Una de las películas que más me gustaron en 2018 fue la biográfica de Dick Cheney, “Vice”. ¿Tuvo usted la oportunidad de verla? Christian Bale encarnaba, con una impresionante caracterización, al que fue vicepresidente de George W. Bush en los Estados Unidos. La película recoge varias décadas de actividad política de Cheney con especial atención a los ataques del 11-S y la subsecuente invasión de Iraq.

Publicidad

Me sobrecogió que cuando se refirió a la famosa foto de Azores no se mencionara a José María Aznar, y eso que eran solo cuatro, vamos, que no era el Orfeón Donostiarra de gira. Pero, más sangrante aún fue que se nombraran los atentados de Londres de 2005 y no a nuestro fatídico 11-M de un año antes, bastante más lacerante.

El dolor de sacar de la foto al otrora presidente se lo dejo a él y a sus acólitos, pero la onda expansiva de aquellas bombas que iban en los trenes llegó también a la memoria emocional de todos nosotros. Mi primera sensación ante tal elipsis fue de sorpresa, después sentí indignación y finalmente resignación. Por mucho que nos escueza, aquello no fue más que el reflejo de la irrelevancia de nuestro país allende las fronteras.

El amargor de la irrelevancia emponzoña hoy la autoestima como nunca ha ocurrido antes. En una sociedad digital hiperconectada ver y ser visto es una fuente más de sentido a la existencia. Uno se aleja de ese perturbador territorio de individuos translúcidos (decía Ortega y Gasset que a cierta edad las mujeres no es que no te miren, es que no te ven) en la medida que su presencia en el mundo es recompensada con likes y followers. La penalidad que suponía ser rechazado en otra época lo es ahora caer en la irrelevancia.

A algunos les basta con ser un referente en su familia, en su grupo de amigos o compañeros de trabajo. Otros, sin embargo, aspiran a un protagonismo que trasciende su círculo cercano, la fama

El pensador judío, Yuval Noah Harari, en su libro “21 claves para el siglo XXI”, no nos cuenta que aquellos profesionales inadaptados en la revolución digital serán despedidos, acabarán siendo pobres o tendrán depresión, no, lo que dice Harari es que serán irrelevantes.

Quien no es considerado por los demás no existe. Joaquín Sabina en su excelsa “19 días y 500 noches” canta: “No le voy a pedir perdón; para qué si me va a perdonar porque ya no le importa”. Ella se va en un taxi, no volverá. Él deja de existir.

De todas las irrelevancias, quizás la más amarga es la que leemos con desgraciada frecuencia en los periódicos. Hace poco ocurrió de nuevo: una anciana localizada muerta en su domicilio después de varios años de haber fallecido. No es nada nuevo que alguien desaparezca y su ausencia no genere ninguna alarma. La escritora María Zambrano dijo que solo mueren aquellos que amamos, que los demás simplemente desaparecen. Diluirse y que nadie lo advierta es irrelevancia supina.

Ser relevante en vida no tiene límites. A algunos les basta con ser un referente en su familia, en su grupo de amigos o compañeros de trabajo. Otros, sin embargo, aspiran a un protagonismo que trasciende su círculo cercano, la fama.

Aquellos vándalos que dejan esos mensajes de “Aquí estuvo Paco” en un monumento buscan precisamente eso, notoriedad pública.

Hasta ahora, sin necesidad de ser destructivo, uno solo podía aspirar a la popularidad destacando en alguna actividad: deporte, música, cine o política, por ejemplo. Llegar a ese punto de reconocimiento público estaba al alcance de muy pocos; no se trataba solo de destacar, los escasos medios de comunicación debían respaldarlo. El advenimiento de Internet ha socializado la notoriedad y la ha puesto al alcance de cualquiera. Más allá de los 15 minutos institucionales que proponía Warhol, hoy ser buscado, seguido y escuchado, queda potencialmente al alcance de todos.

El psicólogo norteamericano Abraham Maslow enunció el siglo pasado su teoría de las necesidades humanas. Este autor defendía que las personas vamos subiendo escalones, hasta cinco, en una hipotética pirámide y así cubrimos lo que denomina necesidades. De las cinco que expone, dos conllevan, de alguna manera, notoriedad: la tercera necesidad es la afiliación, es decir, formar parte de algún grupo, y la cuarta es el reconocimiento, ser valorado por los demás. Ser visible no es, por tanto, una opción, es una aspiración humana significativa.

