La perspectiva de género constituye una visión muy parcial de la realidad: considera que la violencia en la pareja solo se ejerce en un sentido, de los hombres hacia las mujeres. Así, conduce a realizar encuestas que solo se centran en la mujer como víctima, a pesar de que muchas  evidencias indican que los hombres también lo son. Un estudio realizado en seis países europeos concluyó que tanto hombres como mujeres son víctimas y perpetradores de la violencia en la pareja. Entre sus conclusiones destaca que los hombres son víctimas del 48,8% al 71,8% de las agresiones psicológicas; las mujeres del 46,4% al 70,5%.

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A pesar de que muchos estudios concluyen que la violencia en la pareja es bidireccional, el discurso feminista hegemónico mantiene que el problema es de los hombres. Y que se debe a una cuestión sociocultural, el patriarcado, como si tal estructura pudiese afectar tan solo al 50% de la población. Pero las mujeres también recurren a la violencia cuándo y dónde pueden. Es el modo de agredir lo que difiere.

Los hombres tienen a agredir más física o verbalmente; las mujeres dañando la reputación o el contexto social

Tal y como explica Marta Iglesias, “los hombres agreden más físicamente y algo más verbalmente que las mujeres. Es decir, prefieren modos de confrontación directa. Por otro lado, las chicas tienden a agredir indirectamente; dañando la reputación o el contexto social”. Sin embargo el feminismo actual, los medios de comunicación y la política presentan a las mujeres exclusivamente como víctimas y niegan que las conductas violentas tengan múltiples causas ¿Por qué transmiten este mensaje?

¿Violencia de género?

Es un error llamar a cualquier violencia del hombre hacia la mujer violencia de género o violencia machista porque es se está nombrando al todo por la parte. La violencia puede deberse a machismo, pero puede tener también su origen en multitud de motivos muy distintos. La convivencia, la dependencia o la nula gestión emocional son factores importantes. Aspectos como la inseguridad (celos y control), la insensibilización progresiva, el aislamiento o la pérdida de libertad, son indicadores de un proceso de codependencia que se establece entre víctima y agresor.

La esencia de la violencia de pareja consiste en imponer el deseo de uno sobre el otro

Pero la esencia de la violencia de pareja consiste en imponer el deseo de uno sobre el otro. Un deseo incompatible con las necesidades intrínsecas de seguridad y afecto pero que se va imponiendo de formas muy sutiles, incluso aceptables y cotidianas. Son situaciones en las que no hay violencia explícita sino atmósferas tóxicas. Nadie se da cuenta; ni siquiera las víctimas.

Pero desde el feminismo dan por hecho que la violencia contra la mujer se ejerce por el mero hecho de ser mujer. La realidad es más compleja pues un hombre puede tener otro tipo de problemas con su pareja, por ejemplo de convivencia. Y la mujer puede tener este mismo problema y, naturalmente, no está causado porque su pareja sea hombre.

Entonces, ¿el hombre agrede a la mujer por su condición de mujer o por su condición de persona? No justifico nada, sólo deseo mostrar que la violencia en la pareja provoca similares daños, humillaciones y sufrimientos a hombres y a mujeres. ¿Acaso no hay violencia en parejas homosexuales? ¿Acaso no hay mujeres que maltratan a sus parejas (hombres)?

El maltrato oculto

En España, la violencia no se percibe como un problema de salud, sino como algo limitado a determinadas parcelas, estatus o condiciones. Con una tasa de homicidios muy reducida, la segunda más baja de la Unión Europea, España ocupa una de las últimas posiciones en la clasificación internacional sobre violencia en general y sobre violencia contra la mujer en particular. Son resultados que  se repiten año tras año.

España ocupa una de las últimas posiciones en la clasificación internacional sobre violencia en general y sobre violencia contra la mujer en particular

La denominada violencia de género permanece estable a lo largo de las últimas décadas, a pesar de los cambios metodológicos de las encuestas. Sucede lo mismo con las víctimas mortales, cuyo número oscila entre los 60 y 70 casos anuales desde 1999, antes incluso de que la polémica Ley contra la Violencia de Género entrase en vigor. Se demuestra así que esta ley no ha logrado reducir los casos.

Pese a que la violencia contra la mujer en España es comparativamente baja, la sociedad percibe que es muy elevada

Lo curioso es que cuando se pregunta acerca de la percepción que se tiene sobre tal violencia, los españoles piensan que este problema es grave en comparación con otros países europeos. Es decir, pese a que la violencia contra la mujer en España es baja, la sociedad percibe que es muy elevada. Pero en los del norte de Europa ocurre justo lo contrario: la violencia es mas elevada pero su percepción inferior. Esta divergencia se debe a que «los medios de comunicación no sólo pueden inducir imitación o insensibilización ante la violencia real, sino también -y, sobre todo- lo que pueden hacer es sesgar la visión de la realidad, haciendo que se perciba, por ejemplo, más violenta», como explica José Sanmartín Esplugues.

