Siempre he escuchado eso de que al capitalismo le faltan héroes, mártires, iconos. Si bien es cierto, se nota la ausencia de un símbolo, un “Che” capitalista, una “Revolución libertaria” y, en definitiva, algo que dentro de las representaciones sociales fuera relativamente fácil de identificar con los valores que muchos defendemos. A priori me viene a la cabeza Apple y su distinguida manzana como el summum del sistema, pero, aun así, no es suficiente.

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Lo que vengo a proponer en resumidas cuentas es empezar a “empoderarnos” y “construir” a nuestros propios héroes. El lector atento verá que estoy utilizando los galimatías de algunos ladinos zurdos que intentan embaucar al personal mediante el lenguaje. Como puede apreciarse, veo con buenos ojos resignificar algunos términos.

Cuando uno busca héroes de izquierda los encuentra por doquier. Animo al lector a que haga la prueba: búsquese en Amazon “busto Marx”. Va a encontrar una amalgama de productos interesantes. Ahora, haga lo propio con “busto Adam Smith”, también puede probar a buscar “símbolos comunistas” y “símbolos capitalistas”

En general, la derecha occidental se ha conformado estas últimas décadas con la órbita de la economía, un poco en la línea del homo oeconomicus neoclásico que Mises desechó en su libro Epistemological Problems of Economics (1933), proponiendo el homo agens en contraposición con la “utility theory” basada en el supuesto comportamiento lógico y racional de los agentes económicos. Mises aceptaba la figura del homo oeconomicus encarnada en el empresario (Mises, 2003, pág. 191), no así para el resto de consumidores. Después Thaler, Kahneman y Tversky (entre otros) acabaron rematando la faena.

Sea como fuere, la persona que vengo a proponer como héroe del capitalismo es nada más y nada menos que el Sr. Ronald Wilson Reagan. Por ende, absténganse de leer este artículo los puretas ideológicos, puesto que se trata de un caso con muchas contradicciones. Como versa el proverbio San Juan 8,7 “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra él[1]”. Llegados a este punto, para no alargarnos más de lo necesario, me comprometo a escribir otro artículo hablando exclusivamente del espectro económico y de lo que supuso el “Reaganomics” en las acaballas de la Guerra Fría, pero en este, lo que busco es el ámbito cultural del «fenómeno Reagan».

Es importante mencionar que se trata de un presidente que para bien o para mal está en el Panteón de la Historia Política Americana y puede equipararse a personajes de la talla de Thomas Jefferson, Lincoln, Roosevelt, o al menos así lo postula el historiador Sean Wilentz en la introducción de su libro “The age of Reagan, a history 1974-2008”. A pesar de los honores, también asevera que “the average performance rating” durante sus mandatos estuvo a la par del de Lyndon Johnson, Clinton y muy lejos de Roosevelt o Kennedy (Wilentz, 2008, pág. 278).

En cualquier caso, haciendo campaña por B. Goldwater en 1964, Reagan pronunció uno de sus discursos más célebres “A time for choosing[2]” en el cual decía cosas como: The Founding Fathers knew a government can’t control the economy without controlling people. And they knew when a government sets out to do that, it must use force and coercion to achieve its purpose. So we have come to a time for choosing. Ciertamente, el elocuente y perspicaz discurso no tuvo el impacto esperado y una semana después, Goldwater fue destruido políticamente por L. Johnson, pero Reagan poco tiempo después, acabó ganando unos comicios estatales por casi un millón de votos a su rival demócrata en California, Pat Brown (Cannon, 2008, pág. 10).

Entonces, ¿por qué habría que reivindicar más a Reagan e incluso, hacer de él un estandarte del capitalismo? En primer lugar: la izquierda siempre lo menospreció, fue sistemáticamente caricaturizado como un burdo actor venido a menos que no tenía ni un ápice de intelectual. Clark Clifford (consejero del Partido Demócrata) describiendo a Dutch lo consideró como un “amiable dunce”, otros como George Nash (un referente en la historiografía del conservadurismo) en su libro “The Conservative Intellectual Movement in America Since 1945” (1976), excluyó a Reagan por considerarlo un activista político, ergo no un intelectual.

