El soldado fanfarrón es un personaje que aparece en la obra de Plauto pero que ha adquirido notoriedad por lo común que resulta el comportamiento de quien presume de grandes hazañas sin haber hecho otra cosa que imaginarlas. Soldados o no, el mundo está lleno de fanfarrones y los escritores se han empleado a fondo para ridiculizar a esta clase de personajes, pero ni toda la crítica del mundo bastaría para evitar lo que entienden por lucimiento todos los que nos abruman con la narración de sus éxitos e inventos, con su ingenio incomparable y con su valor infinito. Callar a un fanfarrón debiera ser tenido como uno de los trabajos de Hércules.
Claro es que los fanfarrones pueden existir porque tienen público, hay quien les admira y, sobre todo, no siempre que el fanfarrón se emplea a fondo recibe el castigo que merece. La última prueba de ello la he tenido en unas declaraciones de nuestro presidente que ayer recogía El Mundo (y no El Mundo Today como hubiera sido más propio) y que reproduzco tal cual. “El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha asegurado este viernes que «España no dejará solo al pueblo afgano» y que se buscarán «vías de ayuda para evacuar al mayor número de personas». En sendos mensajes en la red social Twitter, el jefe del Gobierno ha afirmado que «España no dejará solo al pueblo afgano. Seguimos comprometidos con la defensa de los derechos humanos y la libertad en el país, buscando vías de ayuda para evacuar al mayor número de personas que han colaborado con España y con la comunidad internacional».
Sánchez profesa una ideología incapaz de enfrentarse a nada que sea violento, y lo fía todo en que otros lo hagan por él y en que el mundo siga avanzando hacia esa alianza de civilizaciones que nos descubrió su ilustre antecesor cuando no estaba contando nubes
Imaginen ustedes el alborozo que se ha debido producir en la atribulada Kabul, y en lugares aún más ignotos, al saberse que, pese al abandono de los flojos norteamericanos, van a seguir contando con la férrea determinación de auxilio y tutela por parte de Sánchez. No es poco, reconózcanlo. Véase que Sánchez ha ido un paso más allá que el valiente Zapatero cuando abandonó a su suerte a los iraquíes, operación que a su ministro de la cosa, el inolvidable Bono, le pareció que era merecedora de una medalla al valor, para él mismo, como es lógico. No consta, de momento, que nadie haya pedido el Premio Nobel de la paz para Sánchez por su valor y determinación a la hora de defender los derechos y la libertad del pueblo afgano, pero no lo echen en saco roto, que al señor Simón, que preside la cosa de las pandemias, le han dado una medalla de oro en un pueblo de Aragón, por bastante menos que el gallardo y arriesgado compromiso de Sánchez.
En Por gusto, un extraordinario libro que acaba de publicar el Marqués de Tamarón, cuya lectura encomiendo encarecidamente a mis lectores si quieren sonreír con fundamento y pensar en algunas cosas que de habitual se nos escapan, se recogen una gran variedad de magníficos textos de los mejores autores, pero hay dos que me vienen al pelo para comentar el gesto sanchiano. Uno es del poeta T. S. Elliott y afirma que los humanos no podemos soportar mucha realidad (“human kind / Cannot bear very much reality”), lo que explica que seamos capaces de escuchar las baladronadas de los fantoches y las más absurdas fantasías, así como toda suerte de mentiras, en especial cuando nos acarician de alguna manera el oído. Frente al espectáculo de una salida muy poco brillante de Afganistán, Sánchez nos reconcilia con nuestra dignidad ofendida y promete perseverar en la protección de los débiles y desamparados, de las mujeres primero, por supuesto, aunque no me conste que lo haya dicho de manera explícita, pero es que hay cosas que no es necesario ni siquiera decir, porque van de suyo, pero no por una mal entendida caballerosidad, sino para poner las cosas en su sitio, como es debido, faltaría más. ¿Importa algo que esta clase de afirmaciones para quedar bien no tenga ni el más ligero roce con la realidad? Lo más mínimo.
Sánchez ni siquiera se ha molestado en subrayar nada que haya hecho necesario el rescate de las personas que han servido de ayuda a nuestros sodados presentes en aquella extraña tierra, es decir que pareciera que nos hemos ido de Afganistán de manera autónoma, sin seguir órdenes norteamericanas, pero también sin motivo porque no ha habido ni el menor atisbo de condena para los que han desalojado a las tropas. Lo único que queda claro es que seguimos comprometidos con los ideales más generales y cómodos, sin mancharnos nada con el polvo de las circunstancias.
El segundo texto de los que recoge Tamaron y que me ha hecho pensar, por contraste, en las declaraciones de Sánchez lo escribió don José Ortega y Gasset, una carta que el filósofo dirigía en 1928 a los niños españoles y que es bastante más realista que el discurso de Sánchez que supongo dirigido a ganar votantes adultos. Ortega empieza diciéndoles que el porvenir de España depende de ellos y les da cuatro consejos para distinguir lo valioso de lo que no lo es. Les aconseja, primero, no hacer caso de lo que les diga la gente y aprender a guiarse por la razón y no por la pasión; luego recomienda no dejarse contagiar por las opiniones de otros, buscar el propio juicio porque no hacerlo es vileza; el tercer consejo se refiere a que lo más valioso suele parecer, al pronto, extraño, insólito, incluso enojoso, pero es imperativo acogerlo si se quiere superar la vulgaridad. Por último les recomienda ponerse siempre de parte de los menos porque hay que sospechar que la razón pueda estar de su parte.
Lo peor que se puede decir de las declaraciones de Sánchez es que constituyen un desprecio a la inteligencia de los españoles, él sabrá por qué lo hace. Parece como si nos quisiese garantizar la tranquilidad de conciencia por estar el asunto en sus manos, pero sus palabras no debieran surtir ese efecto porque ni está nada en sus manos ni, de estarlo, eso no nos tranquilizaría lo más mínimo. Hay que reconocer que Sánchez sabe convertir un fracaso en un motivo de gloria, pero es al precio de mentir, una vez más. España no está en condiciones de ayudar a nadie, y cabe dudar de que estuviere en condiciones de defenderse a sí misma si la cosa viniese mal dada. Lo que nuestros soldados hayan podido hacer por las gentes de Afganistán ha quedado interrumpido, roto, y es de una hipocresía refinada decir que mantenemos alto el pabellón y seguiremos… ¿haciendo qué?
No constan en ningún momento los esfuerzos de Sánchez por mejorar la cobertura de la misión en Afganistán, ni que sus apoyos a las tropas hayan ido un milímetro más allá de lo protocolario. Sánchez profesa una ideología incapaz de enfrentarse a nada que sea violento, y lo fía todo en que otros lo hagan por él y en que el mundo siga avanzando hacia esa alianza de civilizaciones que nos descubrió su ilustre antecesor cuando no estaba contando nubes. Hay que reconocer que los defectos de Sánchez son muy comunes y han afectado, en este punto, a personajes tan disimiles como Trump o Biden, su compañero de paseo en Bruselas. Se trata, en último término, de dejarse llevar por la ley del mínimo esfuerzo. La originalidad de Sánchez está en saberlo hacer en forma altisonante, lanzando al universo unas declaraciones de soldado bravucón que harían estremecer al más rudo de los yihadistas, si pudiesen perder su tiempo escuchándolo, y ese no es pequeño mérito, lo reconozco.