A pesar de todo, no se conoce con precisión ni la extensión ni la distribución y tampoco el impacto en la salud de esta violencia, especialmente cuando no desemboca en la muerte. La mayor parte de los datos procede de estudios que raramente aportan indicadores precisos sobre la magnitud del problema. Tampoco analizan el riesgo y la incidencia teniendo en cuenta las diferencias demográficas.

Todo ello contribuye tanto a la sobrestimación como a la subestimación del problema. Además, la mayor parte de los estudios se suelen centrar en aspectos concretos de la salud mental (patologías) y apenas contemplan otras dimensiones de la salud (drogodependencias, situación social). De hecho, desde 2006, el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género sólo recoge datos de violencia de género pero no de violencia en parejas homosexuales ni de violencia de la mujer hacia el hombre; ni siquiera los infanticidios. Estamos literalmente en pañales.

Resulta muy complejo analizar la situación porque los diferentes organismos y medios incurren en errores, discriminan en razón de sexo o silencian diferentes tipos de violencia, sacando sólo uno a la luz y además de forma sesgada. Niegan además la existencia de otras formas de violencia con la burda justificación que la proporción de maltrato sobre la mujer es abrumadora en relación a otras. Menos aún hablan de la violencia en parejas homosexuales, cuando tienen una incidencia similar a la de las parejas heterosexuales.

El feminismo y los diferentes organismos callan y niegan otras  violencias porque se lucran con la Ley contra la Violencia de Género

Cabe preguntarse entonces por qué el feminismo y los diferentes organismos callan y niegan otras realidades de la violencia íntima. La respuesta es sencilla: se lucran con la Ley contra la Violencia de Género.

Un problema humano

El clima propiciado por la perspectiva de género y secundado por la política y los medios de comunicación ha favorecido la deshumanización de la violencia. Se ha convertido al hombre en la representación de todo lo malo, en lugar de analizar lo que está mal independientemente del autor. Eso ha conducido a la existencia de  víctimas de primera y de segunda categoría, porque el discurso hegemónico analiza la violencia en función del sexo.

El clima propiciado por la perspectiva de género ha convertido al hombre en la representación de todo lo malo

La conclusión es que la violencia íntima en la pareja es un problema humano en el que están implicados factores psicobiológicos y culturales. Para obtener una visión completa hay que investigar estudiando a toda la población, modificar el discurso imperante y cambiar las leyes para incluir todas las formas de violencia en el seno familiar. Es necesario estudiar y aprender más sobre la relación de pareja y sobre las formas en que la violencia surge en las relaciones íntimas.  En Australia , por ejemplo, han diseñado una campaña entre académicos, investigadores, trabajadores sociales, psicólogos, consejeros, abogados, promotores de la salud, formadores y supervivientes de la violencia doméstica.

Generalizar no es necesariamente erróneo pero sí lo es aplicar una generalización a un individuo. Prejuzgar a una persona por pertenecer a un colectivo del que se conocen algunos datos en promedio es una estupidez que hace mucho daño.


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Cuca Casado
Soy Cuca, para las cuestiones oficiales me llaman María de los Ángeles. Vine a este mundo en 1986 y mi corazón está dividido entre Madrid y Asturias. Dicen que soy un poco descarada, joven pero clásica, unas veces habla mi niña interior y otras una engreída con corazón. Abogo por una nueva Ilustración Evolucionista, pues son dos conceptos que me gustan mucho, cuanto más si van juntos. Diplomada en enfermería, llevo algo más de una década dedicada a la enfermería de urgencias. Mi profesión la he ido compaginando con la docencia y con diversos estudios. Entre ellos, me especialicé en la Psicología legal y forense, con la que realicé un estudio sobre La violencia más allá del género. He tenido la oportunidad de ir a Euromind (foro de encuentros sobre ciencia y humanismo en el Parlamento Europeo), donde he asistido a los encuentros «Mujeres fuertes, hombres débiles», «Understanding Intimate Partner Violence against Men» y «Manipulators: psychology of toxic influences». En estos momentos me encuentro inmersa en la formación en Criminología y dando forma a mis ideas y teorías en relación a la violencia. Coautora del libro «Desmontando el feminismo hegemónico» (Unión Editorial, 2020).