Por corriente que sea la mentira, su existencia nos plantea problemas que no siempre es fácil manejar. Para empezar si existe la mentira es porque puede hacerse pasar por la verdad, nadie mentiría si fuese por completo evidente que trata de engañarnos. Bueno, rectifico, eso es en teoría, en la práctica abundan los que mienten, aunque estén ciertos de que nadie les va a creer, está en su naturaleza.

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La mentira es un útil porque puede producir engaño y no existe si no hay esa intención de engañar. Una cosa es mentir y otra decir algo que de hecho sea  falso sin que sepamos que lo es. El caso es que, en política, la mentira tiene un bien ganado prestigio de eficacia porque, como decía Churchill, o eso se ha dicho, la mentira ha dado la vuelta al mundo cuando la verdad no ha tenido tiempo de ponerse los pantalones. La utilidad no es, sin embargo, la cualidad más valiosa de la mentira, con ser importante, porque, a mi entender, lo que la hace muy atractiva es la enorme cantidad de mentiras que cabe imaginar, la facilidad con la que pueden inventarse. Por eso los niños mienten con naturalidad, buscan protegerse y no tienen especial dificultad para encontrar una mentira aprovechable.

La mentira tiene la ventaja de que suele enfrentarse con la verdad ante árbitros corrompidos, ante quienes están dispuestos a aceptar como verdad lo que les conviene creer

Los adultos debemos tener más cuidado a la hora de mentir y por eso lo que nos preocupa al mentir es que nuestra mentira sea creíble. Los políticos mienten muchas veces de forma increíble, pero es porque saben que tiene a su disposición muchos creyentes, gente que desea no la verdad, sino lo que dicen los suyos, aunque sea algo falso de toda falsedad. Ocurre como en la famosa escena de Johny Guitar, “dime que me quieres, aunque sea mentira”.

La mentira tiene la ventaja de que suele enfrentarse con la verdad ante árbitros corrompidos, ante quienes están dispuestos a aceptar como verdad lo que les conviene creer. Por eso es importante que las mentiras políticas vayan apoyadas en supuestas verdades de fondo, que aparezcan como confirmaciones de lo que tomamos a pies juntillas como verdadero. Por ejemplo, si se cree con firme convicción que el cambio climático es una amenaza cierta, inmediata y terrible que sólo puede combatirse con ecologismo en vena será fácil admitir que la reciente Dana de Valencia es consecuencia del cambio climático, afirmación que, para empezar, libera de cualquier responsabilidad a quienes dicen estar empeñados en combatirlo sin descanso y lanza la acusación de responsabilidad sobre los llamados negacionistas, esa gente absurda que cree, por ejemplo, que de haberse hecho las obras hidráulicas necesarias la terrible aguada valenciana podría haberse zanjado con un número de víctimas harto menor y con daños más controlables.

Lo que esto quiere decir es que la mentira política nunca va sola, que siempre circula acompañada de lo que ahora mismo se suele llamar un relato, una historia que contiene las instrucciones lógicas necesarias para aceptar como verdadero lo que coincide con su música y para rechazar lo que se le opone. El colmo de la actitud favorable a la mentira política se sitúa en la posición que niega absolutamente la existencia de hechos y los entiende únicamente como fases o nudos de una interpretación, es decir que si un hecho no es conforme a la narrativa pasa a ser falso y si no existen hechos que la confirmen urge inventarlos. Por ejemplo, como recordaba recientemente José Carlos Rodríguez, se puede echar la culpa de la hambruna que pueda existir en un país cualquiera al capitalismo sin tener que reparar para nada en el dato, sin duda interesante, de que ese país está bajo un gobierno socialista radical.

En España y ahora mismo casi todo el mundo admite que Pedro Sánchez es un mentiroso compulsivo, salvo, claro está, aquellos que esperan poder darle su voto por los siglos de los siglos, porque creen que Sánchez representa el socialismo y es el único ser capaz de evitar que España caiga en manos de la derecha y la ultraderecha o de la fachosfera, como ahora dicen, ya que conviene ser verbalmente creativos para que las mentiras lleven el signo de la novedad y puedan ocultar su viejísima estampa.

Los optimistas pensamos que, como dicen que dijo Lincoln, se puede engañar a algunos siempre y a muchos con frecuencia, pero no cabe engañar a todos y siempre. Bueno, siempre, puede que no, pero con el tipo de mentiras del que estamos hablando llevamos ya unos cuantos años y no hay que descartar que su aceptación dure bastante más. La clave no está en la habilidad del mentiroso principal y mucho menos en la credibilidad objetiva de muchas de esas mentiras, que no pasarían el menor examen lógico e independiente, sino en la utilidad que de ellas se obtiene. El dinero, por ejemplo. Las mentiras políticas de Sánchez le han permitido aumentar los impuestos de manera casi continua y poder gastar muchísimos euros más que cualquier gobernante anterior, lo que hace posible que reparta fondos de manera muy arbitraria y favorecer mucho más, lógicamente, a sus seguidores.

Cualquier persona interesada en ver si esas mentiras contienen algo de verdad se preguntaría, por ejemplo, si se ha mejorado de manera visible alguno de los servicios que nos presta el Estado bajo el gobierno de Sánchez, si ha mejorado la economía de las familias, si funcionan mejor los ferrocarriles o la burocracia es más diligente y eficaz. Muchas personas no lo hacen así porque dicen, puede incluso que crean, que esas objeciones y otras similares forman parte de la retórica de la derecha con la que se supone que todo ha sido siempre peor, aparte de que, según estos, se perseguía a las mujeres, a los homosexuales y se reprimía la pluralidad española.

Tras ese juicio tan sumario los que prefieren a Sánchez piensan que no merece la pena seguir analizando nada y compensa creer a un político tan directo y bien parecido, además de sentir pena por él dado lo mal que lo trata la prensa de derechas y que hordas de extremistas quieren darle palos en cuanto pisa las calles. Con este relato, en efecto, Sánchez no sólo no miente, sino que es una especie de mártir del bulo ajeno, una verdadera víctima del fango y no como los de Valencia a los que ya dijo que, si necesitaban algo que lo pidieran, se ve que él mismo pensaba que no era para tanto.

En una sociedad que emite millones de mensajes por segundo puede ser fácil en ocasiones, confundirse y tener por falso a lo verdadero y viceversa. Pero si creemos en el progreso, tendremos que reconocer que mentir no sirve para nada, que es mera distracción y disculpa, y que es necesario que la preocupación por saber la verdad y poder decirla con claridad es la condición más importante de cualquier progreso. A Franco, que mandó construir en los años sesenta el nuevo cauce del Turia que ha evitado que Valencia capital haya sido arrasada, estuvieron a punto de engañarle con un modernísimo motor de coche que decían funcionaba con agua. Han pasado casi mil años de aquello, pero el motor de agua no funciona y el cauce del Turia sí, es la diferencia que hay entre la realidad monda y lironda y los relatos con los que se busca embaucarnos. Ustedes dirán si prefieren ser engañados o tener ideas propias que traten de ajustarse lo más posible a lo que de verdad importa.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web