Ya están ahí, preparados, los fastos en torno a la figura de Karl Heinrich Marx. Aunque nacido en la ciudad de Tréveris un 5 de mayo de 1818, la vida de este prusiano se fraguó fuera de su tierra natal. Y de los países en los que había sido acogido como expatriado fue también exiliado hasta encontrar de forma duradera la libertad en el Londres “capitalista”, aunque mayor contradicción fue que sin haber sido ni trabajador ni proletario llegara a dirigir los hilos de la Asociación Internacional de los Trabajadores o AIT.

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De sus muchos avatares destaco cómo Marx busca entablar relaciones con el pacifista y anarquista Proudhon. Este francés veía en la evolución, que no en la revolución, las claves para la mejora de la sociedad y le dice: “Mi querido Marx: […] Busquemos juntos, si usted quiere, las leyes de la sociedad, […] pero, ¡por Dios!, después de haber demolido todos los dogmatismos a priori no intentemos también adoctrinar al pueblo, no incurramos en la contradicción de su compatriota Martín Lutero quien, tras haber derrocado la teología católica, se puso enseguida, con grandes dosis de excomuniones y anatemas, a fundar una teología protestante. […] Puesto que nos encontramos a la cabeza de un movimiento, no nos hagamos jefes de una nueva intolerancia, no nos convirtamos en apóstoles de una nueva religión. […] En una palabra, en mi opinión sería una mala política para nosotros el hablar como exterminadores” (Proudhon (17-V-1846), Carta a Karl Marx).

La respuesta a esta carta no tardó en llegar. En el invierno de 1846-1847 Marx escribía La miseria de la filosofía, libelo durísimo contra la figura de Pierre-Joseph Proudhon. Y Marx que en otros momentos había elogiado el ensayo de este líder ¿Qué es la propiedad? pasa ahora a ridiculizarle, a considerarle un traidor de la causa obrera. Por eso compuso, y en francés, La miseria de la filosofía, obra en la que Marx caricaturiza a Proudhon como pequeño burgués.

La belicosidad constituía un rasgo del temperamento de Marx: solía agasajar a personajes contemporáneos con expresiones ásperas y ofensivas

Desde luego, esta forma de proceder era usual en Marx. La belicosidad constituía un rasgo de su temperamento. Y si siendo estudiante universitario era amigo de broncas y duelos, por lo que dice Engels en el prólogo a La crítica del programa de Gotha, Marx solía agasajar a personajes contemporáneos con expresiones ásperas y ofensivas. Así que, antes de iniciar su guerra particular contra Proudhon, Marx en el Manifiesto del Partido Comunista consideraba al pequeño industrial, al pequeño comerciante, a los artesanos, a los labriegos… como “straubingers” o trabajadores de mentalidad estrecha. E igual que los fisiócratas del XVIII hablaron de “clases sociales estériles”, con el mismo odio se dedicaba Marx a ultrajar al subproletariado y hablará, con tono insultante, del proletariado “andrajoso” y de “esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de la sociedad”.

Añadamos que en el segundo Congreso de la AIT, celebrado en Lausana en el año 1867, los proudhonistas condenaron el uso militarista del combate como procedimiento para apoderarse del Estado y de sus instituciones. Sin embargo y a pesar de que el bloque proudhonista hasta la fecha había sido mayoritario en la AIT, en el seno de la Internacional y a través de los Congresos de Bruselas (1868) y Basilea (1869) Marx consiguió relegar los presupuestos pacifistas e imponer un modelo revolucionario de lucha social. Fue fácil, Proudhon había muerto en 1865.

Fue en el Congreso de Lausana de la AIT de 1867 cuando entra en escena Bakunin y, aplaudido, se le admite en las filas de la Internacional. Pero pasan dos años y en el Congreso de Basilea (1869) explotan las tensiones entre el anarquista ruso Bakunin y el comunista Marx. Las disensiones nacían por el modo de dirigirse la AIT. Marx pretendía al estilo robespierrista hacer de la Internacional un órgano de dirección que uniese con mano de hierro a esos espontáneos movimientos obreros que desde “1848” surgieron en Europa.

Además, percibía Bakunin,Marx era tan estatista como los ultraconservadores y antiliberales, con la salvedad, apuntaba Bakunin, de que Marx deseaba instaurar un contra Estado y establecer una dictadura laboral, asunto que no era, por otra parte, sino un secreto a voces. En el Manifiesto del Partido Comunista (1848), y al lado de Engels, Marx había definido el comunismo como una rebelión contra la civilización cuyos objetivos solo podían “alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente”.  Y en una carta a Weydemeyer (5-III-1852) el mismo Marx reconoce que quería “demostrar que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado […y] que esta misma dictadura solo constituye la transición a la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases”.

