Carlos Estéban tiene 56 años. Muchos de esos años los ha dedicado al periodismo, donde ha tocado todos los palos, desde la radio a la televisión y desde el papel a Internet. Entre otros, estuvo 15 años en el principal diario económico español, Expansión, y, según él mismo afirma, con ese tono sarcástico que le caracteriza, salió de allí “sin haber aprendido una palabra de economía”. Como muchos periodistas, se ha hecho autónomo y colabora en diferentes medios “y lo que surja”. Pero la razón de esta entrevista poco tiene que ver con el periodismo, porque Carlos Estéban es un periodista peculiar. Culto, leído e inquieto, añade a su trabajo un poso intelectual bastante infrecuente en un oficio donde pensar no está de moda. Cuando le conoces no sabes si es un periodista con una fuerte pulsión intelectual o si en realidad es un intelectual travestido de periodista. Y no me he podido resistir a la tentación de charlar con él sobre un tema que a ambos nos apasiona: los cambios culturales en Occidente. Creo, modestamente, que el resultado de esta entrevista, gracias al entrevistado, es más que interesante.
¿Cómo es posible trabajar durante 15 años en un medio de información especializado en economía y salir de allí sin saber una sola palabra de economía?
Sí, fue mi hazaña más importante en la profesión.
¿Está la sociedad actual renegando de su pasado? ¿No parece incluso dispuesta a dar un salto al vacío y desconectar completamente de sus propios orígenes?
Está desconectando de una manera bastante evidente. Y voy a empezar con una referencia que no es precisamente culta sino absolutamente popular. Los que hayan visto la película Gladiator recordarán la escena de la entrevista del protagonista con el emperador Marco Aurelio, que hace aquí el papel que podría ser el del occidental moderno, pesimista sobre sí mismo y sobre la propia misión de su civilización. Y el protagonista, Máximo, de forma muy vehemente, porque él sí que está en la frontera y ve realmente lo que hay al otro lado y dice: “Roma es la luz, Roma es la luz”. Y eso es de lo que nosotros no queremos darnos cuenta. Nosotros somos un poco como ese Marco Aurelio de mentira de la película: la desconfianza sobre nosotros, sobre nuestra civilización.
Pero aquí hay dos cosas, separables pero bastante unidas. Por un lado, es lo que dices tú, la renuncia a nuestra civilización. Y, además, no sólo renuncia, sino que usamos la propia civilización, las propias bases de esa civilización, para negarla. Pero también hay algo que es más profundo, que va más lejos que es una especie de negación de la realidad. Ahí ya podíamos entrar en la realidad biológica, la realidad económica, casi física, que se intenta negar prácticamente todos los días. El aspecto sexual, por ejemplo, es uno de los que más estamos viendo de forma constante. Pero esto tiene cierta antigüedad. Empezó en la Ilustración, por ejemplo, el “mito del buen salvaje” no es otra cosa que decir que realmente quienes son buenos son los que no están civilizados. Es la tesis que eligió Rousseau porque es un pobre hombre y quiere hacerse famoso. Se presenta a un concurso y para brillar elige casi por instinto llevar la contraria. Y de ahí sale El contrato social que tuvo mucha influencia… esa idea de que todo lo de fuera es mejor, que el que está más en contacto con la naturaleza está muy por encima de nosotros y nos puede mirar por encima del hombro. Y también esto tiene relación con un sentido de culpa. Nosotros somos una sociedad cristiana y la culpa juega un papel esencial en nuestra psicosis colectiva. Y al hombre blanco, concretamente, se le ha hecho sentir muy culpable de forma, digamos, más reciente, con el tema de la colonización. Ha conquistado el mundo y se siente culpable porque, evidentemente, ha cometido todo tipo de atrocidades, como es lo normal en la humanidad. La única diferencia es una cosa que decía, por ejemplo, Gandhi, cuando hacia esa resistencia pasiva de no nos vamos a mover, esa especie de huelga universal que también incluía huelgas de hambre. El propio Gandhi confesó: yo no podría hacer eso si no pensara que los británicos tienen una conciencia moral. Imagínate que eso lo hace uno contra un tipo como Hitler. Diría: venga, muérete. ¿Qué problema tengo? Ninguno. O contra Gengis Kan, para no utilizar el goodwin típico. A un enemigo del mundo clásico previo a lo que es Occidente, a la cristiandad, eso no le serviría de nada. Es decir, si los pueblos indígenas y los inmigrantes nos pueden avergonzar, si sirve llamarnos xenófobos es expresamente porque cuentan con esa conciencia.
