El infantilismo imperante no solo se alimenta de un entusiasmo reverencial a todo lo que suene como emocional. El déficit de atención en una sociedad acelerada, el rechazo de la memoria cuando los “expertos” y diferentes vendedores de crecepelo exaltan la sociedad del conocimiento y la magia de la creatividad, forman parte de un patrón común, en el que lo verdadero es  auténtico “porque yo lo siento”. La educación hace tiempo que está en la sala de urgencias,  no cabe ninguna duda de que no serán los políticos, ni estos, ni aquellos, los que afronten este asunto.

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Con este escenario delante me he querido acercar al profesor. A quien leo desde hace varias décadas, respeto y admiro por su integridad y profesionalidad. Lo que en inicio estuvo pensado como una entrevista, se ha convertido en una conversación,  que recojo a continuación.

El profesor Joan Ferrés es doctor en Ciencias de la Información y maestro. Ha sido profesor de Enseñanza Secundaria y en los Estudios de Comunicación Audiovisual de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Tiene múltiples publicaciones en diferentes editoriales de prestigio internacional y ha sido investigador principal en destacados proyectos  de investigación relacionados con la educación mediática. Su larga trayectoria investigadora y divulgativa ha alternado la educación y la comunicación, focalizando su estudio en el ámbito de las emociones.

Profesor Ferrés, hoy estamos inmersos en la llamada inteligencia emocional, tanto en el plano académico, como social, y también mediático. Da la impresión de que se quiere dotar a  las emociones de superpoderes , como si hubiera que recuperar el tiempo perdido de los siglos anteriores en los que la razón era el parámetro del conocimiento. ¿Está de acuerdo usted con esta tendencia, o le parece que se vuelve a repetir la histórica ley del péndulo?

Si la mayor atención que reciben hoy las emociones es consecuencia de la tendencia a seguir la ley del péndulo, es lamentable, porque no puede ser positivo desde ningún punto de vista corregir un exceso mediante un exceso de signo contrario. En cambio, si es el resultado de haber tomado conciencia de la trascendencia de los descubrimientos de la neurociencia sobre la función de las emociones en los procesos mentales, el cambio es esperanzador, porque en asuntos humanos tan cierto es que nada importante se puede hacer solo con las emociones como que nada importante se puede hacer sin emociones.

Usted ha sostenido en muchas de sus publicaciones que la separación entre el pensamiento racional y las emociones es un error. Que el cerebro, gran maestro, y al tiempo, gran desconocido,  dispone de una ingente red sináptica en la que todo está conectado. Se pueden recordar en esta línea los argumentos de prestigiosos neurocientíficos como Antonio Damasio. ¿Qué repercusiones tiene entender que el ser humano funciona con un cerebro integrado?

La relevancia que ha ido adquiriendo el concepto de red durante las últimas décadas no es solo consecuencia del estallido de las redes sociales. También es el resultado del descubrimiento de que el cerebro humano funciona como una red. En este caso no se trata de una metáfora, sino de una realidad física. El concepto de red describe físicamente el funcionamiento del cerebro por una parte, y los procesos de aprendizaje por otra. El cerebro es un conjunto de módulos interconectados, que se necesitan mutuamente para un correcto funcionamiento. Y el aprendizaje consiste en la creación o refuerzo de sinapsis, en la creación o refuerzo de conexiones entre neuronas. La interacción, la convergencia y la sinergia están, pues, en la base del rendimiento del cerebro.

Hace dos décadas, cuando todavía no imperaban las redes sociales, los análisis de los medios de comunicación y particularmente la televisión, subrayaban  el componente emocional de los contenidos en los distintos programas y formatos ¿Cómo percibe el escenario actual, en el que  las redes sociales orquestan en gran medida el impacto emocional?

Las grandes plataformas, y en concreto las redes sociales, han tomado, efectivamente, el relevo a la televisión y a la publicidad en cuanto a la capacidad de movilizar a las personas mediante la gestión de sus emociones. Pero, respecto a los medios tradicionales, las grandes empresas digitales lo hacen con unos niveles muy superiores de eficacia. Y es que la televisión y la publicidad se movieron siempre por aproximaciones estimativas a los gustos genéricos de personas pertenecientes a un target, a un sector específico de público. Las plataformas y las redes sociales, en cambio, tienen informaciones fidedignas, diferenciadas y contrastadas de los intereses y de los gustos de cada una de las personas que forman estos sectores. La información es poder, sobre todo cuando la información es sobre los temores, los deseos y los intereses que mueven a cada persona.

La atención es hoy un bien muy escaso. La publicidad lo sabe, la escuela también, pero las dos obtienen resultados muy diferentes. Es evidente encontrar conexiones entre las emociones y la atención. ¿O sería más apropiado hablar de  conexiones entre sentimientos y atención? ¿Qué diferenciación hace entre emociones y sentimientos?

