Uno de los varios errores que he cometido como analista político es el de recomendar la celebración de primarias en los partidos. La idea, alegaré ante cualquier juez severo como atenuante de mi culpa, era muy atractiva. Y encaja muy bien con la realidad política de los Estados Unidos, a la que le prestaba entonces, como ahora, no poca atención.
Las primarias, como la recusación de los candidatos, fue uno de los mecanismos que se idearon en la época progresista de los Estados Unidos, que se inició en las postrimerías del XIX, para hacer el proceso de elección más democrático y más alejado de las maquinarias de los partidos políticos, que eran auténticos focos de corrupción.
Casado ha demostrado que no tiene los arrestos, o la capacidad de maniobra necesarios para sacar la pata y quemar en la plaza pública a un chivo expiatorio, para salvarse él de la quema, y de paso salvar a su propio partido
En España, PSOE y PP albergaban toda forma de corrupción. Los socialistas se enriquecían vendiendo bienes públicos y alivios de las regulaciones que nos entorpecen a los demás. Los populares hacían lo mismo, pero sumaban una corrupción propia: la degeneración ideológica. Las primarias, en los Estados Unidos, han sido capturadas por otras maquinarias políticas que reciben torrentes de dinero procedentes de votantes, simpatizantes, y grupos de intereses creados, muy ilusionados todos con la victoria de su candidato.
Aunque no hay procedimiento o institución que se sustraiga al magnetismo que ejerce la cercanía al poder real, las primarias han demostrado en aquél país tener importantes ventajas. Una de ellas es que le ofrece la oportunidad de entrar en el juego político a outsiders; a personas que no desarrollan su carrera dentro del partido. Y eso permite una cierta permeabilidad del sistema con algún miembro de lo mejor de la sociedad al margen de la política. Y así ha sido: empresarios, militares, líderes sociales o sindicales, artistas… muchas de las personas que han adquirido un prestigio por sus propios méritos han podido entrar en el juego político desde fuera.
La otra es que el proceso de primarias exige a los candidatos demostrar muchas de las cualidades que se necesitarán para el ejercicio del poder: liderazgo, capacidad de gestión de las oportunidades y crisis que se les presentan, capacidad de negociar con sectores sociales para lograr su apoyo, o de granjearse el apoyo de quienes se han quedado por el camino… Aunque el proceso de primarias no asegura que el candidato final vaya a tener todas las cualidades necesarias para el ejercicio del poder, sí contribuye a expulsar a quienes menos talento tienen.
Mi error no fue analizar las ventajas que tienen las primarias allí, sino dejar de prestar la necesaria atención a las enormes diferencias que hay entre los partidos en los Estados Unidos, que son poco más que plataformas electorales, y los españoles, que son órganos de poder. Los partidos políticos son la escalera de acceso a los distintos pisos del Estado. La elección del candidato por las bases puede tener sus ventajas, pero su carácter democratizador es muy limitado, pues en los Estados Unidos se repite para cada candidato a gobernador, aquí a presidente de la comunidad autónoma, y para candidato a senador o miembro de la Cámara de Representantes. Pero aquí los diputados no los elige el pueblo, uno a uno, sino el líder del partido. Los votantes sólo eligen dónde se corta la lista impuesta por el mandamás de la organización política.
Pero hay otro error, que es el de confundir el voto con la democracia. El caso del PSOE lo muestra más claramente que el de otros: más claro que Podemos porque nunca fue democrático en ningún sentido real, y mejor que el Partido Popular porque fue mucho más allá que él por la vía del referendum.
El voto de los afiliados le ha otorgado al líder, a José Luis Rodríguez Zapatero en su momento y a Pedro Sánchez en la actualidad, una legitimidad completamente desvinculada de los órganos del partido. Esos órganos no sólo pierden eficacia, sino que se acaban convirtiendo en un obstáculo a los designios del líder. Pedro Sánchez es todo a lo que puede llegar la inteligencia artificial: un algoritmo cuyo único mandato es el puro ejercicio del poder, y su mantenimiento a toda costa. Y esto hace de él algo tan impredecible como los avatares a los que deba someter su comportamiento. En esas condiciones, que van más de la realpolitik y de la razón de Estado, que no es ni razón de partido porque la razón es puramente individual, los órganos del partido se convierten en un obstáculo.
Una historia que, hasta donde yo sé, no se ha contado bien, es cómo el PSOE ha dejado de ser un partido con vida interna, cómo sus órganos han ido perdiendo funciones, y de qué modo lo único que tiene eficacia es la opinión de Pedro Sánchez en cada ocasión.
En el Partido Popular hay un claro contrapeso al poder del líder, y es el peso de los llamados “barones regionales”, aunque el más señero de ellos sea una baronesa: Isabel Díaz Ayuso.
Ese contrapeso sobrevive por varios motivos. Uno de ellos es que quien ganó las primarias que le convirtieron en presidente del PP, Pablo Casado, no ha llegado a ejercer un liderazgo efectivo e indiscutible. Ha tomado decisiones contradictorias, y no ha dado motivos suficientes de sus inconsistencias.
Además, Pablo Casado tiene vinculado su futuro al de Teodoro García Egea. Le debe su puesto. Casado no ha tenido la frialdad de dejar a García Egea en la estacada. O no ha podido hacerlo porque ha cedido al chantaje del secretario general, que eso no lo sabemos. Y García Egea, el ingeniero Egea, el inteligente y genial Egea, ha preferido hundir a la rana en mitad del río, aunque él se ahogue con el batracio.
Este liderazgo a medias, dubitativo, ineficaz en ocasiones, ha acabado de naufragar con el feo asunto de las maquinaciones contra Isabel Díaz Ayuso. Casado ha demostrado que no tiene los arrestos, o la capacidad de maniobra necesarios para sacar la pata y quemar en la plaza pública a un chivo expiatorio, para salvarse él de la quema, y de paso salvar a su propio partido.
Y como la eficacia política de los partidos ha quedado vaciada en parte, a la hora de la verdad quienes ejercen el poder ante un líder que naufraga y que amenaza con hundir el propio barco son los líderes regionales.
Foto: Junta de Andalucía.