El periodismo tiene diferentes egos, el tradicional ha sido erigirse guardián de la verdad, medios como Time, The Washington Post entre otros, organizan sus respectivos premios para nombrar al periodista más oportuno. Y si bien es cierto que hay muchos periodistas que se juegan la vida a menudo, como hay muchos profesores que son héroes anónimos en las aulas y así con todas las profesiones, el diseño de estos homenajes obedece con frecuencia a las fuerzas centrípetas del narcisismo profesional que acampa en el mundo de la prensa.
Con la eclosión del análisis de datos y el llamado periodismo de datos (otros lo llaman pretenciosamente periodismo científico) o periodismo de precisión, han surgido nuevos guardianes, demiurgos y chamanes de la verdad. La crisis que atraviesa el periodismo es diversa, en su epicentro se encuentra la falta de credibilidad, el usuario ha perdido la fe en la noticia. Existe por tanto una necesidad imperiosa de recuperar este crédito y una de las opciones pasa por ganar la confianza desde el análisis de los datos. Los hechos son los que mandan y estos son objetivos, y se pueden y deben mostrar tal y como son, nos dicen.
La liturgia de los datos y sus sacerdotes
Asistimos a la liturgia en la que se sacralizan los datos, sus estadísticas y métricas, con el debido diseño en el que se muestran los resultados. “Aquí están los hechos, tuya es la conclusión”, nos dicen. Estas campañas debidamente orquestadas y en algunos casos confirmadas por los medios tradicionales generalistas como ocurre con la Sexta. Obsérvese por ejemplo el tándem Ferreras-Pastor. Los informativos de la Sexta y el equipo de Ferreras busca y consulta confirmación en esta consultora, que analiza-contrasta-interpreta los datos, y por consiguiente afirman la verificación del dato, o sea de la información. Newtral se trata de “una startup de contenido audiovisual fundada en enero de 2018 por la periodista Ana Pastor que es su única accionista”, indica su web corporativa. De las diferentes líneas de negocio que disponen, una es lo que denominan innovación en el periodismo a través del fact-checking (léase verificación de datos).
El poder se concentra en pocas manos, que son quienes ponen las reglas, los límites y el ejercicio de la profesión o el sector que compete. Las finanzas, la política, la economía y en este caso los medios de comunicación ejercen de canales y plataformas
Este club de selectos administradores de los datos y sus análisis tuvo hace una década un importante impulso con Bill Adair, fundador de Politifact (propiedad del Instituto Poynter) periodista ganador de un premio Pulitzer que ha ungido de verdad, en un reciente curso de verano de El Escorial organizado por Newtral, afirmando que la verificación de datos de las agencias es la “variante del periodismo más importante en la era digital”. Si bien, la verificación de fuentes y datos siempre debió ser una seña de identidad del rigor periodístico, no deja de ser una ironía que quienes afirmen y salvaguarden estos principios sean arte y parte del negocio de la información.
De modo que el periodismo se ha agarrado a esta cámara de eco porque ha detectado a un usuario desbordado por la información, las falsas noticias y los bulos. No hay que preocuparse, las agencias de verificación nos dirán lo que es verdad o mentira. España se ha montado en el tren de esta tendencia que comenzó Maldita, con sus versiones como hemeroteca, bulo, ciencia o dato, con contenido político y se prolongó con otras secciones (economía, deporte, sucesos), apareciendo después Newtral y Comprobado España. Este emergencia de agencias no es nueva, América Latina dispone de Chequedado en Argentina, UYCheck en Uruguay, Aos Fatos y Truco en Brasil, o El sabueso en México, por poner algunos ejemplos.
Asistimos al auge de la industria y el mercado de la verificación que ha facilitado la tecnología y alimentado la falta de credibilidad. De los cuarenta y cuatro medios especializados en el análisis y verificación de datos que había en 2014, se ha llegado a los ciento ochenta y ocho de la actualidad. Ese auge entra de lleno en el campo del entretenimiento como ocurre con “Saturday Night Life”, que exhibe secciones de verificación.
Por consiguiente, nos encontramos con otra versión de las élites extractivas, término acuñado por los economistas Daron Acemoglu y James A. Robinson, que lo describen como la búsqueda de los intereses del grupo al que pertenecen, en vez de la obtención del bien común. El poder se concentra en pocas manos, que son quienes ponen las reglas, los límites y el ejercicio de la profesión o el sector que compete. Las finanzas, la política, la economía y en este caso los medios de comunicación ejercen de canales y plataformas.
Los códigos de verificación como filtrado
En Politifact, que depende del Instituto Poynter, entidad que comprende decenas de organizaciones periodísticas, se establece un sistema de verificación que comienza con la identificación de declaraciones políticas efectuadas por representantes políticos para evaluar su veracidad. De este modo presentan un código, en el que Adair señala que “no consiste en dar una opinión”, sino en mostrar a la audiencia “conclusiones periodísticas fundamentadas”. Me cuesta entender que esto último no sea opinión, o que estas conclusiones periodísticas estén exentas del correspondiente filtrado, etiquetado, procesado e interpretación.
No obstante este mercado de la autorregulación periodística presenta una sencilla mecánica. Una cadena de algoritmos rastrean declaraciones que se repiten en el ámbito político, registran sus transcripciones, testean el impacto en la redes sociales, en último término, generan las oportunas alertas que marcan las declaraciones más sospechosas.
Una vez más no estamos ante nada nuevo. La historia de la desinformación es mucho más anterior que las redes sociales y sus plataformas, aunque es evidente que el exceso de información hoy no tiene parangón. En la antigüedad los pasquines fueron el medio más habitual para difundir noticias desagradables, con frecuencia falsas sobre personajes públicos. Luego llegaron las gacetillas repletas de bulos y falsedades. También aparecieron los “hombres del párrafo”, siempre atentos a chismes y cotilleos en los cafés (redes sociales de entonces), que escribían en unas líneas sobre un papel, y lo abandonaban en los bancos para que otros se los llevaran a los impresores, con frecuencia también editores, que colocaban esos mensajes en diferentes huecos disponibles en sus medios.
Siempre hubo grandes productores y difusores de las falsas noticias, reducir la desinformación no es un ejercicio de tecnofobia y criminalización de la libertad de elección en el vasto paisaje digital, significa asumir una alfabetización informacional en el contexto de una educación mediática. La dejación del esfuerzo individual por estar bien informado jamás será sustituido por códigos de regulación o autorregulación de corporaciones o instituciones. Tampoco por los nuevos sacerdotes que dictan los datos, los analizan, interpretan y sirven como verdad.
Foto: Rishi Deep