La emoción es una respuesta física a una percepción, a un estímulo externo o interno. El sentimiento, en cambio, es una respuesta mental. El sentimiento es la toma de conciencia de la emoción y, en consecuencia, se produce siempre después, si es que se produce. Por su parte, la relación entre atención y emoción es directa e inevitable. El cerebro humano está solicitado en todo momento por una ingente cantidad de estímulos internos y externos, y decide prestar atención en cada caso a aquellos estímulos que tienen para él una mayor relevancia emocional.

Siguiendo su razonamiento, ¿de qué modo la atención puede “entrar” en el sentimiento? ¿O podríamos decir que la atención se queda en esa puerta externa de la percepción donde está instalada la emoción?

Tu pregunta me hace pensar que en el fondo el sentimiento es una emoción a la que se ha prestado atención. En este sentido se comprende la defensa que hace Damasio de la necesidad de convertir las emociones en sentimientos. Hay que prestar atención a lo que nos conmueve, porque es lo que nos mueve. La atención nos hace ser lo que somos.

Se insiste mucho en la importancia de la creatividad, un sinfín de gurús en la cosa de la educación y otros sectores desfilan por los medios y las redes elogiando  a los creativos.  Sin embargo, la memoria es subestimada, incluso rechazada en el sistema educativo actual ¿Por qué cuando se alude a la memoria solo se indica un tipo de memoria  (mecánica y repetitiva)? ¿No es la memoria la despensa de la creatividad, el horno en el que se cuece la inteligencia, la creatividad, el aprendizaje? ¿A qué se debe esa continua patada a la memoria?

Volvemos de nuevo a la tendencia humana (tendencia suicida) a movernos por la ley del péndulo. Volvemos a la persistente incapacidad de conciliar y de integrar que demostramos a menudo los seres humanos. El cerebro se ve obligado a tomar decisiones en cada momento, y el proceso de toma de decisiones se realiza anticipando el futuro en base a confrontar las experiencias almacenadas en el pasado. Así pues, sin activar la memoria el cerebro no puede anticipar, no puede tomar decisiones, lo que comporta que incluso para ser creativo y mejorar o corregir el pasado es imprescindible recordarlo.

¿Qué debería cambiar en la escuela para concederle a la atención el espacio que se merece? ¿El diseño estratégico de la atención significa desatender los contenidos?

El problema de la atención es que no solo se ve amenazada por un cúmulo de estímulos externos que compiten entre ellos. Incluso en un entorno que estuviera privado de estímulos físicos, la atención humana seguiría estando solicitada por reclamos internos, por recuerdos, frustraciones, desengaños, temores, ilusiones, deseos, esperanzas… La escuela ha de competir con todo esto, con los estímulos externos y con los internos. Si la atención se gana desde la emoción, la escuela ha de ser capaz de conectar los contenidos curriculares con los intereses de los alumnos y alumnas. De ahí la eficacia de estrategias basadas, por ejemplo, en el aprendizaje por proyectos.

Como resultado de la evolución el ser humano nace muy inmaduro y madura muy despacio en comparación con el resto de mamíferos, manifestando una gran dependencia del adulto para poder sobrevivir. A cambio, su cerebro obtiene una gran plasticidad y una capacidad de aprendizaje incomparable con cualquier especie animal. Los estudios del cerebro indican que en la gestación se crean casi todas las neuronas que tendremos, más de 100 billones; pero están inmaduras, les falta ramificarse, conectarse y mielinizarse. En una sociedad hiperestimulada, ¿considera que la atención es una víctima de la aceleración en la que estamos inmersos, y que por consiguiente,  afecta al cómo aprendemos y conocemos, al cómo nos comunicamos y convivimos?

Para el ser humano el tiempo de atención disponible es uno de los pocos bienes ante el que las tecnologías no tienen nada que hacer. No tienen poder alguno de transformación. No pueden alargarlo. Como mucho, pueden robar horas al sueño, pero el tiempo disponible es inmutable. Nunca podrá superar las 24 horas de un día. Lo que pueden hacer (y están haciendo) hoy los responsables de las grandes empresas tecnológicas es competir por este tiempo, luchar por apoderarse de él, explotarlo al máximo, siguiendo las leyes del mercado. El precio que las personas pagamos por esta explotación despiadada es, como dices, la hiperestimulación, la creación de dependencias, la explotación de nuestras debilidades psíquicas, la disminución de las horas de sueño, el incremento de las depresiones y los estados de ansiedad y la debilitación de la calidad de la atención.

Los metadatos de recientes estudios afirman que el entrenamiento en tareas demasiado complejas antes de que el cerebro esté preparado para llevarlas a cabo puede producir deficiencias permanentes en la capacidad de aprendizaje (Manrique y otros, 2005).  También señalan que una estimulación temprana incorrecta o inoportuna pueden provocar estrés o diferentes trastornos en el aprendizaje (Hanso y otros, 2012). Y que una sobrecarga de estímulos discontinuos afecta a la percepción y dificultan la atención sostenida (Fisher, Godwin y Seltman, 2014) ¿Qué retos y desafíos plantean estas observaciones  a la educación, tanto en la familia como en la escuela y en los estudios superiores?

