Existen en política, a fecha de hoy, dos formas en las que conservadores, democristianos y otras variedades de lo que tradicionalmente se ha dado en llamar la derecha, disputan el espacio político a sus némesis habituales. En España las tenemos perfectamente ejemplificadas en la forma de actuar del Partido Popular y Vox. Las primeros copian sin sonrojo, se mimetizan con los partidos de izquierda en cuanto a sus ideas, mientras que los de verde ponen el énfasis en el comportamiento beligerante, disputando las calles, como suele decirse, a todos aquellos dispuestos a entrar en la pelea.
Me llama poderosamente la atención que el líder del Partido Popular, Pablo Casado, reivindique que su partido deba adaptarse a la sociedad existente mientras deja a sus oponentes que la modelen a su gusto. La ingeniería social que el PSOE lleva ejercitando machaconamente, con el inestimable apoyo de otros partidos minoritarios en el pasado, a los que se unió en los últimos años el elenco podemita, ha convertido a los españoles en una corte de reyes, aristócratas y cortesanos totalmente desnudos y mentalmente castrados a los que un niño criminal, pero inapelable, con forma de virus mortal, señala mofándose y mostrando esas vergüenzas al resto del mundo. La mejor sanidad del mundo es una enorme mentira solo comparable a la de la generación más preparada de la historia. Con este panorama, el jefe del principal partido de la oposición asevera, sin dudar un ápice, que su partido debe adaptarse, que sus diputados deben defender las ocurrencias de esa sociedad, llena de imbéciles capones.
No existe pues, en ningún caso, voluntad real de mejorar la vida de los ciudadanos. La mejora se propondrá en tanto en cuanto mejore las posibilidades de progreso en la subida al sillón presidencial
Hemos llegado a un punto en el que ya no pediremos siquiera un estadista, un líder, un capitán que sepa gobernar el barco. Nos conformaríamos con alguien que de tanto en tanto propusiera algo, mínimamente reformista, desde una perspectiva constructiva. Ya nos parece una utopía un plan con 80 o 90 medidas que describan un modelo de sociedad encaminado a enterrar en el olvido esta dictadura encubierta y que defienda la Libertad sin complejo alguno. Transigiríamos con 15 o 20 puntos encaminados a levantar la bota del Estado de nuestros cuellos, para poder tomar un poco de oxígeno. Sin embargo, la alternativa que se dice viable deja bien claro que no es alternativa, que se conforma con ser alternancia, y no levantar demasiadas alfombras, por si acaso aparece alguna cucaracha. Siguiendo las tácticas del infame Rajoy, Casado no se opone. Espera.
Si unos han copiado, obviando sus ideas, si es que en algún momento las tuvieron, las propuestas de la izquierda, los otros copian su manual de estilo. La disputa agría, que recoge las tempestades de los vientos que la propia izquierda sembró, el enfrentamiento constante y sin cuartel, se va enraizando en el día a día político, copando las portadas de la prensa. Ante la izquierda frentista, aparece como una imagen especular la derecha reactiva, que no necesariamente reaccionaria, tratando de disputar su espacio, con las armas, las formas y el modus operandi propios de los discípulos de Marx y Gramsci. Los más chocante de todo este asunto es que tratando de diferenciarse en cada palabra, en cada gesto o incluso en la forma de vestir, acaben por copiar propuestas de fondo. Nada más cierto que afirmar que los extremos se tocan.
El ser humano actúa generalmente con reciprocidad hacia sus semejantes y los partidos políticos, que no son más que conjuntos de seres humanos, también. Esto, que puede ser una forma estupenda de mantener la paz y la armonía en la sociedad, cuando se ejerce desde el respeto a las libertades o a la propiedad, toma un cariz siniestro, incluso apocalíptico, cuando la correspondencia de comportamientos se produce en el marco de una lucha de poder. En realidad, no importa en absoluto quien empezó el juego. Es irrelevante si era de derechas o de izquierdas. La escalada estatista y de merma de las libertades se produce, en cualquier caso. Cuando decimos que el Estado ocupa todo el espacio que la sociedad le deja disponible, como si de un gas que se expande se tratara, es porque aquellos que quieren vivir de él o, aún peor, controlarlo, necesitan que así sea, puesto que la parcela que no ocupen ellos, la ocupará su rival político, mermando sus posibilidades de alcanzar el poder o de mantenerse en el juego.
No existe pues, en ningún caso, voluntad real de mejorar la vida de los ciudadanos. La mejora se propondrá en tanto en cuanto mejore las posibilidades de progreso en la subida al sillón presidencial. De lo contrario en el mundo existen países y sociedades cuyos casos de éxito podrían copiarse o, al menos, discutirse. No es el caso. Tampoco es un fenómeno únicamente español, no hay más que echar un ojo a la UE, a Sudamérica o a los Estados Unidos. Varían los actores, pero el argumento es el mismo.
Foto: European People’s Party