Hay una cosa muy divertida que consiste en rascar un poco en la realidad china, que es una civilización como la nuestra, muy antigua y muy completa en todos los aspectos, ¿no? Pero tú intenta llamarle a un chino xenófobo. Te miraría como diciendo “¿Qué? ¿Qué me estás diciendo? ¡Tengo el deber de pensar antes en los míos que en los otros, naturalmente!”. Es decir, están acusándonos de algo que para el resto del mundo es algo bueno, es una virtud.
Y otra cosa que se nos está olvidando es que partimos de una imagen… sabes eso de que cuando tú te miras al espejo te sorprendes de ver lo mayor que éstas, porque cuando tú piensas en ti mismo sin verte piensas en diez años atrás, en el cuerpo que tenías diez años atrás. Pues nos pasa un poco parecido, en el sentido de que pensamos en ese Occidente dominador, muy superpoblado de hace cincuenta años, cien años. Pero occidente es cada vez menos rico, tiene cada vez menos peso en el mundo, poblacionalmente ni te cuento. Y los demás países no van por ahí, van a otro rollo. Esa es la cuestión.
Entonces, ¿tú cree que a Occidente le quedan dos telediarios?
Sí [risas]. Es muy difícil sobreponerse a esto. Cuando miras históricamente, los pueblos que han entrado en esta espiral de pesimismo y autodestrucción, como decía Arnold J. Toynbee, las grandes civilizaciones no mueren de muerte natural ni las asesina nadie, sino que se suicidan. Creo que sí, que hay una pulsión de muerte en Occidente que es muy obvia. Y lo vemos en todo. Preferimos cualquier cosa de fuera, cualquier cosa anormal, cualquier cosa anómala que lleve a la muerte o a la exterilidad. Piensa en qué cosas tienen éxito hoy…
Hago un inciso para colocarte el balón. Por ejemplo, las plataformas de películas y de series, como Netflix. El tono general de muchos de sus contenidos es el Apocalipsis, el fin del mundo, algún mal extraño que aboca a la humanidad a la desaparición y ese tipo de mensajes. En este sentido, un intelectual, un hombre ya bastante mayor pero muy inteligente, me decía recientemente que la sociedad parece haber perdido la alegría: está obsesionada con la muerte.
Ahora que hablas de los relatos de terror. Hay una serie de tipos en la literatura de terror que equivalen a los mitos modernos. Tenemos a Drácula, que es el vampiro; tenemos a Frankenstein, que es una creación muy del siglo XIX; Y ¿cuál es el nuestro, el de nuestra época? El zombi… Es perfecto, define nuestra época. Somos una sociedad que se ve a sí misma como zombi. Que ve que su futuro es el del zombi. Un montón de tipos sin cerebro que vagan, que son dañinos. En otro sentido, es un poco lo de Sartre, que el infierno son los otros, que vemos a los demás como esos zombis. Eso es un poco el pesimismo que vivimos en occidente. Es absurdo porque nunca se ha vivido tan bien como hoy. Precisamente, las herramientas con las que estamos atacando y destruyendo esa maravillosa muralla de Occidente son las que nos ha dado el propio occidente. Es la libertad lo que estamos utilizando para acabar con la libertad. Es la igualdad de oportunidades lo que estamos utilizando para acabar con la igualdad oportunidades. Y así sucesivamente.
Respecto de la idea de Sartre, de que el infierno son los otros, cuando algo nos molesta, algo va mal, hay corrupción o cualquier problema, todo el mundo se sitúa al margen, como si no formaran parte de una sociedad. Y una vez al margen, argumentan “es que la sociedad es un desastre”. Y yo soy de la opinión de que la “masa” suele ser bastante más inteligente que las élites, que quienes a menudo se equivocan son precisamente las élites.
