Fiel al aserto “Qui resistit, vincit”, quien resiste, gana, Cifuentes pretendió lograr un imposible metafísico: sobrevivir a los designios de los dioses; es decir, del establihsment. La primera gran pieza, la Comunidad de Madrid, debía caer en manos de un futuro gobierno controlado por Ciudadanos. Un aldabonazo clave de una operación mayor en curso. Estaba ya escrito, como otras muchos sucesos que están por venir. Aquí el dogma de Sinuhé, el egipcio se invierte: el oro no es en absoluto polvo a nuestros pies, es la razón de nuestra existencia. Y del mañana todo se sabe.

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Cifuentes pretendió trascender su naturaleza oportunista, sin comprender que había llegado hasta la presidencia de la CAM por otro designio de los dioses. Creyó que una vez en el poder le sería posible asumir las funciones propias del mismo para volverse inexpugnable. Olvidó que había escalado posiciones precisamente porque se lo habían permitido y que, en consecuencia, nunca podría trascender su propia naturaleza.

Hoy en España no hay mejor garantía para alcanzar el poder que tener algo que ocultar. Ni mayor impedimento que un pasado inmaculado

Quien nos abre una puerta cerrada bajo siete llaves también puede cerrárnosla. De hecho, cuando la abre es porque sabe muy bien quién es el que pide paso. Conoce sus obras y milagros, sus pecados, sus deslices, sus debilidades. Es un seguro, la garantía de que una vez en el poder, jamás podrá revolverse contra los que conspiraron para favorecer su ascenso. Hoy en España no hay mejor garantía para alcanzar el poder que tener algo que ocultar. Ni mayor impedimento que un pasado inmaculado.

El resto no es más que la repetición del viejo guion de siempre. Colarle al público como periodismo de investigación lo que no son más que filtraciones otorgadas a dedo. Y es que en España casi no hay periodistas, lo que abundan son los chicos de los recados; y no hay diarios sino empresas de mensajería encubiertas. Antes al menos se guardaban las formas, y se construían los mitos, los llamados periodistas de raza. Así la filtración parecía un ejercicio virtuoso de vigilancia hacia los poderosos. Hoy ni siquiera eso. Cualquier tuercebotas sirve para desvelar un secreto y mandar por el sumidero las ambiciones líquidas de un personaje ya amortizado o que ha perdido el norte. Sucedió con Rodrigo Rato y otros muchos.

Así funciona la política, el periodismo y los negocios en España. Y en realidad casi todo. Se llega a lo más alto por oportunista y se cae en desgracia cuando se olvida que la posición alcanzada sin mérito es un regalo envenenado, una vulgar servidumbre envuelta en terciopelo. Cifuentes olvidó quién era realmente y de dónde venía. Quiso resistirse a lo inevitable, a las reglas de la política basura y trascender su propia naturaleza oportunista. Y fue decapitada políticamente.

Con todo, lo peor es que los ciudadanos hemos tenido que soportar durante semanas, además de la vergüenza ajena, el show de unos medios convertidos en correa de transmisión de facciones enfrentadas en desigual batalla, de correveidiles y pelotas, de personajes de segunda y de tercera que unen su futuro a la estela de las Cifuentes de este mundo, que son muchas. Casi un mes de clickbait, con su consiguiente desplome de las pujas publicitarias ante semejante inflación de basura informativa; de capítulos de un drama que era en realidad una farsa. Todo el pescado estaba ya vendido. Pero no importaba. También el esperpento servía, y sirve, para mantener a la gente entretenida, hablando de cualquier cosa que no sea de verdad peliaguda. Para eso están los medios, para ocultar detrás de su dedo acusador la basura.