden el voto, es evidente que eso es algo que les interesa mucho, y lo hacen a todas horas. Pero, curiosamente, lo hacen dando a entender que nos piden, en realidad, algo que es suyo, que les debemos, y de ahí su paternal preocupación por lo que llaman el “voto útil”, no vaya a ser que nos despistemos y le demos nuestro voto a alguien a quien no convenga.
El PP ha pasado unos años acostumbrándose a explicaciones bastante mágicas, como todas las del caso Bárcenas, y puede que todavía no hayan recuperado el oremus
Se trata de un tema que los partidos tienen muy trabajado, sobre el que han establecido reglas claras y bastante inequívocas, por ejemplo, que un voto de derechas no puede ir a alguien de otra orientación, o que un voto antifascista tiene la obligación de no quedarse en casa, o que los votantes ya deben saber que en España no hay más que una izquierda moderada y la extrema derecha que trata de engañarnos a todos con palabras mentirosas, como libertad, ley, empleo o zarandajas similares.
A lo más que se arriesgan los partidos cuando se ven en un aprieto es a hablarnos de educación, de sanidad y de pensiones, y sobre esos puntos de tanto interés nos dicen lo esencial, lo que resulta inequívoco, que son cuestiones importantes y que están en riesgo si ganan los malos.
El PSOE que está encantado de conocerse tras sus últimas y muy celebradas zozobras, se atreve siempre a ir un poco más allá, porque es un partido avanzado al que las promesas no se le acaban nunca, y recuerdan lo que decía Umbral, que España vota siempre a los Reyes Magos. Como el PSOE se considera el principal responsable de la excelente salud de que gozan las universidades españolas, ha hecho saber que va a darle otra vuelta de tuerca al sistema para mejorar la satisfacción de los usuarios, por decirlo en el lenguaje del momento, y que va a hacer que las matrículas sean gratuitas; ésta si que es una promesa que puede volver loco a cualquiera, que un bien tan preciado como un título universitario español se ofrezca de modo tan altruista, igualitario y generoso es una muestra inequívoca de la grandeza de ánimo de Sánchez y sus cuates. Pasito a pasito, llegaremos a que las tesis doctorales se puedan fotocopiar sin problema, y no me negarán que Sánchez sabe de lo que habla, ya está bien de discriminaciones y de elitismos que son insoportables. Con universidades gratuitas, y sin plan para Cataluña se puede llegar muy lejos, ya lo verán.
El PP no parece haber encontrado todavía la piedra filosofal y, como en el cuento infantil, ha ido dejando miguitas por el camino para que los suyos no se pierdan, aunque con resultados desconcertantes, desmentidos, relecturas y diversos escolios que, si no aclaran demasiado, sirven para comprobar que estamos ante un partido de amplio espectro. Su mayor empeño parece estar puesto en recuperar el voto perdido, pero a parte de repetirlo a hora y a deshora cabe pensar que no acaban de dar en el clavo: ¡la unidad del centro derecha!, ¡qué viene el lobo!, o ¡que el PP ha vuelto!, son, acaso, los principales argumentos, pero se echa de menos una pizca de picardía al exponerlos.
Tal vez la clave esté en que, en verdad, no alcancen a entender qué ha pasado, y si no lo saben es difícil que puedan ponerle remedio, pero es que el PP ha pasado unos años acostumbrándose a explicaciones bastante mágicas (como todas las del caso Bárcenas), y puede que todavía no hayan recuperado el oremus. A veces dan la sensación de que el problema se ha resuelto con la marcha, por llamarle algo, de Rajoy, pero enseguida sale uno de sus cerebritos (como la catedrática Uriarte) a declarar que don Mariano todo lo hizo bien, y así no hay manera de aclararse, la verdad. El PP quiere ganar las elecciones, y hasta es muy posible que las gane como ya hizo en Andalucía, perdiendo más votos que nunca, que es, sobre poco más o menos, lo que dicen las encuestas, pero un buen amigo que sabe mucho de estas cosas me ha dicho que no me preocupe, que las encuestas siempre se equivocan con el PP, así que no hay que ponerse nerviosos.
La política no está en sus mejores momentos en casi ningún sitio, y basta con mirar a cualquier parte para comprobarlo, que ni Trump, ni May, ni Macron, ni Merkel, ni los podemitas griegos están dejando muy alto el pabellón, debe ser cosa del siglo, pero en España estamos empezando a batir récords ya muy difíciles. Zapatero, por ejemplo, empieza a verse como un estadista de tomo y lomo ante el desprejuiciado regate de Sánchez, y apenas han pasado ocho años desde que nos dejó para dedicarse a contar nubes y a explicarle al mundo los méritos y logros innegables de Maduro.
España merece más de lo que tiene, no cabe duda. Pero es lo que hay, y habrá que elegir lo que sea mejor, o lo que nos parezca menos malo, es una tesitura inescapable, pero sería deseable que quienes aspiran a obtener nuestro voto se esmeren un poco, que se olviden de peleas de barrio bajo, y de apuestas sobre la longitud de su meada, numeritos y cabriolas muy eficaces para excitar a sus forofos, pero que dejan frío al personal con algo más de seso, a ver si consiguen que los electores acabemos siendo un poco más conscientes de por dónde nos aprieta el zapato y logremos votar en consecuencia. Los partidos que piensen que de ese modo arriesgan, no merecen el voto de nadie. Queda un mes, y amenaza con ser largo, pero esperemos que mejore un panorama que ahora se presenta espeso y harto deprimente.
Foto: PP Comunidad de Madrid