No me cabe la menor duda. Yo que no soy especialmente demócrata, quiero decir, en el sentido de entender “democrático” siempre como un sinónimo de bueno. Y me parece que además los inventores del sistema no lo preveían así. Sin embargo, soy profundamente democrático, digamos, de base, en el sentido de que creo mucho en la sabiduría de la gente, de la comunidad. Pero tiene que ser dejada un poquito a su bola. La fabada, digamos, es un producto de la democracia en el sentido de que ¿quién es el autor? La catedral de Burgos es un producto de la democracia porque ¿quién es el autor? No es una cuestión de un individuo que se ha impuesto sobre todos los demás. Lo importante no era el individuo, era la obra. Y la coordinación de voluntades se hacía de una manera fácil, porque todos estaban en el mismo rollo, pensaban en los mismo, tenían el mismo objetivo. Hay un problema, que es el individualismo, que los liberales… bueno, es que, claro, decir liberales, hay tantas tribus liberales que generalizar es imposible… pero si podría decir que algunos liberales más conocidos presentan una especie de desprecio a la comunidad o a las entidades comunitarias. Eso que dicen de que la sociedad no existe, bueno. En síntesis, en un sentido obvio no existe, pero también puedes decir que el individuo no existe. Es decir, tú no te explicas por ti mismo. Tú eres el producto de una comunidad; en el sentido biológico, de una coyunda; pero en el sentido cultural lo eres de lo que has leído, visto, aprendido… esto es, de una sociedad. Con lo cual vamos a evitarnos esas exageraciones randianas.
Por ejemplo, tenemos un desafío muy grande en Europa que es el nacionalismo. El nacionalismo, como todo lo que acaba en ismo, puede significar muchas cosas. Pero vamos a ponerlo como una especie de exageración. En ese sentido es una amenaza, igual que el socialismo. Pues al nacionalismo precisamente se le intenta contrarrestar con un universalismo, con un globalismo absurdo en el que nadie cree. Decía Maistre: yo nunca he visto hombres, nunca en mi vida. He encontrado alemanes, he encontrado franceses, pero no he encontrado hombres sin más, sin ninguna etiqueta o algo que les represente colectivamente. Existen, en algún sentido al menos, algunas lealtades colectivas. Entonces, cuando para contrarrestar esa amenaza del nacionalismo, que es una amenaza real, se va hacia el globalismo, lo que estás ofreciendo es nada. Por ejemplo, el caso español, que es muy obvio. Tenemos unos tipos, los procesistas catalanes y, ahora un poquito menos, los vascos a los que se les permite una exaltación de la nación que en cualquier Estado sonaría directamente nacional socialista. Si sus actos, lo que dicen, sus aspavientos los trasladáramos directamente a España diríamos ¿pero esto qué es?… Pero, ¿por qué sucede esto, además de por el dinero? Porque unas regiones que han tenido un regionalismo, una cierta historia, ahora se encuentran en medio de un país que se odia a sí mismo.
Lo que me preocupa es que hay mucho liberal que sí, que le dice al socialista que es idiota si piensa que la gente va a trabajar para las necesidades ajenas y no va a tener ningún incentivo para sí mismo, porque la naturaleza humana no es así. Eso lo han entendido muy bien. Pero ¿por qué no se dan cuenta que la identificación colectiva también es un instinto humano? Si ves que la gente lo busca, se refugia en identidades colectivas, ¿por qué no le das una pequeña salida natural para no ahogar ese instinto y que fluya con naturalidad? Pues lo mismo con el patriotismo. Un patriotismo normal y corriente, como el que podrían tener, no los nazis, sino al revés, los que vencieron a los nazis. Un patriotismo normal y corriente, como el que podría tener Churchill, De Gaulle… Todo el mundo entendía que es bueno, que es sano y, sobre todo, que es natural preferir lo propio a lo ajeno, estar más con lo familiar que con lo extraño. No estás metiéndote con nadie, simplemente prefieres lo propio. Como decía Chesterton, el soldado no lucha por odio contra el enemigo sino por amor a lo que deja detrás. Si España no se hubiera convertido en una palabra sucia sería más fácil canalizar ese instinto normal. Si tú eres un catalán y te encuentras que el resto del país se avergüenza de ser español, y a ti te dicen “tú eres catalán, que esto es la bomba”, es mucho más fácil. Primero, el gran atractivo del colectivo es la simplificación, hay un gran enemigo, la causa de todos los problemas es ese enemigo y no tienes que complicarte mucho la vida. Y segundo, de todo lo que te pasa la culpa no la tienes tú. Es lo mismo que pasa con el feminismo. El feminismo dice a las mujeres: ¿te va mal?, no te preocupes. No es que seas un desastre o que seas vaga, es el heteropatriarcado, que está constantemente conspirando para que tú nunca llegues arriba. Lo mismo para cualquier cosa. El antirracismo no es antirracismo, es decir, no es lo contrario del racismo. Es un racismo invertido. Le dice a las otras razas: no hagáis el menor esfuerzo por salir adelante porque no os va a servir, en realidad hay una conspiración de los blancos que no os van a dejar subir.