Ser reconocido por alguien como digno de orbitar alrededor de su campo gravitatorio ha pasado a ser un motivo dominante en la nueva sociedad. El valor de las personas va asociado a su popularidad, que viene definida por el número de conexiones que disfruta. Esta tarjeta de presentación es tan trascendente para algunos, si no muchos, que llegan a comprar seguidores falsos para subir de manera artificial la importancia que se dan a sí mismos.

La irrelevancia, en general, nunca ha sido plato de buen gusto, se constituye en el enemigo principal a batir hoy. Sin embargo, es la misma crónica de una muerte anunciada, puesto que la inmensa mayoría de nosotros nunca llegaremos a alcanzar una notoriedad significativa. Sencillamente, en la burbuja de la popularidad no hay espacio para todos.

La persona que comparte con su grupo de palmeros un plato estilo nouvelle cuisine se sienta a esperar la respuesta de aprobación de sus seguidores. Los primeros momentos son de enorme tensión, todo incertidumbre. Finalmente empiezan a llegar los likes, uno, dos, 15, 40, … “No hay duda, lo he vuelto a hacer, ante ustedes, un influencer.”

Participar en el juego de la relevancia social es perverso porque nunca es suficiente. Bien sea a través de likes, bien de seguidores, uno cada vez quiere más y la tarea para lograrlo se transforma en obsesión.

Muchos estudios han puesto de manifiesto las patologías asociadas a la búsqueda denodada de posicionamiento social. No solo es un asunto de desatención a otros aspectos de la vida, como los estudios en la gente joven, ni siquiera de ansiedad o angustia, es la misma autoestima lo que está en juego. Desde el momento que la persona se pone un listón, que nunca alcanza porque nunca es bastante, el sentimiento de frustración y fracaso gobierna su estado de ánimo.

Es fundamental ayudar a los más jóvenes a desarrollar los mecanismos emocionales y cognitivos necesarios para afrontar la frustración de no alcanzar un sueño. Antes de eso, es vital que reconozcan el valor de la visibilidad en su justa medida, apartarles de la frivolidad del postureo y enseñarles que el mejor admirador es uno mismo, aquel con quien pasarán el resto de sus vidas.

Si hiciéramos un top ten de relevancias, en el número uno se situaría aquella que se mantiene o acrecienta muerto el interfecto. Estamos hablando de algo muy diferente a la fama, la gloria.

Quien cuenta con la popularidad en vida aspira a que su impronta se mantenga más allá de su óbito. Pocos son los elegidos en este sentido.

Se han realizado diversas encuestas en las que se pregunta qué personaje seguirá siendo recordado dentro de 1000 años. Todas coinciden en uno, Neil Armstong, el primer ser humano que pisó la luna. Así que la gloria eterna se antoja algo inalcanzable. Mientras tanto, el resto nos ajustaremos a las palabras del desconocido artista Banksy, quien dijo: “Uno muere dos veces, una cuando deja de respirar; la otra cuando alguien pronuncia su nombre por última vez”.

Como habrá podido comprobar, se le presentan en vida muchas opciones de alcanzar la deseada relevancia. Si aun así no encuentra su hoja de ruta para ser el referente de otros, le queda agarrarse al “Principio copernicano de la mediocridad”, ese, que al más puro estilo Coelho, le recuerda que el universo le ha elegido para hacer cosas importantes.

Foto: Sasha Freemind


Por favor, lea esto
Disidentia es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de ti, querido lector. Sólo con tu pequeña aportación puedes salvaguardar esa libertad necesaria para que en el panorama informativo existan medios disidentes, que abran el debate y marquen una agenda de verdadero interés general. No tenemos muros de pago, porque este es un medio abierto. Tu aportación es voluntaria y no una transacción a cambio de un producto: es un pequeño compromiso con la libertad.

Apadrina a Disidentia, haz clic aquí

Artículo anteriorTodos somos terraplanistas
Artículo siguienteBreve crónica de un viaje
Antonio Pamos
Entré en el mundo de la Psicología por vocación y después de 25 años puedo confirmar que ha sido, junto a mis cuatro hijos, una de mis principales fuentes de satisfacción. He deambulado por todos sus recovecos, desde la psicoterapia hasta los recursos humanos, desde la investigación científica hasta la docencia, desde la operativa hasta la gestión. Soy doctor cum laude, pertenezco a la junta directiva de la Sociedad Española de Psicología (SEP), al consejo asesor de la Asociación Internacional de Capital Humano (DCH) y soy profesor en la Universidad Camilo José Cela. Nunca desfallezco.