Una de las razones por las que tenemos que desconfiar de los medios de comunicación es que nos hablan permanentemente de lo mal que va el mundo, cuando lo que podemos comprobar, sólo con salir de nuestra cueva y dejar de mirar las sombras que se proyectan sobre las pantallas, es que cada año es mejor que el anterior.
Es cierto que el discurso en torno al mundo ha sido secuestrado por el cambio climático. No es ya que sea cuestionable lo que nos dicen los organismos internacionales, los gobiernos occidentales, los medios de comunicación, sobre el clima y sus catástrofes, siempre venideras. Es que la desaforada atención a la cuestión es ya una manipulación.
Lo importante es que haya muchas más personas que podamos considerar ricas, y que compitan entre sí, cada una con su peculiar visión del mundo, por contribuir al debate público
Yo recuerdo la sensación de culpabilidad que se filtraba en los años 80 desde todos los medios de comunicación, y desde todos los líderes políticos, o muchos de ellos, con la sempiterna cuestión del hambre en Etiopía. En Etiopía había hambre, y la televisión nos lo mostraba con imágenes de niños sin pulso, con la tripa abombada, y con una nube de moscas esperando su momento. Sabíamos, y lo sabíamos porque es lo que nos decían, que la culpa de aquélla hambre era del capitalismo. Nunca entendí por qué, y no recuerdo que hubiera muchas explicaciones al respecto. Lo que nunca nos dijeron, o yo nunca escuché, es que el régimen de Etiopía era férreamente socialista.
Por lo menos, entonces, la pobreza era la preocupación que animaba el discurso de la indignación. Esa preocupación ha decaído. Thomas Piketty ha hecho mucho por volver a poner la cuestión en el debate público. En el ámbito académico no había decaído en absoluto, pero el catastrofismo climático o las identidades inventadas han copado el debate actual.
Eso sí, Piketty ha hecho un esfuerzo descomunal. Y es aún insuficiente, pues ningún empeño, por mayúsculo que sea, es suficiente para sustentar las tesis del autor francés. Su principal conclusión es que las rentas del capital han crecido más que el resto, y sugiere que con ello se ha producido una mayor desigualdad. Su tesis ha sido muy contestada por otros autores.
Se ha producido una novedad. Se ha publicado recientemente un libro titulado Richer and more equal: a new history of wealth in the west, escrito por Daniel Waldeström. Conocemos el núcleo de la tesis del libro gracias a un artículo que ha escrito el propio autor en VoxEU.
El autor observa que la desigualdad ha decrecido en el último siglo. Sabe el autor, que conoce bien la literatura al respecto, que no es el primero en observarlo. Pero ello no le resta relevancia.
El autor resalta que
A principios del siglo XX, el 1% más rico poseía más de la mitad de toda la riqueza privada. Entonces ocurrió algo. A partir de la década de 1910, la desigualdad de la riqueza empezó a disminuir, y así continuó hasta la década de 1970, cuando el porcentaje más alto se situó en el 20%. Esta es la «gran igualación de la riqueza» del siglo XX.
Esa caída en la proporción de la riqueza ha sido generalizada. Pero hay diferencias según las regiones; siempre las hay. Mientras que en el caso de Europa, la reducción de la desigualdad se ha detenido, en los Estados Unidos se ha revertido ligeramente en las últimas décadas. Aún así, los niveles de propiedad de los más ricos siguen estando por debajo de los que había a comienzos del siglo XX.
Por otro lado, ese descenso porcentual del uno por ciento más rico está acompañado, como cabe pensar, con la constatación de que el 90 por ciento menos rico ha progresado proporcionalmente.
Y digo proporcionalmente, porque estamos hablando de desigualdad y, por lo tanto, de comparaciones. Porque lo más relevante no es la desigualdad, sino la capacidad de la gente de cubrir sus necesidades, cumplir sus propósitos diarios, y planificar una vida para ellos y para sus hijos.
¿Qué explica esta extensión de la riqueza? Merece la pena volver a citarle:
Dos activos muy extendidos explican la acumulación de riqueza entre los hogares ordinarios: la riqueza inmobiliaria y los fondos de pensiones. Hace un siglo, la riqueza se concentraba en gran medida en activos agrícolas y empresariales, propiedad de una pequeña élite. Entonces aparecieron las reformas institucionales, políticas y económicas. El sufragio universal permitió ampliar la educación y mejorar las condiciones de trabajo, lo que a su vez aumentó la productividad de los trabajadores y les permitió empezar a ahorrar, primero en una vivienda y luego para la vejez. Hoy en día, los ahorros para la vivienda y las pensiones representan las tres cuartas partes de la riqueza privada en los países occidentales.
De modo que tenemos que bajar la mirada precisamente allí donde la cuestión es más interesante. Que no es en cómo viven los ricos, sino en cómo lo hacen quienes menos tienen. En una entrevista concedida a Human progress, Waldeström señala que “la principal fuerza que ha creado la igualdad a lo largo del siglo XX es la elevación de la base, permitiendo a la gente, a la gente normal ahorrar, crear riqueza, ya sea en vivienda o ahorrando para su jubilación. Y ese ha sido el principal motor de la igualación que hemos visto durante el siglo XX”.
Waldeström concluye el artículo con cinco ideas para los políticos. La primera es acabar con la mentalidad de suma cero. Ese es un pensamiento que se autodefine: suma cero, efectivamente. Tan es así, que está probado, como recogí también en Disidentia, que esa mentalidad atenaza las sociedades, y les impide progresar.
Las dos siguientes hacen referencia a la vivienda y al ahorro para la jubilación. La cuarta sugiere que se debe gravar el ingreso, pero no la riqueza. Waldeström es fiscalista y conoce bien los problemas que generan los impuestos sobre la riqueza.
La última idea la expone así: “Los individuos ricos pueden a veces aprovechar sus recursos para ejercer una influencia desproporcionada sobre los responsables políticos y los medios de comunicación. La mejor manera de abordar este problema no es limitar el crecimiento empresarial, sino proteger a las instituciones políticas y a los medios de comunicación de influencias indebidas. Unas medidas eficaces podrían incluir una mayor transparencia, normas más estrictas sobre las contribuciones a las campañas y apoyo a los medios de comunicación más pequeños”. Creo que lo importante no es eso, sino que haya muchas más personas que podamos considerar ricas, y que compitan entre sí, cada una con su peculiar visión del mundo, por contribuir al debate público.
Foto: Ryoji Iwata.
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