El curioso fenómeno del terraplanismo gana adeptos y espacios en los medios de comunicación a un ritmo vertiginoso. Aunque en un principio estuviera restringido a una teoría conspirativa propagada por videos de Youtube, lo cierto es que más allá del consumo irónico o la curiosidad, hay personas a lo largo de todo el mundo que se definen como terraplanistas y que han organizado encuentros en Inglaterra, España, Estados Unidos y Argentina, país en el que, vaya paradoja, se reunieron en una ciudad de la Provincia de Buenos Aires denominada “Colón”.

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Los terraplanistas dicen apoyarse en fundamentos científicos para fundamentar su teoría de que la Tierra no es esférica además de tener, a su favor, el sentido de la vista y alguna lógica elemental de larga data que dificultaría, a quienes no sabemos de astronomía ni de física, comprender cómo puede ser que vivamos, sin caernos de cabeza, en una planeta esférico que gira alrededor del sol. Asimismo, afirman que los cálculos que se hacen desde Eratóstenes están equivocados y que la NASA es parte de una gran conspiración que presenta fotos del espacio exterior manipuladas. En este sentido, el terraplanismo podría ser un ejemplo más de las teorías conspirativas que circulan en la web y que son capaces de afirmar que el holocausto no existió, que las Torres Gemelas cayeron por una gran implosión, que Elvis Presley no murió y vive en Argentina, que nadie ha llegado a la luna, que las vacunas causan autismo, etc.

A propósito, algunas semanas atrás, en la sección que el diario El País le dedica a la ciencia, el periodista Javier Salas escribió una nota con algunos datos interesantes. Se llama “No puedes convencer a un terraplanista y eso debería preocuparte”, y entre otras cosas indica que solo el 66% de los jóvenes estadounidenses de entre 18 y 24 años está plenamente seguro de que vivimos en un planeta esférico y que los algoritmos que manejan Youtube, y que nos sugieren nuevas opciones después de ver cada video, llevan siempre hacia aquellos videos más viralizados que suelen ser los más polémicos y radicales.

Quien piensa distinto, en el mejor de los casos, está equivocado y, en el peor, es el enemigo al que hay que destruir, aquel que forma parte de una gran confabulación mundial al servicio de vaya a saber qué interés de gente poderosa contra los cual hay que luchar heroicamente

Esto genera una confirmación de sesgo y ayuda a que los debates se polaricen. Pero Salas también afirma que lo que ocurre con el terraplanismo es el síntoma de otra cosa. En otras palabras, se trata de un fenómeno representativo de la crisis de determinadas instituciones y sobre ese punto quisiera ahondar porque la humanidad siempre ha estado atravesada de falsas creencias y pseudo ciencias pero la resistencia a las evidencias y la falta de disposición a la escucha se viene acentuando en los últimos años, probablemente ayudado por la capacidad asociativa y de difusión de aplicaciones y redes sociales. Porque no hace falta ingresar a la discusión acerca de si la Tierra es esférica para darse cuenta que en prácticamente todos los debates que atraviesan la esfera pública nos encontramos con individuos que no están dispuestos a revisar sus argumentaciones ni siquiera ante los datos más evidentes. Quien piensa distinto, en el mejor de los casos, está equivocado y, en el peor, es el enemigo al que hay que destruir, aquel que forma parte de una gran confabulación mundial al servicio de vaya a saber qué interés de gente poderosa contra los cual hay que luchar heroicamente. Insisto: no es solo el terraplanismo. Son prácticamente todos los debates públicos en materia moral, social, económica y política.

Si bien está claro que el irracionalismo posmoderno no es nuevo, parece haberse generalizado un escepticismo mal entendido, como si la desconfianza supusiera un status y como si el cambio de opinión fuera siempre una defección. Y no creo que este fenómeno se les pueda achacar sin más a Marx, Nietzsche y Freud, pensadores que Paul Ricoeur denominara, “de la sospecha”, pues más bien parece representar todo un espíritu de época que ellos han ayudado a constituir pero el cual, por supuesto, también los excede.

Con todo, lo cierto es que sin instituciones de referencia, caída en el descrédito la política, la ciencia, la religión, la justicia y cada vez más rotos los vínculos comunitarios que construyen confianza, todo parece reducirse al “te creo” o “no te creo”, esto es, una creencia que ni siquiera está dirigida a una institución o a una trascendencia sino a la afirmación circunstancial de quien en su decir confirma mi sistema de valores y la lucha épica del enjambre cibernético de hoy.

Y una sociedad en la que simplemente tenemos creencias que no son capaces ni deseamos que sean sometidas al tribunal de los datos, no puede generar ni debates ni diálogos, sino simples monólogos que fingen interactuar simplemente porque se suceden en el tiempo. Esto se ve muy claro en los presuntos debates que organiza el periodismo y muestra que éste es uno de los principales responsables de la situación actual. No solo porque su descrédito está absolutamente bien fundado sino por dos razones más. La primera es la forma en que el periodismo se posiciona de cara a la sociedad, esto es, su pretendida neutralidad entre opuestos. En otras palabras, el periodismo, en su necesidad de aparecer como la posición más razonable, el justo punto medio de cara a la sociedad, construye opuestos a los que les da la misma jerarquía aun cuando no la tuvieran. En este sentido, la evidencia científica acerca de la esfericidad de la tierra o, por citar otro ejemplo, la evidencia científica abrumadora en torno a la teoría de la evolución, tiene el mismo espacio que el terraplanismo o la teoría del diseño inteligente. Todo para que el presentador pueda estar “en el medio” de vaya a saber qué, como si la verdad pudiera obtenerse por promedio.

La segunda razón, muy atada a ésta, es que los debates entre posiciones radicalizadas generan expectativa y mayores clicks en las publicaciones, lo cual deriva, naturalmente, en mayor rédito económico. En este sentido, al periodismo no le interesa en particular ningún debate, ni el de la inmigración, ni el del lenguaje inclusivo, ni el de las vacunas, etc. Solo le interesa que haya clicks. Cuando deje de haberlos, por las razones que fueran, esas controversias desaparecerán de la agenda.

Para los que creemos en algo así como “las instituciones”, en que no todas las evidencias son controvertibles, en que no todo es una construcción del lenguaje sino que hay allí afuera alguna materialidad con la cual confrontar las construcciones sociales y simbólicas, es difícil no pasar de la desesperación a la angustia cuando notamos que nada de lo que se pueda decir o probar alcanza para cambiar un punto de vista sesgado que ya ha tomado posición. No se me ocurre ningún antídoto contra ello aunque reconozco que algo de indiferencia puede ayudar a que podamos dormir un poquito mejor.

Foto: Brooke Cagle


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