Marshall McLuhan decía hace décadas que los medios son extensiones o prolongaciones de alguna facultad humana física o psíquica. Las invenciones técnicas son prótesis, compensaciones de nuestras carencias o límites. Y los verdaderos mensajes de estos medios son los cambios que producen en el entorno en el que se insertan. En concreto, las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación son prótesis que nos enriquecen, que nos transforman, pero para bien y para mal. Lo hacen al precio de potenciar comportamientos impulsivos, impacientes, poco reflexivos. Todas las investigaciones a las que acabas de hacer referencia tienen en común el hecho de que son a un tiempo expresión y potenciación de sentimientos de impaciencia. Son una demostración de nuestra incapacidad de respetar los ritmos que la naturaleza impone para garantizar la fecundidad y la vida.

Flotamos en la era de la atención parcial continua, así la denomina Linda Stone, miembro del consejo asesor del MITMediaLab, con un ciberespacio plagado de pantallas, que los detractores de la tecnología califican como “armas de distracción masiva”. Realizar varias cosas a la vez exige escasa capacidad cognitiva. Podemos caminar y pensar; conducir y escuchar música. Pero tenemos más dificultades para escuchar y escribir al mismo tiempo porque requieren una mayor atención. Entiendo que conforme atendemos a diferentes fuentes de información “repartimos” la atención que se dispersa y pierde intensidad. Pero durante varios años los gurús de las tecnologías de la información han vendido el cuento de los nativos digitales, es decir,  por haber nacido rodeado de ordenadores y pantallas ya tienes superpoderes para manejar y comprender la tecnología, y en consecuencia ser capaz de atender a varias cosas a las vez. Algo muy usual cuando encendemos el ordenador, empezamos a abrir pantallas, y con el móvil al lado estamos al tanto de los mensajes que nos llegan ¿Es posible mantener una atención en varios focos? ¿Qué calidad de atención es la resultante?

Los resultados de todas las investigaciones realizadas en este ámbito coinciden en la constatación de que solo se pueden simultanear actividades cuando una de ellas se realiza con el piloto automático. Es el caso, por ejemplo, de conducir y escuchar música. Las personas a las que les cuesta aparcar se ven obligadas a apagar la música cuando tienen que hacerlo. Las actividades que requieren concentración, como la lectura, no se pueden simultanear. La habilidad que tienen las nuevas generaciones respecto a las antiguas en relación con la multitarea no consiste en la capacidad de simultanear tareas, sino en la de saltar con una mayor rapidez mental de una a otra. Pero esto comporta en cada caso un breve lapsus de adaptación y, en consecuencia, una pérdida de concentración y de rendimiento. La calidad de la atención en estos casos es muy inferior.

El sentido común parece que indica,  o al menos eso enseña  la experiencia y la madurez, que la atención y el silencio funcionan de un modo simbiótico. La paradoja es que los dos son bienes muy escasos. La investigación confirma esta reflexión, el cerebro necesita el silencio porque internaliza y evalúa la información en esos tiempos de calma ¿Reivindicamos el silencio en la era del ruido y de las prisas, o el cerebro se está adaptando a un entorno más ruidoso, intenso, rápido? ¿Y en ese caso, qué papel desempeña la atención?

Hace años Milan Kundera llamaba la atención sobre el hecho de que, si estamos caminando de prisa y necesitamos recordar algo que se nos escapa, tendemos automáticamente a aminorar la marcha o a detenernos incluso. La prisa está reñida con el recuerdo, con la memoria, con la reflexión. Lo mismo ocurre con el ruido. Necesitamos un entorno silencioso cuando queremos recuperar determinados recuerdos o determinados valores. En definitiva, la cultura del ruido y de la prisa en la que estamos inmersos tiene contrapartidas. Deberíamos encontrar un equilibrio. No se trata de renunciar a las tecnologías, pero sí de ajustar su uso.

Internet es la jungla de los datos para la mayoría, aunque una selecta minoría ejerce el control y coloca las debidas señales de circulación en la Red, lo que requiere el diseño y trazado de complejos algoritmos. De lo cual se pueden derivar algunas cuestiones. Nunca hubo tanta información como ahora, parece que todo está al golpe de un clic ¿Qué le parece este buenismo que vende la libertad al acceso de la información, o el rechazo de la memoria porque todo está en Google? 

Los que llevamos décadas en el ámbito de la educación mediática hemos vivido el contraste entre las actitudes excesivamente apocalípticas ante los medios que predominaban en la era del cine y de la televisión, y las actitudes excesivamente integradas que han predominado durante décadas con la aparición de los nuevos medios. Hoy esos primeros sueños que identificaron plataformas y redes sociales con democracia y libertad se han desvanecido. A menudo las voces más críticas vienen precisamente de los entornos tecnológicos, de personas que quisieron construir y alimentar este sueño desde Silicon Valley y que se han visto defraudadas por la realidad. Es el momento de recuperar el equilibrio. Ni apocalípticos ni integrados. Reivindiquemos y aprovechemos las extraordinarias potencialidades de los nuevos medios y adoptemos actitudes críticas ante un uso que enriquece al mercado y no a las personas.


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