Una de las inercias que conducen a la corrupción procede de la costumbre de menguar el contorno de ciertos sucesos, impidiendo que lleguen a ser noticia. Pero ¿qué ocurre cuando, en lugar de callar o pasar sigilosamente de puntillas por determinados hechos, estos se exageran y dramatizan? Ambos recursos, de gran fuerza estilística −»el estilo es el hombre», sentenciaba el conde de Buffon − , radiografían los (¿pequeños?) fraudes que cometen los medios de comunicación.

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Estas tácticas no implican tan solo una estrechez de miras. Ni se quedan solamente en una falta de generosidad hacia el lector o ante el estatus de privilegio que gozan unos miembros de la clase periodística, que se creen en posesión de la verdad absoluta. A mi juicio, estamos ante el afán de mantener a la opinión pública en su sitio, vamos, adoctrinada en el runrún ideológico de los grupos de comunicación. ¿Sorprende que la CNN o la FOX monten programaciones para tumbar a líderes, a sus ojos, peligrosos? ¿Asombra que dichos medios incurran en ese mismo dirigismo que caracteriza, por ejemplo, a la televisión de Arabia Saudí? Por cierto, este tipo de hipersesgos abunda también en suelo europeo.

Esos periodistas que pretenden ser ingenieros de almas

 Más allá del sensacionalismo

El inconveniente de estas prácticas es obvio: el flujo de información queda amarrado, planificado según el tenor de las mallas ideológicas de cada medio. Por supuesto, conocemos las presiones que ejercen  las empresas culturales hacia los periodistas para que elaboren relatos incesantemente vistosos, o provocadores si es necesario, todo en aras de conseguir más lectores. Y también esa la ligereza de la que hacen gala al escribir y/o hablar sobre acontecimientos que no conocen en profundidad. Pero una cosa es la falta de exactitud y otra, muy distinta, las trampas que derivan de la manipulación de conceptos y hechos.

El flujo de información queda amarrado, planificado según el tenor de las mallas ideológicas de cada medio

Hay una anécdota muy interesante que se detalla en el libro titulado Hablando entre líneas. Al analizar los terrenos abonados por la imprecisión, Julius y Barbara Fast destacaron que «el Pentágono ganó el premio Overall 1977 Doublespeak, concedido por el Consejo Nacional de Maestros de Inglés, por llamar a la bomba de neutrones arma de radiación intensificada. La CIA quedó en segundo puesto al denominar a los experimentos de control de la conducta humana sociedad para la investigación de la ecología humana«.

Saco a colación esta facundia rica en «persuasiones» que acentúan efectos socialmente buscados, porque la publicidad doctrinal se alimenta de mensajes ficticios. Y algo de ilusionismo hay en la forma en que, en España, se informó sobre los objetos culturales de Sijena, una localidad de Aragón, que fueron a parar de una manera muy polémica al Museo de Lérida, en Cataluña . «Desenes de tanques envolten el Museu de LLeida» fue el titular en catalán, destapado por Juan Ramón Sánchez, con el que el canal de televisión catalán TV3 cubría la noticia de la devolución a Aragón del patrimonio de Sijena.

Quienes vivan entre prisas y carezcan de tiempo para contrastar las noticias, que somos la mayoría, tomará la frase al pie de la letra y concluirá que el gobierno de España es represivo y cruel. Pero es que la palabra catalana «tanque» denota simplemente «valla». Esto significa que en la elección de este término, escogido para confusión del hispanohablante, lo que se quería era ni más ni menos que captar la simpatía por la causa secesionista catalana.

Desde luego, el periodismo, como aquello que acomete el ser humano, no es perfecto. Pero aquí no se habla de la humanidad o ausencia de perfección del trabajo periodístico. Aquí se registra una táctica que, por premeditada, retrata la falta de libertad de no pocos periodistas, condicionados a veces por los intereses de su propio gremio, otras, por los lobbies empresariales para los que trabajan, cuando no, por el vasallaje a los partidos políticos. Así que puestos a suscitar temas sobre los que preocuparse, ¿qué hacer, expresaba hace 2.500 años Eubúlides de Mileto, con aquellos que dicen «estoy mintiendo»?

La industria de la conciencia

Los caminos del conocimiento no transcurren, en consecuencia, plácidamente. Y no tanto por la búsqueda desenfrenada de lo rabiosamente actual, cuanto por la manía de vivir de prestado hasta tomar por verdad unos hechos que ni siquiera han acontecido. Bautizado el periodismo con el nombre de Cuarto Poder -lo hizo Edmund Burke a raíz de la explosión de la Revolución Francesa-, el periodismo tuvo la vocación, clara, de vigilar al Poder y, también desde sus orígenes, la afición de participar en debates político-institucionales.

