No es fácil ser una persona de progreso. Exige estar en todo momento a la última. Informarse sobre qué posturas podemos seguir manteniendo y cuáles han caído en desgracia porque nos hemos dado cuenta, se han dado cuenta, de que en realidad son carcas.
Además de prestar atención a las últimas novedades en posicionamiento progresista, el hombre o la mujer actual tiene que demostrar una agilidad y una flexibilidad moral asombrosas. Hay que saber jugar al Enredos (mano izquierda en rojo, pie derecho en azul) sin caerse. Y adoptar posturas que desafían la morfología humana, con plena tranquilidad y resuelta entereza.
Uno se plantea si las afganas, quizás, son menos mujeres que las redactoras de S Moda. Pero no. Lo importante es “el contexto”; es decir, el uso político que se le pueda dar
Cualquier muestra de una cierta compostura, o una mínima coherencia, es una renuncia al esfuerzo sin término por rezar el último credo progresista; una concesión al más acendrado conservadurismo. Los cristianos tienen su credo desde el Concilio de Nicea (325), que así son de carcas. El progresista acepta la buena nueva todas las semanas, habitualmente en El País Semanal, o en el XL Semanal del ABC.
No ha sido en ninguna de estas revistas, sino en el S Moda de El País, donde una periodista especializada en moda ha alertado a sus lectores, en un artículo trabajado, informado y bien escrito, sobre el peligro que corren de caer en una congruencia. Vendría a ser algo como: “Somos feministas, in sha Allah, y estamos a favor de la liberación de la mujer. Por eso creemos que ella puede economizar en tela, y mostrarse cuanto quiera, sin pensar en el escándalo, eufemismo de rectitud, de los varones. Y la minifalda es el epítome de la liberación de la mujer. Lo opuesto es la vestimenta impuesta por el hombre, que le cubre por completo, o casi, para no despertar el interés de otros, o la coquetería propia. Las imágenes de los años 70’ de las afganas liberadas son la imagen de la libertad que ahora le faltará a las afganas cinco décadas más tarde. La civilización anuncia su retirada el último día de agosto, y cuando caiga el polvo de tanques y camionetas, veremos por Kabul a la nueva mujer afgana escondida tras un trapo azul o gris”.
Es comprensible caer en esta congruencia. Por eso necesitamos alimentarnos con advertencias como esta: “El uso político de la prenda alimenta grupos ideológicos desde hace años”. Ideológico, ¿de quién? Rosalyn Warren nos lo precisa: son imágenes “ampliamente compartidas en grupos antislamistas en la red” (…) “Esas fotos de las mujeres afganas en minifalda siempre se hacen virales en espacios de extrema derecha porque la gente que las comparte son algunos de los mayores apoyos de Trump”. Y podemos tolerar el Burka, pero eso no.
Uno se plantea si las afganas, quizás, son menos mujeres que las redactoras de S Moda. Pero no. Lo importante es “el contexto”; es decir, el uso político que se le pueda dar. Otro autor citado por la revista precisa que se confunde la libertad con los centímetros de piel al sol de las afganas, y no con “derechos sociales, políticos y económicos, como el acceso a la sanidad”. Los talibán, parece, van a erigir los derechos sociales con un AK 47 al hombro.
La fotógrafa yemení Boushra Almutawakel no había tenido la oportunidad de hojear S Moda cuando ideó, realizó y publicó una de sus obras, pero para entonces ya había realizado la actualización del discurso.
Almutawakel publicó en Instagram una serie de fotografías (hay que dar al cursor para verlas todas), que se puede interpretar como una alegoría de la retirada de las tropas aliadas en Afganistán. Cada nueva foto es un paso más hasta el 31 de agosto. Una mujer, su hija y su muñeca posan en imágenes sucesivas, en las que sus ropajes son más oscuros y cubren más a las modelos. La última imagen es una tela negra sobre fondo negro.
Pero Almutawakel no comenzó mostrando la minifalda.
Foto: Anton Mislawsky.