Cuando se miente de manera habitual, el mentiroso debe aprender a ser muy creativo porque las mentiras en cadena solo pueden fundar su credibilidad en algo que tenga un componente cierto de verosimilitud. La cadena de embustes a los españoles que está llevando a cabo Pedro Sánchez sigue al píe de la letra esa regla de astucia y disfraza sus miserias detrás de grandes falsedades que él sabe proponer como si fueran verdades de Pero Grullo.
La conducta de Sánchez merece dos preguntas de fondo: la primera es cuál es la falsedad de base que se oculta en ellas, la segunda es cuál es el beneficio que Sánchez pretende conseguir, pues no cabe la menor duda de que nadie miente para perjudicarse.
Lo que ahora está haciendo Sánchez no es la causa de que la situación mejore, sino una irresponsabilidad que podría poner más barato cualquier intento de repetición del disparate
Para no alargar el examen me detendré tan solo en las dos grandes iniciativas, como siempre urgentes e inapelables, de Sánchez, la modificación del delito de sedición y, ya de paso, de las reglas penales aplicables a la malversación. No son dos cuestiones menores y, como pretendo mostrar, en ambos casos los españoles perderemos mucho si Sánchez gana, que es lo más probable. Esta anomalía debiera servir para que quienes asumen la honrosa tarea de presentar una alternativa viable a Sánchez se den cuenta de que lo hacen tan mal que mejor sería que no estuviesen donde están, pero esta es otra cuestión, sin duda.
La chapucera regulación de la sedición que se pretende llevar a cabo con nocturnidad y alevosía se funda en una mentira mayúscula que tiene capacidad de engañar a demasiada gente. La mentira suprema la expresó Sánchez con su mejor cara de no haber roto nunca un plato: “Con lo de Cataluña heredé un problemón… y nadie dirá que las cosas están peor que en 2017”. Es obvio que sin Puigdemont firmando declaraciones de independencia, por mucho que se derogasen tras pocos segundos, y sin un parlamento catalán haciendo capirotes con la Constitución estamos mejor, pero ¿cuál es el mérito que le cabe a Sánchez en esto? Bien que mal, los poderes del Estado, sin apenas despeinarse, sirvieron para mostrar a los aventureros secesionistas que su iniciativa no tenía la menor salida. El rechazo unánime del mundo entero y desde el primer minuto también les hizo ver que se habían metido en camisa de once varas. Sigo sin ver a Sánchez por ningún lado.
Lo que ahora está haciendo Sánchez no es la causa de que la situación mejore, sino una irresponsabilidad que podría poner más barato cualquier intento de repetición del disparate, y esto sí lo está haciendo Sánchez. Ver agravio contra los que cometieron delitos graves contra la Constitución y suponer que levantar las penas que merecieron servirá para que la mejoría continue. Es mucho suponer. Si las aguas han vuelto en parte a su cauce no es porque Sánchez esté siendo misericordioso, sino porque el Estado de derecho y la Constitución pudieron defenderse con cierta eficacia y es contra esta posibilidad contra la que Sánchez va a atentar con su mentira.
Vayamos al feo asunto de las malversaciones. Desde el Gobierno de Sánchez se ha lanzado una teoría moral justificadora de las tales: el político que malversa y lo hace para otros no malversa nada, porque es una especie peculiar de “buen ladrón” o de bandido romántico que delinque para combatir las injusticias. Concedo que es una justificación que parecerá generosa a toda clase de ladrones, pues es seguro que nadie roba por jorobar sino por beneficiarse. Aquí hay, además, un sofisma oculto que distingue y protege a los políticos frente al hombre común, pues es obvio que solo los políticos pueden malversar. Pues bien, lo que Moncloa anda repitiendo es que no es lo mismo malversar y llevárselo al bolsillo que malversar y hacer socialismo por la vía directa, lo que implica convertir al socialismo (o el nacionalismo que, a estos efectos, es una variante regional) en el bálsamo sanador de cualquier corrupción. La mentira es burda, en primer lugar, porque nadie roba para un tercero, lo que puede hacer es hacerle el trabajo y llevarse una comisión sustancial, pero el robo gratuito y altruista es un círculo cuadrado, un imposible. Los que malversaron, en Andalucía y en Cataluña, puede que no se quedasen con el todo de lo que sustrajeron, pero es evidente que nos robaron a todos y que lo hicieron para beneficiarse, ellos y los suyos. Algunos socialistas andan tan perdidos que ya no son capaces de distinguir entre hacer socialismo y robar, y no es porque se estén convirtiendo en liberales, no teman.