Una vez, hablando con unos tipos bastante interesantes, un grupo negro americano supremacista pero en sentido positivo, sin pasarse, yo les decía que, aunque fuera verdad todo, que tu problema fuera que los blancos no te dejan, sería poco práctico actuar sobre eso. Sería mucho más práctico que creas que tú tienes la culpa, porque harás por mejorar. Y me decían: “exactamente ese es nuestro problema. Y exactamente eso es lo que tratamos de decirle a nuestros hermanos; coge, levántate y emprende. Deja de mirar al blanco todo el rato, porque ese es nuestro problema, que estamos mirando al blanco todo el rato”. Esos colectivos que te dicen que tú no tienes la culpa y que el mal es unitario. Y además, ese mal nunca es nadie concreto, porque ¿quién es el patriarcado? Nadie. Entonces, como no es nadie me sirve de justificación constante. Porque si el enemigo es Francia y vences a Francia, pues se te ha acabado la excusa. Pero si es el patriarcado, ¡qué bien!, porque sabes que no existe.
Y así puedes decir que sí, que vas ganando, pero siempre queda mucho por hacer, ¿no?
Sí. Y luego otra cosa más de andar por casa, más fácil de entender. Si tú le das a un tipo un cargo, una sede, una secretaria, un coche, un prestigio para que solucione un problema, no lo va a solucionar nunca. Porque piensa: “el día que solucione ese problema, estoy perdido”. Entonces, esa frase que decías, que todavía queda mucho, es lo que te van a decir todos, que todavía no hemos superado la sociedad heteropatriarcal. Porque ¿qué vas a decir si te vas a quedar sin chollo?
Esa es la trampa de la tecnocracia, saber que en todo conflicto existe un umbral mínimo que no es posible reducir. ¿no?
Donde más se repite, yo creo, es en la violencia de género. Es decir, “nos están matando”… las cifras de mujeres muertas a manos de sus parejas, exparejas o lo que sea, lo voy a decir, aunque suene horrible, son cifras estadísticamente muy reducidas. Gracias a Dios, tenemos un país que en esto es, digamos, un ejemplo. Pero, claro, cada mujer [asesinada] es una tragedia. Y decir esto parece que estás insultando a cada víctima. Y así es imposible hablar. Por ejemplo, sale la exalcaldesa de Madrid en un debate y dice: estamos muy contentos porque este año sólo ha habido 16 homicidios en Madrid, pero el drama es que cinco son mujeres. Y dices, ¿perdona?, ¿usted se oye? Está por un lado alegrándose de los 16 homicidios, pero los cinco que son de mujeres son un drama.
Los otros no, esos están bien muertos.
Estamos ya en unos niveles de absurdo… Ahora ha salido una revista satírica. Y yo no sé cómo van a hacer para llenarla, porque toda la actualidad es pura parodia.
Lo preocupante de todo es que estamos pasando de las anécdotas a las leyes. No me gusta hablar de conspiraciones, pero ¿esto es un cambio cultural inducido, no espontáneo?
