“Ahora tenemos un gran reto por delante: abordar las grandes transformaciones, con un eje verde, …” Yolanda Díaz
Ayer nuestro gobierno estuvo celebrando la fiesta del dinero de todos -que, como ya saben, no es de nadie-. Tras arduas negociaciones, los jefes de gobierno de los países miembros de la Unión Europea alcanzaban un acuerdo “histórico” para tapar -al menos parcialmente- los enormes agujeros que la pandemia COVID ha dejado en las economías comunitarias. ¡Alegría y regocijo! Ni una sola palabra de la pésima gestión económica, social y sanitaria que, no lo duden, ha sido la principal causa del agujero en España. No toca la autocrítica, dicen, porque ahora van a poder hacer lo que siempre han deseado: las mejores políticas posibles para usted, ciudadano.
Abro esta columna citando un tuit derramado ayer por la señora Yolanda Díaz, Ministra de Trabajo y Economía Social, que ya nos da pistas sobre el concepto que nuestros próceres y próceras tienen de “lo mejor para usted, ciudadano”. Hablaba la ministra también de eje digital, moderno, social… pero he preferido quedarme con el “eje verde”. Más que nada porque el asunto de “lo verde” y el “cambio climático apocalíptico” es la palanca perfecta -perfecta hasta el punto de que existe incluso una “Dirección General de Políticas Palanca para el Cumplimiento de la Agenda 2030”- para derrochar dineros de los contribuyentes, ya sean españoles, holandeses o alemanes, en chiringuitos variopintos, programas mágicos y desmantelamiento de la economía productiva.
Seguimos imperturbables el camino iniciado hace unos 30 años con el protocolo de Kioto. La meta era reducir las emisiones de dióxido de carbono a toda costa (me atrevo a decir que a cualquier coste, si de algunos beneficiarios dependiese). Desde entonces, las emisiones globales de CO2 han aumentado en un 50 por ciento, continuamente, año tras año. Los hombres y mujeres más poderosos del mundo se reunieron un total de 25 veces durante el mismo período, obviamente con poco éxito. ¿Qué diría si alguien hubiera estado yendo a una cura de ayuno cada primavera durante 30 años y hubiera engordado dos kilos cada vez? La definición de locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes (A. Einstein). O nuestro visitante de clínicas ayurvédicas está loco o se encuentra en secreto con sus platos favoritos. Viendo los datos de que disponemos, comparando los dineros invertidos, los millones de kilómetros de viajes en avión, las decenas de reuniones internacionales (y sus banquetes), con las cifras de “reducción de emisiones” de CO2, sólo podemos concluir que los esfuerzos de los poderosos para salvar el mundo deben ser una locura o un gigantesco fraude.
La transición energética alemana ha demostrado que el negocio eólico y solar es, en el mejor de los casos, un pasatiempo costoso para sociedades “ricas’” como las nuestras, pero no una solución para China. Por eso los chinos están realizando un gran esfuerzo para extender el uso de la energía nuclear
Echemos un vistazo detrás de las cortinas de alguna de esas conferencias. Por ejemplo, durante la COP15 de 2009 en la capital danesa, 183 naciones hicieron promesas para mejorar su comportamiento en relación con las emisiones de CO2. Entre los participantes se encontraban algunas personalidades importantes, algunas deslumbrantes como Jacob Zuma (ZA), Robert Mugabe (ZIM), Lula da Silva (BRA), Barack Obama (EE. UU.), Hugo Chávez (VEN), Recep Erdogan (TUR), Angela Merkel (DE), Nicolas Sarkozy (FRA), Shimon Peres (ISR), Ban Ki-moon (ONU) y Jose M. Barroso (UE).
Después de 12 días de arduo trabajo, China, India, Brasil, Sudáfrica y Estados Unidos firmaron un acuerdo que Obama consideró un «acuerdo significativo». En un debate entre todos los países, el documento fue «anotado» pero no «adoptado» y no fue «aprobado por unanimidad». El texto reconoce que el cambio climático es uno de los mayores desafíos de la actualidad y que se deben tomar medidas para mantener la temperatura por debajo de los 2 grados centígrados. Sin embargo, el documento como tal nunca fue legalmente.
En aquella conferencia, varios países asumieron compromisos no vinculantes para reducir las emisiones nacionales de CO2. Las metas se fijaron para 2020, lo que nos permite comprobar hoy quien ha cumplido sus objetivos.
En primer lugar, quiero que piensen que Japón, Rusia, India, la UE y EE. UU. Juntos producen un tercio de las emisiones globales de CO2. China -ellos solitos- prácticamente lo mismo. El tercio restante se lo reparten alrededor de 180 países.
En dicha COP15 en Copenhague, la UE prometió estar un 30 por ciento por debajo del nivel de 1990: 4.500 millones de toneladas; hoy está en 3.500 Mt. El dato es bastante alentador.