Estas dos mentiras son tan gordas que sobre ellas se podría edificar un Imperio que es lo que pretende hacer Sánchez, convertir su gobierno Frankenstein (de cuyo nombre, tan descriptivo, ya casi no nos acordamos) en un gobierno Apolo dotado de todas las gracias y digno de la admiración universal. Tan ilusionante y estético propósito tiene un grave problema de fondo y es que las cesiones ante los nacionalistas solo podrían parecer justificables a los ojos de los catalanes no nacionalistas y del resto de los españoles si unos y otros obtuviésemos algo importante a cambio, por ejemplo que los agraciados firmasen una declaración de que no lo volverían a intentar, o que se dispusieran a elaborar un Estatut nuevo plenamente compatible con el orden constitucional, pero no hay nada de eso en el horizonte. Se trata, pues, de una serie de graves cesiones a cambio de nada, es decir a cambio de nada que suponga un beneficio común.
Lo que en realidad ocurre, es que se entrega la soberanía y la unidad nacional a sus mayores enemigos a cambio, verán que sí que hay trueque, de mantener en píe este gobierno Sánchez hasta el final de la legislatura, y luego ya veremos, aunque el precedente será positivo para Sánchez mientras le quede algo que entregar a cambio del voto de los diputados secesionistas en la próxima investidura. Es un caso claro de corrupción, no dineraria sino política: se priva al conjunto de los españoles de una reforma decente y coherente del Código Penal (un nuevo ejemplo de la chapuza que se hizo con la ley de Solo el sí es sí) porque se hace una reforma a la medida de los intereses personales de delincuentes bien conocidos a cambio de un auténtico plato de lentejas, de unos meses más de Falcon y paseos por las alfombras internacionales. A los españoles, pensará Sánchez, que les zurzan, que para eso me han votado.
La gran mentira de la pacificación se usa para validar una deshonrosa tapadera de un golpe de Estado, tan posmoderno como se quiera, como si hubiera sido una simple algarada callejera. El espíritu de Goebbels se ha adueñado de la Moncloa, y se repite de forma inmisericorde las mentiras más necias a la espera de que se acabe creando la multitud unánime que las tome como la verdad más evidente que todo el mundo comparte.
De paso que se liquida la sedición se emprende una nueva campaña de moralización que permita echar pelillos a la mar con los dineros públicos, no vaya a ser que no le dé tiempo a Puigdemont a regresar sin problemas porque un juez metijón le saque las cuentas. La jugada pretende ser redonda por dos razones, porque oculta una triquiñuela con otra mayor y porque, además le sirve a Sánchez para sacar al bueno de Griñán de la cárcel incluso antes de que haya tenido tiempo de entrar, una medida que seguro le congracia con ese PSOE supuestamente enfrentado a los extremos del presidente del Gobierno. Pero es que Sánchez se parece a González siempre que le conviene, está de acuerdo en que nada importa el color del gato si caza los ratones que necesita para repetir mandato: está escaso de votos, pero no de recursos.
PS Recuerdo a mis selectos lectores que el miércoles 23 a las 7 de la tarde se presentará mi libro La virtud de la política en la Fundación Carlos de Amberes. En el siguiente enlace hay más información sobre el acto: https://www.fcamberes.org/es/presentacion-del-libro-jose-luis-gonzalez-quiros-la-virtud-de-la-politica
Foto: Adán Martín Ascanio.