Esto de las conspiraciones es un tema bastante interesante. Hace poco se publicaron unas instrucciones de la CIA de los años 50 para poner de moda el tema conspiranoico, la teoría de la conspiración, para retratar como loca a cualquier persona que hablara de conspiración. Es obvio que las conspiraciones existen, como también es evidente que no puede haber una conspiración internacional, duradera, omnipresente. Pero, primero, sí hay conspiraciones menores. Es lo más fácil del mundo que tú y yo nos pongamos de acuerdo tomando un café y luego lo neguemos. No hace falta más. Eso ya es una conspiración. Pero es que ni siquiera hace falta una conspiración: bastan las confluencias de intereses. Tú y yo podemos tener el mismo interés y no tenemos ni que hablar. Y vamos a hacer leyes o actuar en nuestra área de poder en el mismo sentido, de tal manera que desde fuera puede parecer que estamos conspirando. Y no, no estamos conspirando porque ni nos conocemos. Pero tenemos una confluencia de intereses. Por eso, en el globalismo, si eres un financiero las fronteras son un rollo, un coste. Distintos ordenamientos jurídicos son una pesadez. No puedes mover los capitales con la misma estrategia. Si eres una multinacional, pues es evidente que quieres la mano de obra más barata posible… En fin, hay una serie de cosas que no son difíciles de pensar y de ver porque, de repente, todas las multinacionales se vuelcan en lo mismo…
Por ejemplo, hay una organización muy interesante que se llama Global Compact [organismo de la Naciones Unidas], donde participa Gillette [Procter & Gamble], en el que están presentes grandes multinacionales que suscriben determinados postulados. Y es interesante, porque esos postulados son en muchos aspectos pura Corrección Política.
Claro, es que es increíble. Yo te aconsejaría que siguieras en Twitter una cuenta que se llama Woke Capital. Lo que hace es sacar anuncios o noticias de grandes empresas conocidas por todo el mundo que están todas, todas, lanzadas de lleno a los mensajes, no puedo decirlo de otra manera, de Podemos. Eso es un desarrollo muy divertido de nuestra época, porque venimos de una época en la que estaba muy definido el tema derecha-izquierda. Y había un tipo que decía “yo desconfío de las empresas, pero confío en el Gobierno”. Y había otro que decía: “Yo desconfío del Gobierno, pero confío en las empresas”. Y ahora resulta que los dos están en lo mismo. ¿Te acuerdas de ese dicho que lo que es bueno para General Motors es bueno para América? Bueno, pues ahora el conservador se da cuenta de que la empresa, a la que siempre ha defendido, y que prácticamente no podía “pecar”, le está dando por… le está fastidiando lo que siempre ha creído. Y al revés, un “rojo” de ahora, que está acostumbrado a pensar que todas las multinacionales son el mal, ve que las multinacionales están apoyando y financiando todo lo que él cree…
No hace falta una conspiración. En parte, todavía resulta un poco extraño. Pero todo lo que vaya en favor de la liberación de la mujer o la disolución en general de la familia, favorece bastante a la empresa. A corto plazo, claro. Porque las empresas siempre tienen que pensar a corto plazo. Uno no sabe si va a seguir siendo el CEO de una empresa dentro de 10 años. Me interesa el hoy. Y eso es otra cosa que ha cambiado mucho en el capitalismo moderno. En el capitalismo antiguo, un tipo podía pasar muchísimo tiempo en una misma empresa. Ahora es mucho más fácil, mucho más usual pasar de una a otra.
También, antes, como decía Soichiro Honda, había empresas (gente) que amaban lo que hacían.
Sí, eso también es muy importante.
No sólo les preocupaba acabar en el Salón de la Fama o ganar dinero, sino también hacer cosas que podían cambiar el mundo.
Sí, pero ahora quieren cambiarlo en otro sentido. Entonces ves que, bueno, yo me estoy cargando a mi cliente futuro, porque estoy procurando que no se tengan hijos, apoyando políticas que van totalmente en contra de la natalidad. Pero me da igual. Dentro de diez años quién sabe donde estoy yo. Ahora estoy aquí y tengo que dar unos resultados mañana. Y mis empleados tienen que estar enfocados en la empresa y no en la familia. Si el sueldo que tengo que pagar a mi empleado es el mínimo para el mantenimiento de la familia, si el empleado es él solo, pues le tengo que pagar mucho menos. Y sin son un matrimonio que para vivir necesita 100, con que le pague 50 a cada uno me vale. Es un cálculo sencillo. Por eso derecha e izquierda están que no saben muy bien a qué atenerse. Estamos en un momento de cambio muy divertido e interesante donde las etiquetas se utilizan más que nunca, pero significan menos que nunca.
