Puede ser usted nacionalista, si quiere. Puede ser usted marxista y muy de izquierdas, si le parece bien. Pero lo que no puede ser usted, por más que se empeñe, es nacionalista y marxista a la vez. Sé que es elemental, de perogrullo, tan evidente y sabido que casi da vergüenza escribirlo. Y, sin embargo, nunca está de más recordar lo que parece olvidarse continuamente.

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El señor Torra es nacionalista y racista, un fascista de manual; no obstante, es presidente de la Generalidad de Cataluña gracias al voto afirmativo de Esquerra Republicana y la abstención cómplice de la CUP, dos partidos que presumen de tener bases ideológicas marxistas y que se declaran progresistas y de izquierdas.

Cierto que nacionalistas identitarios y marxistas se proclaman emancipadores del pueblo y consideran que el pueblo es el único soberano legítimo. Pero la cuestión es que lo que cada una de las ideologías entiende por pueblo, soberanía popular, emancipación, bien o mal del pueblo es totalmente distinto.

El conjunto de personas que constituye una nación es vivido por los nacionalistas identitarios como una realidad que brota o se genera, dotada de naturaleza

Para los nacionalistas identitarios el pueblo es su nación. El término nación viene del verbo latino nascor, que indica nacimiento en el sentido de brote o generación. De modo que el conjunto de personas que constituye una nación es vivido por los nacionalistas identitarios como una realidad que brota o se genera, dotada de naturaleza. Es decir, dotada de un modo de ser inamovible que la define y la diferencia de otras naciones. Los rasgos comunes que aporta esta identidad son esenciales, a saber: la raza, la lengua o la religión.

Ahora bien, si hay naciones esencialmente diferentes, entonces hay diferencias esenciales entre las personas de una nación y las de otra. Sin embargo, los marxistas interpretan el término pueblo como la masa obrera, el proletariado, la población que constituye mayoría y está explotada por una clase minoritaria. No hay pueblos esencialmente distintos a otros. En puridad, para los marxistas no existen pueblos, solo existe el pueblo, en singular, y las diferencias entre individuos son siempre accidentales.

De modo que cuando se habla de liberar al pueblo el nacionalista esencialista se refiere a desvincularlo de la nación opresora que supuestamente reprime su identidad, sin atender especialmente a la justicia social que se ha de establecer entre los miembros de la misma nación; pues no existen clases sociales, solo hay naciones. Sin embargo, para el marxista liberar al pueblo supone acabar con la clase opresora sin distinguir si esta clase es de una u otra nación; pues no hay naciones, solo hay clases.

Cuando ambas ideologías proclaman que la soberanía reside en el pueblo siguen diciendo cosas diferentes. Los nacionalistas identitarios quieren decir que reside en su pueblo; es decir, en su nación racial, lingüística o cultural. De modo que desde el nacionalismo identitario toda proclama soberanista es siempre una declaración de guerra a la nación invasora o a la nación amenazante y, por tanto, una clara voluntad de secesión o de invasión, según el caso. Sin embargo, cuando el marxista proclama que la soberanía reside en el pueblo quiere decir que los parias de la tierra de toda la humanidad, que son la mayoría, tienen el derecho de sustituir en el poder a la minoría opresora: aristócratas o burgueses.

Para el nacionalista identitario el mundo está constituido por diferentes naciones con similares afanes de hegemonía. El mal supremo es la pérdida de identidad, y el único que puede realizarlo es otra nación más poderosa. Por tanto, el enemigo natural de una nación es otra nación, y la Historia es la guerra entre naciones. Para el marxista el supremo mal es la desigualdad entre los hombres. Y la minoría explotadora, dueña de los medios de producción, el principal enemigo. En consecuencia, la única lucha que cabe concebir es la de clases.

Para el nacionalismo identitario la nación, en cuanto que es una realidad natural que nace, es semejante a un organismo vivo. Considerar la nación como un organismo es aceptar implícitamente que pueden existir distintas clases sociales con distintas funciones; análogamente a lo que ocurre en un cuerpo donde la cabeza, la mano o el riñón, aunque persiguen el mismo fin, hacen cosas diferentes. Desde luego, esta idea no es incompatible con la división de la sociedad en trabajadores y burgueses. Y está a años luz de la visión igualitarista del marxismo clásico.

Los marxistas son materialistas y sólo pueden ver en los discursos demasiado espirituales un instrumento de alienación ideológica al servicio de la clase dominante

El nacionalismo identitario se nutre del romanticismo decimonónico alemán y, por tanto, es fundamentalmente sentimentalista. Para el nacionalista la nación tiene que ver con sentimientos y, muy a menudo, se expresa con emociones exaltadas. En cambio, el marxismo presume de ser racionalista e hijo de la Ilustración: la intervención de los hombres en la Historia debe estar orientada por el conocimiento de las leyes dialécticas del devenir.

Para los nacionalistas identitarios la nación posee un espíritu colectivo o Volksgeist, es decir, un espíritu del pueblo: el espíritu es más importante que el cuerpo, ergo el espíritu del pueblo es más importante que el pueblo mismo. No obstante, los marxistas son materialistas y sólo pueden ver en los discursos demasiado espirituales un instrumento de alienación ideológica al servicio de la clase dominante. En lugar de espíritu del pueblo el Volksgeist sólo puede ser, como la religión misma, el opio del pueblo.

En fin, quizá usted siga empeñado en ser muy nacionalista y a la vez muy partidario del llamado socialismo científico. No reconocerá entonces la contradicción que he intentado denunciar. No le dé más vueltas, no se rompa la cabeza para etiquetar el cóctel ideológico que le pueda definir. La palabra ya está inventada: usted es nacionalsocialista.


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