No voy a presumir de ser alguien que no se pase la vida maldiciendo lo mal que estamos, pero creo que hay muchos que me ganan de sobra en ese vicio tan disculpable. Al tiempo creo que, y me refiero sobre todo a la política, lo que no tenemos, o no tenemos en grado suficiente, es personas que nos hablen de futuros posibles y atractivos y, menos aún, de personas que trabajen en esa línea, aunque no dejaré de constatar la creciente actividad de grupos de ciudadanos que se organizan para hacer cosas que van más allá del partidismo, por justificable que sea, como, por ejemplo, por citar mis favoritos, la Fundación Civismo, el Centro Diego de Covarrubias o Hay derecho, pero hay más, sin duda, en eso vamos mejorando.
En relación con esta carencia está otra que es muy difícil de combatir y es la tendencia a echar la culpa de todos nuestros males, los reales y los más discutibles, a alguien distinto de nosotros mismos. Reconoceré inmediatamente que la clase política, se mire por donde se mire, no da mucho ejemplo porque suele cometer el absurdo error de combatir la polarización de tal modo que la incrementan, como si la polarización fuese unipolar, que no lo es, aunque un polo pueda ser más responsable que el otro. El filósofo Millán Puelles contaba una anécdota que me recuerda esto que digo, un señor se dirige a otro y le dice “pero que cambiado está usted, don Mariano” y el supuesto don Mariano protestaba, “oiga es que yo no soy don Mariano”, a lo que el primero respondía impertérrito “pues más a mí favor”, y así se discute en ocasiones sobre nuestros males, sin ponernos de acuerdo en nada que pueda ser común.
Cualquiera que se preocupe por el futuro de España, en especial a medio y largo plazo, tendrá que reconocer que habría que combatir como la mismísima peste nuestra tendencia a hablar por hablar
Y no es que España carezca de problemas de enjundia, pero me atrevería a decir que cuando un historiador del futuro hable de los últimos veinte años reconocerá que en estas dos décadas los españoles nos hemos dedicado a discutir con enorme pasión, pero casi nunca sobre nada que realmente importe. Hay problemas tan evidentes, como, por ejemplo, el futuro de las pensiones, que sí aparecerán en un somero repaso de nuestros temas de debate, pero abundan mucho más las cuestiones de fondo y de enorme importancia sobre las que pasamos de puntillas.
¿Hay un debate sobre cómo acabar con la demencial ineficiencia de nuestros sistemas educativos? Se discute sobre competencias y sobre modelos, pero nadie le pone el cascabel al gato a una cuestión que debiera ser esencial en este punto: ¿cómo es que España no ha sido capaz de obtener un solo Nobel de Ciencia desde nada menos que 1906? ¿Vamos a seguir así los próximos cien años apartándonos absurdamente del desarrollo científico y tecnológico que determina la prosperidad y el progreso de las sociedades?
¿Hay interés en desarrollar, más allá de las trifulcas políticas, un modelo territorial para España que permita mejorar la economía nacional, el problema de la vivienda y el desarrollo industrial? Tenemos el país más vacío de Europa, hemos desarrollado buenas redes de comunicación, tanto en carretera como por ferrocarril, y resulta que tenemos que seguir condenándonos a que Madrid y Barcelona, como mucho, sigan creciendo de manera desordenada y absurda mientras el resto de las poblaciones languidecen y se vacían de cualquier actividad productiva. ¿Es razonable seguir así cuando existen las tecnologías que permiten trabajar en cualquier lugar? Y que nadie ponga la excusa de preservar la naturaleza porque hay kilómetros cuadrados de sobra para seguir teniendo los mejores parajes naturales y poder tener centros de población algo más poderosos como sucede en cualquier país europeo.
Durante décadas se ha mantenido el dicho, a mi parecer con escaso fundamento, de que “tenemos el mejor sistema sanitario del mundo”, afirmación que me parece en extremo dudosa, en especial a la vista de las crisis más recientes en la atención, tanto en el sector público como en el privado. ¿Seremos capaces de abordar las reformas necesarias sin hacer que todo se reduzca a fetiches ideológicos realmente idiotas?
Hoy mismo he leído que nuestro presidente estaba tratando de convencer a la señora Von der Leyen de que se acentúe la presión sobre los automóviles térmicos para que el cielo eléctrico venga sobre nosotros a golpe de decreto. Creo que Sánchez exhibe en este punto un dogmatismo insensato y en extremo arbitrista porque es evidente que estamos a punto de cargarnos la industria automovilística europea, y con ello parte de nuestra prosperidad y nuestro empleo, pero es que Sánchez actúa como es muy común entre españoles, dejándose llevar de sus creencias y sin el menor interés en ponerlas en discusión a base de datos, de números y de cálculos. Es malo que cualquiera haga esto, pero si el que lo hace manda, el resultado es un desastre, similar al que se nos ha causado con el dogma antinuclear, causa última de un apagón sonrojante, sobre el que, para disimular, se sigue discutiendo, eso sí, a escondidas.
Cualquiera que se preocupe por el futuro de España, en especial a medio y largo plazo, tendrá que reconocer que habría que combatir como la mismísima peste nuestra tendencia a hablar por hablar, quiero decir sin el hábito elemental de someter nuestras opiniones al severo escrutinio de la experiencia y sin hacerlas pasar por el control implacable de los números. Nuestro “anumerismo” es proverbial y se echa de ver fácilmente con sólo leer cualquier periódico y comprobar que suele dar lo mismo ocho que ochenta.
Tal vez combinemos una pareja de defectos que parecen incompatibles, una cierta tendencia al pesimismo y al derrotismo, con una cándida aceptación de ideas, digamos, patrióticas que nos hacen creer cosas como el dicho que mencionaba respecto del sistema sanitario o que, por poner otros ejemplos, “nuestros espías son los mejores del mundo”, que “el español es la lengua más útil del planeta”, que “tenemos la mejor red de alta velocidad de Europa” o simplezas similares. Frente a esa combinación inconveniente habría que promover el espíritu crítico, combatir la tendencia al alineamiento hasta para elegir las corbatas y dedicar un esfuerzo constante a mejorar nuestros medios de comunicación, nuestras escuelas, institutos y universidades.
Hay quien piensa que los políticos se encargan de procurar que permanezcamos indefinidamente en un estado inconsciente de ignorancia, empeñándose, por ejemplo, en empeorar el sistema educativo, pero me parece más razonable sostener que nuestros políticos actúan conforme a vicios muy corrientes en la sociedad española que son los que habría que procurar corregir de manera decisiva, quiero decir no creo que quieran hacernos más ignorantes de lo que ya somos, más bien ocurre que ellos no suelen sustraerse a esa condición poco brillante. Me parece que nuestros problemas más de fondo están en situaciones de este tipo independientemente de que siempre será oportuno procurarse un Gobierno de refresco cuando el que está en el machito supere ampliamente los niveles de indecencia e incompetencia soportables.
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