También, esta corrección política en la que todos parecen ponerse de acuerdo, tecnócratas y multinacionales, generan luego reglas que pueden asumir las empresas grandes y potentes, por su economía de escala, pero no las pequeñas empresas o las que empiezan. Y les sirve a las grandes para poner barreras de acceso. Porque, por ejemplo, ahora trasladar la regla de la igualdad efectiva a la pequeña empresa es inasumible para ésta. Al pequeño empresario le da igual hombre o mujer, lo que está buscando es el profesional que necesita con urgencia. Si le empiezas a quitar opciones… Eso lo puede hacer Google, la General Motors, pero Talleres Paco…
Es exactamente como las regulaciones. La gran empresa ama las regulaciones. Hace lobby para que haya regulaciones. Porque si tienes X, muy poquitos empleados, has de tener un responsable en riesgos laborales. Y claro, el típico empresario que sale con los números muy medidos ya no puede salir, porque no puede pagar a uno más que va a mirar los riegos laborales, cuando estamos aquí en una mesa trabajando. No puedo pagar un sueldo para alguien así. Y así vas poniendo más cositas, necesitas un biólogo para no sé qué. Lo he visto en proyectos. Una empresa grande puede tener un gran departamento, por ejemplo, de Diversidad. Los hay. ¿Un departamento de Diversidad? ¿Unos tíos trabajando en la empresa para que dentro de la empresa haya suficiente diversidad y tal? Bueno, se lo pueden permitir, no sé, como cuestión de prestigio. Para ellos es nada y quedan bien, pueden sacar fotos muy bonitas. Y mira, tenemos un chino, un transexual, un transespecie que se cree cebra… Pero, claro, una empresa pequeña está perdida. Con eso te quitas de en medio a todas las pequeñas empresas que, como son pequeñas, son las más ágiles y la gran amenaza para tu gran empresa. A una empresa pequeña le echas una bronca porque algo ha salido mal y es que se pone a tus pies y te lo soluciona enseguida, porque un cliente para ella es muy importante. Pero a Telefónica, que yo la mande a la porra le da igual porque no es nada. Son como el Estado en ese sentido.
Varios intelectuales, especialmente norteamericanos, consideran que la generación Baby boomer es una generación sociópata, porque sus integrantes cogieron un mundo que iba bien, que crecía en riqueza y bienestar sin tasa, y en lugar de pensar en el futuro, lo ordenaron de tal forma que pudieran disfrutarlo lo más posible mientras ellos estuvieran vivos. Ahora, la generación que está tomando el relevo, la generación Millennial, que también ha disfrutado de ese confort y han sido mimados por los boomers, los ven como unos terribles egoístas. ¿No crees que ahí está el sarampión que estamos padeciendo ahora?
Los Baby boomer han vivido el periodo de prosperidad y paz… ¡paz!, que eso es muy importante, más largo de la historia. Porque estuvo la Guerra de Vietnam, sí, pero en Estados Unidos siguieron viviendo como siempre, las tiendas abiertas, la gente no tenía sensación de guerra en absoluto como la pudo tener con la Segunda Guerra Mundial o la Primera Guerra Mundial, y no digamos la Guerra de Secesión. Normalmente una generación llega a los 50, que es la cima del poder cultural. Y poco a poco, sus hijos van sucediéndola en ese poder cultural. Y nos encontramos que los Baby boomer, cuando son jovencitos, arrebatan a sus padres, a la gran generación que había luchado en la Segunda Guerra Mundial, ese poder cultural… ¡y no lo sueltan! Todavía hoy lo conservan. Esos que decían “nunca te fíes de nadie mayor de 30 años”, tienen ahora 60 o 70 y no sueltan el poder. Ellos siguen siendo la modernidad. Para mí la imagen es The Rolling Stones todavía en los escenarios… todavía son “lo moderno”. O sea, han congelado la modernidad, que era una cosa que significada “lo de ahora”. La cogieron y dijeron “es nuestra”. La modernidad es lo que nosotros decimos que es moderno. Ni siquiera el Rock ha desaparecido, en el sentido de convertirse en algo ya clásico. No, no, el Rock sigue ahí, ¡los viejos rockeros nunca mueren! Vamos a ver, os habéis cargado una generación, que es la X, que ha desaparecido, porque la boomer no quería soltar…
Eso es muy interesante. Pero ¿qué sucedió para que esa generación, la generación X desapareciera precipitadamente? Es como si sus hijos, de repente, les dieran a sus padres dos sopapos y les dijeran: “Os quedáis ahí castigados. Y ahora todo para mí”. ¿Qué tuvo que pasar para que eso se produjera? Porque ese es un gran vació que nadie ha sabido explicar.