¿Por qué en épocas democráticas el periodismo sigue enrocado en la tarea de guiar a la ciudadanía hacia algún derrotero ideológico?

Un detalle a tener en cuenta. Durante el Antiguo Régimen el acto de tutelar a la población no fue una consigna. Era cosa obligada. ¡El control de las ideas influía en cómo las personas aprendían a relacionarse con el mundo al que pertenecían! Y esto no era un asunto menor. Con lo cual, ¿por qué en épocas democráticas el periodismo sigue enrocado en la tarea de guiar a la ciudadanía hacia unos u otros derroteros ideológicos? Y, por otro lado, ¿qué hay de la libertad de los individuos cuando estos se adhieren sin crítica ni autocrítica a la lucha por las hegemonías de las opiniones publicadas?

Muchos periodistas creen que pueden y deben influir sobre la ciudadanía, en calidad de  ingenieros de almas

Esos periodistas que pretenden ser ingenieros de almas

A pesar de sus argucias muchos periodistas se sienten «símbolo de lo bien pensado» creyendo que pueden y deben influir sobre el curso de una ciudadanía y en calidad de ingenieros de almas.  En cualquier caso, bajo los excesos auspiciados por los poderes de la comunicación resulta fácil crear un régimen logocrático, es decir, ideológico y, por tanto, organizar un empobrecimiento del conocimiento, de la realidad, con la pérdida de matices y el consiguiente empleo de estereotipos y maniqueísmos.

Entonces, ¿qué razones hay para ahogar el oficio periodístico en los mares de la politización? No es únicamente cuestión de estatismo (o de supervivencia económica por la puerta de las subvenciones de la administración del Estado). Es que muchas corporaciones periodísticas continúan asimismo empeñadas en asumir el rol estatista de Faro de la Humanidad. Por eso, exhiben un mesianismo tan impúdico, tan obsceno, que a los creadores de noticias no les importa ser «juez» y «parte interesada» de la industria de la conciencia.

De alguno de estos excesos ya alertaba entre 1850 y 1858 el filósofo John Stuart Mill al observar en su ensayo sobre La utilidad de la religión que «la gente se complace en pensar que está actuando por motivos de conciencia cuando en realidad lo hace obedeciendo a motivos inferiores que luego su conciencia aprueba«.  Y añadía: «Tal es la influencia de la autoridad de la opinión pública, que hay que ser una persona de calidad excepcional para convencerse de estar en lo cierto aunque el mundo -esto es su mundo inmediato- piense lo contrario«.

En fin, siendo muy necesario el periodismo, todo apunta sin embargo a que defender el enfoque unilateral de las noticias implica el riesgo de tener una visión (o lectura) limitada de los acontecimientos. Pues admitir una sola representación de la información parece conllevar la trampa de admitir el monoteísmo informativo de los Comunicadores.


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María Teresa González Cortés
Vivo de una cátedra de instituto y, gracias a eso, a la hora escribir puedo huir de propagandas e ideologías de un lado y de otro. Y contar lo que quiero. He tenido la suerte de publicar 16 libros. Y cerca de 200 artículos. Mis primeros pasos surgen en la revista Arbor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, luego en El Catoblepas, publicación digital que dirigía el filósofo español Gustavo Bueno, sin olvidar los escritos en la revista Mujeres, entre otras, hasta llegar a tener blog y voz durante no pocos años en el periódico digital Vozpópuli que, por ese entonces, gestionaba Jesús Cacho. Necesito a menudo aclarar ideas. De ahí que suela pensar para mí, aunque algunas veces me decido a romper silencios y hablo en voz alta. Como hice en dos obras muy queridas por mí, Los Monstruos políticos de la Modernidad, o la más reciente, El Espejismo de Rousseau. Y acabo ya. En su momento me atrajeron por igual la filosofía de la ciencia y los estudios de historia. Sin embargo, cambié diametralmente de rumbo al ver el curso ascendente de los populismos y otros imaginarios colectivos. Por eso, me concentré en la defensa de los valores del individuo dentro de los sistemas democráticos. No voy a negarlo: aquellos estudios de filosofía, ahora lejanos, me ayudaron a entender, y cuánto, algunos de los problemas que nos rodean y me enseñaron a mostrar siempre las fuentes sobre las que apoyo mis afirmaciones.