Puesto que no sé muy bien como abordar esta pieza, comenzaré a escribir y mientras pergeño y empalmo las ideas en mi mente las plasmaré directamente en mi portátil, tecleando palabra por palabra al compás de mis pensamientos. Veremos en qué termina. Estoy despistado. Me pasa a menudo con los mantras, que de tanto repetirlos uno no sabe donde está la verdad y en qué lugar se le pone. Ocurre algo parecido con los tópicos. Todos nacen de una certeza, que acabamos vistiendo de seda, para acaso una mayor expresividad y que acaban en chascarrillo. Mantras y tópicos no son lo mismo, pero ambos son lo que son porque se repiten y ambos acaban siendo falaces por tanto repetirlos.

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El cambio climático, escrito así, en minúsculas, significó algo real en un momento determinado de la Historia y en algunos lugares donde la ciencia hoy aún se respeta. Allí saben de qué hablan. Muchas personas fueron vilipendiadas en el pasado por razón de sexo, raza, condición sexual o religión, entre otros motivos. Hoy esto sigue ocurriendo. ¿Podemos enfrentarnos a los problemas medioambientales recurriendo a lugares comunes? ¿Avanzaremos en una civilización respetuosa con la diversidad tirando de clichés? Evidentemente, no. Es necesario un diagnóstico acertado para poder solucionar un problema.

Nuestro tiempo también es el de unas instituciones que han olvidado de dónde vienen, porque los ciudadanos que las usan y los que las gobiernan también han borrado estos detalles de su memoria

Vivimos tiempos de indulgencia mental. Por no ser capaces –por falta de intelecto o de ganas, pero sobre todo por falta de público que aplauda– de descomponer los problemas en todas sus componentes hemos llegado a una situación acomodaticia en la que todo se basa en eslóganes fáciles que se opongan a los que tenemos en frente. Partimos del supuesto de que solo hay dos formas de ver la vida, A y B, y que todo lo que sea negación de A es igual a B, y viceversa. Esta es la salvajada argumental en la que estamos viviendo a diario, que en realidad es muy cómoda y consume pocos recursos neuronales.

Hoy me impelían a dar la batalla cultural. Ingenuo de mí pensaba que escribir unos cientos de palabras periódicamente en este estupendo medio, intentar promover el debate con estos humildes párrafos y manifestar algunas idas que escapan a los mass media por personales, extravagantes o alejadas de las líneas editoriales preponderantes, era exactamente eso. Pero resulta que la batalla cultural, al igual que el Cambio Climático o la Justicia Social, ya se escribe con mayúsculas, lo que significa que es una, única, perfectamente estructurada, conocida y determinada. Un conjunto de acciones que deben repetirse de una forma determinada y en las que no cabe heterogeneidad alguna.

Que hayamos de ser capaces de argumentar la superioridad moral de Occidente respecto a otras culturas implica varias cuestiones. Las instituciones nacidas para vertebrar la sociedad occidental a lo largo de los últimos doscientos o trescientos años son mucho más respetuosas con cualquier ciudadano que las que podemos encontrar en otras partes del mundo y lo son por el hecho de que no entran, o no deberían entrar, en cuestiones como la raza, el sexo, la religión o el pensamiento de cada ciudadano. Uno de los pilares sobre los que se sustenta nuestro sistema “culturalmente superior” es que en él caben todos, independientemente de su “cultura”.

Nuestro tiempo también es el de unas instituciones que han olvidado de dónde vienen, porque los ciudadanos que las usan y los que las gobiernan también han borrado estos detalles de su memoria. No cabe distinción entre el populacho y la casta gobernante. Los de arriba salieron de entre los de abajo. Siendo esto así es tarea de todos recordar el camino andado y las claves de su éxito.

El mundo no es de color de rosa. Qué les voy a contar. Más a favor de desterrar las soluciones fáciles. El mundo no es un juguete que hay que arreglar, por lo tanto, no caben simplificaciones cerradas e inamovibles. Solo análisis, diagnóstico, adaptación y reevaluación.

Hay que pelear contra la estandarización del individuo en colectivos, que es el camino fácil y que encandila a la clase política y volver al estudio individualizado de cada uno de nosotros, que es lo complicado, pero en lo que pretendemos fundamentar nuestros sistemas sociales o legales, al menos de boquilla. La defensa de la Libertad es superior moralmente, porque en la Libertad caben todos, incluso los que no la defienden. Cuando pasen del dicho al hecho, el resto haremos lo mismo. Esa es la superioridad moral de nuestra cultura y de eso hay que convencer a los que no la comparten, para que se adapten. A la Libertad se llega por convencimiento, no por la fuerza.


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