Leo en The New York Times que “los conservadores” son más felices que “los progresistas”, y el aserto no me sorprende. Es algo que podría haber dicho yo mismo, basándome en la intuición, que es como llamamos a esas ideas que nos formamos de forma no plenamente consciente, y que es gran parte de lo que sabemos. Tengo una idea, también intuitiva, sobre qué provoca esa diferencia.
Pero no es el momento de sacarla a pasear. Visitemos antes los dictámenes de lo que podamos llamar ciencia. The Atlantic recoge un estudio de la revista Social Psycological and Personality Science realizado en 16 países. Los resultados ofrecen de forma consistente que la felicidad no corre con igual brío en un barrio ideológico, y en otro.
Por un lado están los que tienen una visión restrictiva, o trágica, de la naturaleza humana. Restrictiva por cuanto creen que la naturaleza humana es fija, y no se puede moldear. Por otro lado, están quienes tienen una visión no restrictiva del ser humano, a los que Sowell llama “ungidos”
En particular, los conservadores, pero especialmente quienes lo son en asuntos sociales, le encuentran un mayor “sentido a la vida”. Sí, esas palabras parecen llevar al ámbito religioso, y a los valores que se asocian a la moral cristiana, como la familia. De hecho, los conservadores, en los Estados Unidos (y no creo que sea muy distinto en otros países occidentales), tienden a casarse y a tener hijos con más frecuencia. Y ambos aspectos, más allá de los tópicos, están asociados a una mayor felicidad.
The Atlantic recoge varios testimonios interesantes. Entre ellos el de W. Bradford Wilcox, que es sociólogo y director del Proyecto Nacional sobre el Matrimonio, de la Universidad de Virginia: “Es más probable que los conservadores tengan la sensación de que hay un orden en su vida, y el compromiso con el orden también les da a las personas un sentido de propósito”, dijo. Una de esas diferencias es que los conservadores tienden a ver lo que ocurre en términos de bien y mal, con un código moral establecido, mientras que los progresistas ven muchos grises, quizás porque ese código también lo ponen en duda.
Un estudio de Current Psychology relaciona las diferencias ideológicas con la capacidad de las personas, o su disposición, a alcanzar sus propios fines, y esta capacidad con un mayor sentido de la realización personal, y por tanto de la felicidad. “Los conservadores mostraron mayores niveles de satisfacción que los progresistas, porque serían mejores para autorregularse cuando persiguen objetivos importantes”. Pero lo más importante es esto: Lo relevante es su “mayor capacidad para adaptarse a sus entornos sociales y activar un pensamiento adaptativo”. Luego diré por qué creo que es así.
Es curioso el caso de Jordan Peterson. Comenzó su carrera como politólogo, aunque el común le toma sobre todo como un especialista en psicología. El motivo es que Peterson se dio cuenta de que las diferencias en la ideología de las personas está enraizada no en cuestiones puramente ideológicas, como la elección de ciertos axiomas o de determinados fines sociales, o de concepciones distintas sobre cómo “funciona” la sociedad o cuál es el origen de tal o cual fenómeno. El origen, cree él, es psicológico. Por eso se puso a estudiar psicología. Muchos otros autores inciden en que las diferencias políticas son sólo una manifestación de unas diferencias de raíz psicológica.
Otro elemento importante para entender las diferencias entre izquierda y derecha es qué visión tienen de la naturaleza humana. Thomas Sowell, en su libro Conflict of visions, no traducido aún al español, describe que hay básicamente dos posiciones de las cuales dependen el resto de diferencias políticas. Por un lado están los que tienen una visión restrictiva, o trágica, de la naturaleza humana. Restrictiva por cuanto creen que la naturaleza humana es fija, y no se puede moldear. Por otro lado, están quienes tienen una visión no restrictiva del ser humano, a los que Sowell llama “ungidos”. Los ungidos creen que se puede moldear a las personas, y no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que esa idea abre infinitas posibilidades de cambio social.
Todos estos elementos refuerzan la intuición a la que hacía mención al principio. La principal diferencia dentro de lo que grosso modo podemos llamar izquierda y derecha es el punto de vista sobre la realidad. Si el hombre es moldeable, y podemos transformarlo, y por esa vía podemos cambiar la sociedad, la realidad actual no tiene tanta relevancia. En última instancia, la consideramos injusta y nuestra intención es cambiarla.
Si la naturaleza humana es fija, y debemos aceptarla tal cual es aunque nos demos cuenta de que está lejos de ser perfecta, las instituciones que tenemos estarán enraizadas en esa naturaleza, y servirán para reconducir nuestras miserias y nuestras virtudes de un modo más tolerable. Y, por tanto, la realidad, la realidad social, ha de tener un sentido, aunque no seamos capaces de comprenderlo plenamente. Sí sabemos que debemos aceptarla, y progresar en la vida sobre presupuestos que serán o no los míos, pero son los que hay.
En principio, quien piense de este modo será más proclive a tener “mayor capacidad para adaptarse a sus entornos sociales y activar un pensamiento adaptativo”, que quien no acepta la realidad tal cual es. Es decir, que lo que parece no es que ser “conservador” te haga más feliz, sino que aceptar la realidad en su conjunto, aunque sea con un sentido crítico sobre algunos aspectos, por un lado te convierte en una persona conservadora, pero por otro te predispone a adoptar comportamientos que te acercan a tus propósitos, y que por tanto te hacen más feliz. Eso tiene más sentido.
Foto: Hermes Rivera.