“Es probable que nunca en la historia se hayan escrito tantos tratados, ensayos, teorías y análisis sobre la cultura como en nuestro tiempo. El hecho es tanto más sorprendente en cuanto que la cultura en el sentido en que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer o incluso haya desaparecido ya discretamente, vaciado de su contenido y reemplazado por otro que desnaturaliza el que tuvo,” describe Vargas Llosa en “La civilización del espectáculo”.

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El fenómeno cultural que era definible y abarcable hace cuarenta años, hoy lo representa muchas cosas. Nos tropezamos constantemente con la cultura de la paz, de la violencia, del vino, de la marihuana, del café, de la cocina, hasta del género. Parece que hemos vaciado la palabra de sentido, todo es cultura, nada es cultura. Sin despreciar las diversas culturas populares, me sumo a la comprensión de la llamada “alta cultura”, que Matthew Arnold entiende como “conocer la mejor parte de lo que se ha dicho y pensado en el mundo.” Lo que permite que una civilización no se estanque en su materia y en su tiempo.

No fue un capricho de los griegos el que las siete cabezas marcaran el canon clásico de Occidente

Que el cómic esté en el Louvre, o los graffiti en el Grand Palais, o Raphael cante en el Liceu no es lo relevante. Sí lo es que deportistas y muchos de los denominados artistas, o apadrinados como tales por sus agentes políticos o comerciales, ocupen el lugar que antes tenían los científicos y filósofos. De este modo no extraña que los museos produzcan exposiciones, eventos de ocasión, sospechosos de valor, a modo de frívolas subastas con claro afán recaudatorio, en una depredadora búsqueda de nuevos públicos y mercados.

Entiendo que no fue un capricho de los griegos el que las siete cabezas marcaran el canon clásico de Occidente. Unas medidas objetivas que manifestaban las proporciones perfectas, que establecían  la altura del cuerpo humano, y por consiguiente su belleza. El orden también promovió que la cultura judeocristiana seleccionara y clasificara los textos sagrados para gobernar la espiritualidad de su comunidad. No es una casualidad que la palabra canon provenga del griego Χανων, que es regla, que establece las proporciones perfectas e ideales del cuerpo humano, y de las relaciones armónicas entre las diferentes partes de una figura. Dicho de otro modo, el arte obedecía a unas reglas objetivas y medibles.

La madurez exige llegar a un juicio (voluntad), y entender (entendimiento), que lo que hacemos, incluso lo que no hacemos, tiene consecuencias

El diseño decide. Editoriales, galeristas, lobbys, publicistas, legiones de relaciones públicas, influencers en las redes sociales, dictan a toque de corneta lo que es bello, lo que es bueno, lo que es cultura. Arte light, música ligera, cine ligero, series ligeras, literatura ligera, para entretener. Una forma de entretenimiento permanente, un “divertirse hasta morir” (Postman).

El todo gratis que se busca en Internet solo es un reflejo más del extendido infantilismo social y cultural.  Poco vale la madurez que exige aprender a pensar, adquirir un juicio capaz de distinguir la experiencia estética del banal exhibicionismo,  o de la disquisición entre el bien y el mal. Lo que significa comprender que la madurez exige llegar a un juicio (voluntad), y entender (entendimiento), que lo que hacemos, incluso lo que no hacemos, tiene consecuencias. El sentido de la responsabilidad apenas tiene hueco en las agendas familiares, educativas, políticas y sociales.

La democratización de la cultura  es una apetecible ilusión. El todo gratis que predican las plataformas  contagia el espejismo de la democratización de la cultura, con su acceso libre y gratuito, como eslogan. Pero la realidad es que la primera información que se encuentra es insustancial e inútil, filtrada y clasificada no para nuestros intereses, sino para nuestros perfiles y su monetización.  La realidad es que el acceso a la cultura es tan diverso y personal como cada uno que la busca. Un camino que exige procesar, distinguir, clasificar, aplicar. Un ejercicio para el pensamiento en la atención pausada,  en el  tiempo,  y en el esfuerzo,  que se encuentra en las antípodas del “se ha hecho gratis”, que hoy es tendencia.

Cultura televisiva, cultura digital. Hacer un clic o encender la tele son los protocolos por excelencia de la infantilización. Sus programas persiguen grandes audiencias, aun cuando ahora están mucho más fragmentadas, crónicas y clónicas en su estupidez, pero que el gran público alimenta en todas las partes del mundo. La telerrealidad  es el formato  perfecto para anular la distancia crítica y su juicio. Un género híbrido que se ha adueñado de las parrillas locales, nacionales e internacionales, en un festín mediático global.

La política también se ha telenovelizado, como señaló Fermín Bouza, sus relatos encajan en la plantilla formal de los seriales televisivos

Como se indica en “Realidad de la telerrealidad, es cáncer de una sociedad (hiper) televisiva experimentamos la convergencia mediática y los portales web, con el “género-matriz” del docudrama, compuesto por subgéneros, bien reciclados o inventados, que se diversifican y formatean con contenidos también reciclados que se fusionan en una espiral ininterrumpida. Los géneros tradicionales información + entretenimiento + publicidad, serpentean en mutaciones impredecibles. Un baby boom mediático permanente e hiperpresente, con un menú uniforme donde el plato principal emite galas, conecta con otros espacios en los que los participantes cuentan sus experiencias, y los celebrity  sus intimidades, al galope del streaming en un voyeurismo permanente.

La política también se ha telenovelizado, como señaló Fermín Bouza, sus relatos encajan en la plantilla formal de los seriales televisivos, donde no importan los hechos y argumentos, sino las emociones y pasiones que mueven a sus protagonistas. La conversión de la comunicación política en reality show conduce a todos los partidos a ese consultorio social, donde se exhiben sin pudor sus representantes. Una política del escándalo para alcanzar o mantener el poder.

Foto: Igor Miske


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