«Serás feliz, me dijo la vida, pero primero te haré fuerte». Anónimo
Es verdad que el arco iris viene a probar el dicho popular de que tras la tempestad viene la calma pero no es menos cierto que la calma es el preludio de las grandes catástrofes. Aquello que precede a los maremotos, los terremotos, y que normalmente percibimos en comportamientos extraños en el mundo animal y la contención en las personas.
Vivimos ese momento. Cuando todos aquellos en quienes debe descansar la solución a las crisis se convierten en sus principales instigadores se tensa la cuerda.
No se trata de una profecía, como tampoco lo era saber que según se ganaba la Guerra de Secesión el precio del algodón se dispararía tras la victoria yanqui.
La pandemia está poniendo a prueba a los políticos de pacotilla y las personas que merecen pasar a la Historia al hacer frente a la adversidad con las dificultades que entraña o aquellas que se perderán en el desprecio y el olvido.
No es ser vidente el comprobar que una suma de errores continuada para preservar el poder provocará el estallido por más que se intente acallar a la prensa. Me preocupa aún más la masa aparentemente adormecida: haciéndose fuerte. O eso espero.
La masa no está adormecida por más que el gobierno lo crea así. Cada día más está tomando nota de cada error, de cada sufrimiento sobrevenido por los errores o por la ambición desmedida.
Cada vez la ola se hace mayor y emprende la retirada y esto es singularmente peligroso porque hay que ponerse a salvo de la embestida y alejarse tanto como sea posible. ¿Acaso no es lo que está sucediendo? Me sorprende que no se vea.
Cuando los poderes del Estado se corrompen se abren grietas y por esas grietas penetra el agua y el hundimiento se avecina. El problema es: ¿cuántos botes hay para ponerse a salvo y qué orquesta tocará durante el hundimiento?
Hay algo que tengo claro: en este Titanic los primeros que querrán ponerse a salvo serán aquellos que en tiempos de dignidad, salieron los últimos.
Foto: Rob Curran