Todos los fenómenos son policausales.
Si, todos son policausales, pero en los casos anteriores se podía ir uniendo puntos y obtener un dibujo mejor o peor. Pero el caso de la generación X es un misterio insondable.
Imagínate que eres un Boomer; es decir, estás viviendo la mayor ola de crecimiento y prosperidad de la historia, has robado el cetro de la cultura a tus padres, lo que te gusta a ti en música es lo que se oye a todas horas y tienes todas las chaladuras del Festival de Woodstock y Mayo del 68, es decir, utopías…
Y la Declaración de Port Huron, que es verdaderamente para leerla.
Claro. Todas esas utopías, que son una especie de herencia del cielo cristiano. Eso, en las generaciones siguientes, sobre todo los Millennials, han vivido las consecuencias indeseables de todo eso. Son hijos del divorcio, hermanos del abortado, de la revolución sexual. Ven que nada de eso ha funcionado, que los celos siguen existiendo y que todo sigue siendo igual. Entonces tienen los mismo, porque no han vivido ninguna otra cosa, creen en eso. Como Houellebecq. Houellebecq es el verdadero cronista de nuestro tiempo, ¿por qué?, porque no cree en lo anterior. No es un tío de derechas, no es un reaccionario o, mejor dicho, es un reaccionario sin causa. Es un tipo que dice: esto que me habéis dado, queridos padres boomers, es una mierda. Y lo puedo decir, lo puedo contar además como un novelista, contándolo en el detalle… pero no propongo nada, no propongo una alternativa. No creo en ello, me habéis quitado esa fe y la vuestra la he perdido también, porque se ha demostrado falsa. En el cine, por ejemplo, ese sería Paolo Sorrentino. ¿Has visto La grande belezza? Es eso. Este es un tipo que se ríe maravillosamente de todo esto, pero no cree en nada…
Entonces, ¿estamos dando un salto al vacío ahora mismo? Es decir, en occidente nos cargamos todo lo anterior pero no sabemos a dónde vamos. Como decías tú antes, nos cargamos el Estado nación porque a lo que hay que ir es hacia el globalismo… pero ¿el globalismo qué es?, ¿en qué consiste exactamente? No hay nada tangible. Le puedes quitar a alguien la identidad, vale, pero entonces le tienes que dar algo. Porque, ya para terminar, quitar todo eso y dar a cambio la Corrección Política…
Bueno. Tu imagínate que estás con ese problema. Eres un gobernante mundial, no en el plan conspiranoico, pero sí en el sentido de que eres una persona que quiere dominar lo más posible… un empresario, político, funcionario de la ONU, me da igual. Y necesitas un reto que unifique el mundo, que permita decretar cualquier cosa, cualquier limitación de las libertades, porque es un reto que afecta a todos y es indemostrable. ¿Cuál te sale?… El cambio climático. Ese, ese es el reto. Por eso ahora están los millennials con Greta Thunberg, porque es lo más parecido que tenemos a una religión, algo que nos unifique.
Es su gran causa, porque toda generación necesita tener una gran causa.
Exactamente. Es su Segunda Guerra Mundial.
Claro. Ellos no tienen guerras. Hay conflictos, sí, pero no como antaño, como esas grandes confrontaciones con muchísimos millones de muertos. Y esa es la cuestión… Pero ¿tú eres optimista con respecto a lo que pueda suceder?
Yo no soy optimista respecto a esta civilización. Creo que ya se acabó. Lo hemos pasado muy bien y tal. Pero sí soy optimista respecto a que, por ejemplo, Roma cayó, se fue a freír puñetas, pero no murió: se transmitió. Creo que en nuestro caso pasará lo mismo. Como civilización vamos a morir, pero nuestro legado sí que queda ahí. Y eso se puede recuperar en cualquier momento. Seremos para los que vengan esos tipos de los que dirán, ¡Jo, qué tíos! Esos seremos nosotros.
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