Uno de los signos del progreso de las últimas décadas, de los últimos siglos, es que hemos ascendido por la pirámide de Maslow en el foco de nuestras preocupaciones. Si Adam Smith se preguntaba por las causas de la riqueza de las naciones, si luego rivalizaron capitalismo y comunismo, por poco tiempo, por ver qué sistema ofrecía un mayor crecimiento económico, si nos preocupaba el hambre, las graves amenazas a la salud humana y demás características de la pobreza, en la actualidad lo que nos preocupa es algo mucho más difuso: la felicidad.
Nosotros, que queremos medirlo todo, pasarlo por la trilla del método y quedarnos con lo más valioso del conocimiento, hemos empezado a medir la felicidad. Es como querer observar el universo con la mirada, una pretensión excesiva para nuestros métodos. Pero la felicidad deja huellas, y de eso se benefician algunos estudiosos. Otros van preguntando a grandes cantidades de congéneres sobre cómo se sienten; en definitiva, la felicidad, o incluso el bienestar, son realidades subjetivas.
Para lo que llamamos un conservador, la vida sólo se puede hacer plena como parte de una comunidad real de personas, trabada por una superposición de instituciones que facilitan el intercambio, la interacción, y el desarrollo personal y social
Hasta una institución tan anodina como la OCDE, productora de sesudos y aburridísimos informes, y donde la felicidad queda atrapada en excels como las abejas en una telaraña, ha elaborado un índice de felicidad: Better life index.
Este índice sacrifica lo importante a lo medible, y otros estudiosos optan por tabular las respuestas a centenares, o miles, de entrevistas personales. Un equipo de Harvard ha conducido un informe hecho con estos retales de respuestas, cortados todos por un mismo patrón. Se ha entrevistado a 2.598 estadounidenses, tabulados por edades.
En realidad, el viejo criterio de las cohortes de edades ha sido sustituido, en este estudio como en muchos otros, por las generaciones. De tal manera que se sugiere que cada entrevistado muestra no sólo las inquietudes y anhelos de las personas de su rango de edad, sino las de toda una generación, como si las respuestas acompañasen a las personas durante toda su vida.
La conclusión del informe es clara: en la felicidad y la satisfacción con la vida, en la salud física y mental, en la posesión de un sentido último de la vida, en el carácter y la virtud, en las relaciones sociales y familiares y en la estabilidad material y financiera, en todos esos aspectos de lo que podemos llamar el bienestar o la felicidad, los entrevistados han dado mejores respuestas según es mayor su edad.
La generación Z (18-25 años) está peor que los millenial (26-41), y éstos peor que la generación X (42-57). Les superan los boomer (58-76) y por encima de ellos la generación silenciosa (mayores de 77 años).
Esa dualidad en el planteamiento del informe permite hacer dos interpretaciones: Una es que los jóvenes viven peor que las personas de mediana edad, y éstos peor que los mayores. Otra interpretación es que la felicidad nos está abandonando, y que las nuevas hornadas están condenadas a vivir una vida menos plena que la de sus padres y abuelos.
Uno de los autores del estudio es Tyler VanderWeele, y en una entrevista con la Harvard Gazette ayuda a interpretar los resultados del estudio. Y necesitamos ayuda, porque parte de los resultados son contraintuitivos.
Los estudios anteriores mostraban una mayor satisfacción de los más jóvenes y de los mayores, mientras que la mediana edad, cargada con las crecientes responsabilidades de la vida, vivía en el valle de la felicidad.
Y es lógico. Salvo casos particulares, los jóvenes no tienen motivos para preocuparse por su salud. Su mente la ocupan los planes de futuro, todavía no frustrados, pero tampoco cumplidos. Y “tienen menos responsabilidades y más oportunidades para conectar socialmente”. Los mayores se enfrentan a crecientes problemas de salud, pero sus responsabilidades han disminuido, y pueden disfrutar de más tiempo, y de los frutos de lo que hayan construido.
¿Por qué los jóvenes se sienten tan mal con su vida? Parte de la explicación, seguramente no pequeña, la aporta el hecho de que las entrevistas (más de 8.000 de las que se filtraron todas menos las ya citadas), se realizaron en enero de 2022. Todavía nos condicionaba la pandemia, y eso influye en las respuestas sobre la salud y sobre la sensación de soledad, que en los jóvenes es acuciante.
Los conservadores se sentirán reconfortados en las conclusiones de este informe. No por la desdicha de los jóvenes, sino porque parece vinculada a excesos y carencias que están en su forma de entender la vida.
Para lo que llamamos un conservador, la vida sólo se puede hacer plena como parte de una comunidad real de personas, trabada por una superposición de instituciones que facilitan el intercambio, la interacción, y el desarrollo personal y social. Sin grandes desequilibrios, y sin rupturas que pongan en peligro todo el entramado social.
Las redes sociales son una tecnología que multiplica las posibilidades de interacción social, a costa de someternos a un estrés social para el que no estamos programados. Las redes tienen un enorme poder, y ese poder nos satisface y condiciona al mismo tiempo. Quizás por eso su consumo está asociado a una mayor incidencia de las enfermedades mentales.
Pero el informe se plantea, porque se lo plantea a los entrevistados, cuestiones de mayor calado. VanderWeele considera que otros informes han pecado “hemos dejado de lado cuestiones más amplias como el bienestar o el florecimiento, que entiendo en términos muy holísticos; como vivir en un estado en el que todos los aspectos de la vida de uno son buenos”. Esta visión completa de la vida de una persona es también una idea muy conservadora.
En un momento de las explicaciones del informe por parte de VanderWeele, dice lo siguiente: “Además, un estudio tras otro -el nuestro y el de otros- ha indicado que la vida familiar y la participación en comunidades religiosas contribuyen a estos aspectos del florecimiento. Y la participación en ambos aspectos ha disminuido considerablemente”.
No puedo dejar de sentirme desalentado por esta consideración, porque biográficamente me siento identificado con el aspecto religioso. ¿Estaré echando a perder una fuente de felicidad? No tengo muchas dudas de que es así.
Foto: Liz Sanchez-Vegas.