El español Anselmo Lorenzo, presente en conferenia del Londres de 1871, sacó una impresión pésima de lo que vio en la Internacional

Movido por su culto a la dictadura, Marx no dejará de mostrarse implacable con los antiautoritarios. Y desde el 17 al 23 de septiembre de 1871, tiempo que duró la Conferencia de la Internacional celebrada en Londres, Marx combatirá a Bakunin. El español Anselmo Lorenzo, presente en la citada Conferencia londinense, sacó una impresión pésima de lo que vio en la Internacional. Y en El proletariado militante, memorias de un internacional Lorenzo cuenta lo siguiente: “de la semana empleada en aquella Conferencia guardo triste recuerdo. El efecto causado en mi ánimo fue desastroso: esperaba yo ver grandes pensadores, heroicos defensores del trabajador, entusiastas propagadores de las nuevas ideas, precursores de aquella sociedad transformada por la Revolución en que se practicará la justicia y se disfrutará de la felicidad, y en su lugar hallé graves rencillas y tremendas enemistades entre los que debían estar unidos en una voluntad para alcanzar un mismo fin”. Y añade Lorenzo de manera absolutamente taxativa:puede asegurarse que toda la sustancia de aquella Conferencia se redujo a afirmar el predominio de un hombre allí presente, Carlos Marx, contra el que se supuso pretendía ejercer otro, Miguel Bakounine, ausente”.

Entretanto, la sección reformista del Consejo Federal británico se negó a reconocer los acuerdos de La Haya y promueve junto al bloque bakuninista una campaña contra Marx y contra el Consejo General de la AIT, que había expulsado de la AIT a Bakunin y al grupo anarquista español.

No importa que aplastara a sus enemigos y con éxito. Marx tenía sus días contados, políticamente hablando. Con el pésimo resultado que tuvo el brote communard en Francia (1871); con los graves problemas internos que surgían en la institución obrera de la AIT –en 1872 nacía su rival, la Internacional Anarquista-; Marx y Engels, acosados por las dificultades, deciden transferir a Nueva York el domicilio del Consejo General de esta organización. ¿Con qué objetivo? Impedir que algunos “se apoderen de la dirección” de la AIT. Eso escribe Marx el 27 de septiembre de 1873 al que sería secretario de la AIT en Nueva York, el comunista alemán Friedrich Albert Sorge. Luego vendría el cierre y desguace de la AIT en el Congreso de Filadelfia (1876). Al fin y al cabo, el peso de la representación norteamericana dentro de la Internacional había sido a lo sumo simbólica y nunca tuvo sentido que la sede de la AIT permaneciese en Nueva York. O en cualquier ciudad de EE UU.

El teorizador de la Historia como lucha de clases, jamás tuvo oficios de asalariado, nunca fue un trabajador manual

El filósofo, el teorizador de la Historia como lucha de clases, jamás tuvo oficios de asalariado, no fue un trabajador manual. Marx había logrado infiltrarse en la AIT gracias a la invitación de dos amigos, el sastre Georg Eccarius y el relojero Hermann Jung. Y, con el tiempo, él y su amigo, el hacendado empresario textil Friedrich Engels, reducirían por voluntad propia y a simples escombros el peso sindical y cosmopolita de la AIT.

Con su proceder Marx perdió todo su nervio, todo su prestigio dentro de la escena internacional; y cuando los socialistas alemanes, reunidos en Gotha los días 22 a 27 de mayo de 1875, resolvieron unificar el partido de Lasalle y el partido de Liebknecht y de Bebel, Marx alzó su voz contra estos acuerdos. Y escribe su Crítica del programa de Gotha  (1875), en donde él, Marx, el partidario de los despotismos, volvía otra vez a rescatar la profecía de la dictadura como etapa previa y necesaria para alcanzar el ansiado paraíso de los trabajadores.

En 1913, Lenin escribe acerca del Destino histórico de la doctrina de Karl Marx. Es de sobra conocido el resultado, terrorífico, que tuvo la aplicación de la teoría política de Marx en plena Edad Contemporánea. De ahí que llame la atención la persistencia de grupos de izquierda amigos de la tiranía para aprovechar el 200 aniversario del nacimiento del prusiano Karl Heinrich Marx y persuadirnos, con argumentos claramente posmodernos, de que el siglo XXI es una llamada al siglo XIX, un pretexto para desenterrar las ideas liberticidas del Doctor Rojo.


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María Teresa González Cortés
Vivo de una cátedra de instituto y, gracias a eso, a la hora escribir puedo huir de propagandas e ideologías de un lado y de otro. Y contar lo que quiero. He tenido la suerte de publicar 16 libros. Y cerca de 200 artículos. Mis primeros pasos surgen en la revista Arbor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, luego en El Catoblepas, publicación digital que dirigía el filósofo español Gustavo Bueno, sin olvidar los escritos en la revista Mujeres, entre otras, hasta llegar a tener blog y voz durante no pocos años en el periódico digital Vozpópuli que, por ese entonces, gestionaba Jesús Cacho. Necesito a menudo aclarar ideas. De ahí que suela pensar para mí, aunque algunas veces me decido a romper silencios y hablo en voz alta. Como hice en dos obras muy queridas por mí, Los Monstruos políticos de la Modernidad, o la más reciente, El Espejismo de Rousseau. Y acabo ya. En su momento me atrajeron por igual la filosofía de la ciencia y los estudios de historia. Sin embargo, cambié diametralmente de rumbo al ver el curso ascendente de los populismos y otros imaginarios colectivos. Por eso, me concentré en la defensa de los valores del individuo dentro de los sistemas democráticos. No voy a negarlo: aquellos estudios de filosofía, ahora lejanos, me ayudaron a entender, y cuánto, algunos de los problemas que nos rodean y me enseñaron a mostrar siempre las fuentes sobre las que apoyo mis afirmaciones.