Estados Unidos prometió caer un 17 por ciento por debajo del nivel de 2005, 6,000 Mt, para 2020. Hoy son poco más de 5,000 Mt. Tampoco es un dato pésimo.
India prometió bajar entre un 20 y un 25 por ciento el nivel de 2005 – 1.1 Mt – para 2020. Hoy están en 2.8 Mt. Esto ya no va bien.
China prometió reducir entre un 1.8 y un 5 por ciento sus emisiones de 1990 para el 2020. China emitía 2,500 Mt en 1990, 8,000 Mt en el momento de la conferencia de 2009, y hoy sabemos que China emite alrededor de 12,000 Mt anualmente. ¡Qué cosas!
Las emisiones globales de CO2 han aumentado de 29,000 a 34,000 Mt desde 2009, lo que representa un aumento del 17 por ciento en 10 años. En resumen, se podría decir que «Occidente» hizo sus deberes, pero que Asia, sobre todo China, han incumplido sus objetivos de forma estrepitosa. ¿A qué se debe esto?
Las emisiones anuales per cápita de CO2, han aumentado en China de 3 a alrededor de 9 toneladas desde 2000 y, por lo tanto, al nivel de, por ejemplo, Alemania. Pero eso no es tanto debido a que los 1.300 millones de chinos tengan todos un SUV y tengan tres aires acondicionados en cada casa, sino por la expansión de su tejido industrial. Y el resto del mundo comparte la responsabilidad en esto que les describo. Me explico.
Cuando, a principios de los 1990 comencé a trabajar como consultor para proyectos de desarrollo científico, la mayoría de mis empleadores eran compañías farmacéuticas. Primero me invitaban a hacer un recorrido por la fábrica: a través de laboratorios, donde los empleados con batas blancas experimentaban con ratas o conejos, luego venían las salas de producción, donde unos robots se encargaban de envasar producto que, tras pasar por el al almacén, era cargado en camiones con el logotipo de la compañía. Tal recorrido sería aburrido hoy: apenas oficinas. ¿Dónde se han ido todas las ratas y conejos, las cintas transportadoras, los robots y los camiones?
El trabajo de investigación en animales ahora lo realiza una empresa de nueva creación en la República Checa, los ingredientes activos se fabrican en India y desde allí se envían a un fabricante por contrato en China, que los convierte en píldoras y viales. Todo sucede automáticamente. Las enormes cantidades de energía necesarias para ello salen hoy de los enchufes en China. Muchas de nuestras empresas “matrices” europeas solo necesitan hoy electricidad para las computadoras sobre los escritorios. Quien realmente produce, consume energía -grandes cantidades de energía- y, por lo tanto, emite CO2. Cuando nos hablan del éxito de la transición energética en Europa, tenemos que considerar que hemos subcontratado una gran parte de nuestra producción de CO2: a Asia y especialmente a China.
Cuando reclamamos «menos CO2» en todo el mundo, principalmente reclamamos «menos CO2 de China». Pero ¿es esa reclamación realista? El mundo ha decidido establecer sus plantas de fabricación en China para la mayoría de sus bienes de consumo e industriales. Esto funciona bien porque así es como se utiliza óptimamente la «economía de escala». Además, la población allí es poco exigente, educada y trabajadora, y el sistema político otorga a los empresarios incentivos capitalistas. En estas condiciones, se puede producir la misma calidad allí más barato que en cualquier otro lugar del mundo.
Pero la producción necesita energía. La transición energética alemana ha demostrado que el negocio eólico y solar es, en el mejor de los casos, un pasatiempo costoso para sociedades “ricas’” como las nuestras, pero no una solución para China. Por eso los chinos están realizando un gran esfuerzo para extender el uso de la energía nuclear. Del total de 2.000 GW de capacidad instalada, 43 GW son actualmente nucleares y 11 más están en construcción. Pero por el momento, para bien o para mal, generan la mayor parte de su energía quemando carbón.
¿Se debe prohibir a China que siga aumentando su parque de centrales térmicas de combustibles fósiles? Por un lado, esto es impensable y, por otro lado, no sería deseable: la bien establecida (no digo que preferible) relación del mundo con su proveedor más importante colapsaría. Y el beneficio tangible inmediato de los bienes de consumo baratos es más poderoso que el miedo al cambio climático, que ni siquiera notaríamos si no estuviéramos constantemente bajo el bombardeo de los medios alarmistas.
El “eje verde” del gobierno español, que será financiado con una cantidad importante de millones, no generará ningún beneficio apreciable sobre el clima global. Bueno, tal vez en nombre de la inclusividad solidaria y con mucha fanfarria mediática algún empresario de “la cuerda” podrá llevar adelante proyectos para instalar tres generadores eólicos en Burkina Faso. También sería posible financiar una oficina de control de consumo energético, que diseñe una ley para limitar el rendimiento de las aspiradoras a 600 vatios como máximo. El tiempo nos hará mas sabios. Observemos.
Foto: Thomas Kelley