El historiador David T. Byrne propone que Reagan produjo un cambio radical en el mundo, con ideas que a mi juicio son simples y asequibles para la inmensa mayoría, básicamente: extendió la libertad a una esfera internacional para aniquilar al comunismo, especialmente en Europa Oriental y ayudó a deshacer los gigantescos estados surgidos después de la II Guerra Mundial. Byrne añade que las concepciones de libertad para Reagan provenían de los pensadores ilustrados (Byrne, 2018, págs. 12-15).

Obviamente esto era y es una herejía para la intelligentsia, por ejemplo, Hobsbawn calificó a Reagan de ser un idealista ingenuo (con sus palabras, “simple-minded idealism”) rodeado de ideólogos fanáticos (Hobsbawm, 1994, pág. 250). A pesar de la mala fama entre los intelectuales (de izquierda), otro historiador, Gil Troy, afirma que Dutch disfrutaba siendo infravalorado. Pocos conocen que se graduó en Economía (ciertamente no fue un alumno que destacara), y que estuvo cautivado por personajes de la talla de Buckley o Hayek, especialmente por su Road to serfdom (Troy, 2009, págs. 1-19). Sea como fuere, para algunos sectores de la izquierda de ningún modo Reagan podía ser un intelectual.

Un segundo motivo: ganó la partida política y económica al comunismo, uno de sus motto fue el célebre Make America Great Again que Trump volvió a poner en boga. Su filosofía de vida, su humor, su irradiante carisma, su enfrentamiento directo con el comunismo soviético y con sus derivados colectivistas occidentales hacen de él, un incono. Fue uno de los artífices más visibles de la caída del Muro de la Vergüenza, de la posterior desaparición de la URSS (a pesar que ya estaba Bush padre en el poder en el momento de eclosión). Por ende, para construir hegemonía Reagan me parece una pieza central y un estandarte del capitalismo.

El problema a mi juicio, es que, una vez cayó el Muro se demostró la superioridad de un modelo económico por encima del otro, pero, los “vencedores”, dejaron a los “vencidos” el terreno de la cultura, especialmente el de las universidades. Harto contentos de haber ganado la batalla económica descuidaron una que actualmente es igual de importante, la cultural, y lo que se está viendo es que, quien controla esta esfera, puede controlar la otra. Se dejaron las universidades, los grandes debates, la televisión, el entretenimiento, en manos de sectores “progresistas”, que, por cierto, ya no se atrevían a calificarse como “comunistas”, la derecha en cambio, creyó que con saber gestionar algo mejor la res publica, ya bastaba.

Para concluir, me gustaría mencionar una cuestión que quizás pueda ser inocua. Cuando uno busca héroes de izquierda en formato póster, tazas, bustos y demás, los encuentra por doquier. Animo al lector a que haga la prueba: búsquese en Amazon “busto Marx”. Va a encontrar una amalgama de productos interesantes. Ahora, haga lo propio con “busto Adam Smith”, también puede probar a buscar “símbolos comunistas” y “símbolos capitalistas”.  Esto a priori demuestra que los greedy capitalists se ve que no compran tantos objetos relativos a sus posicionamientos económicos (ni construyen su identidad sobre ellos), cosa positiva, pero también demuestra la incapacidad de este sector de construir sus propios héroes; craso error.

Bibliografía

Byrne, D. T. (2018). Ronald Reagan: An Intellectual Biography. Nebraska: Potomac Books.

Cannon, L. (2008). President Reagan. The role of a lifetime. New York: PublicAffairs.

Hobsbawm, E. (1994). The Ages of Extremes: The Short Twentieh Century, 1914-1991. Londres: Abacus.

Mises, L. v. (2003). Epistemological Problems of Economics. Alabama: Ludwig von Mises Institute.

Troy, G. (2009). The Reagan Revolution. Great Britain: Oxford University Press .

Wilentz, S. (2008). The Age of Reagan: A History, 1974-2008. United States: HarperCollins.


[1] En el proverbio es “ella” en referencia a la mujer adultera y su lapidación, que finalmente, no se produjo.

La influencia de dicho discurso fue notable, el historiador H.W. Brands en su reciente biografía sobre el presidente (Reagan. The life, 2015), llama a la parte III “A time for Choosing”.

*** Ramón Audet Sánchez, graduado en Historia y profesor de Ciencias Sociales.

Publicado originalmente en la web del Instituto Juan de Mariana.

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