1.- El historiador suizo Gonzague de Reynold decía de la revolución bolchevique de 1917, que fue una revolución “suspendida” desde 1905.[1] También decía Spengler que la guerra de 1914-1918 estuvo aplazada desde la derrota de Francia por Prusia en 1877-78. La guerra mundial de 1939-45 fue otra guerra aplazada en 1918-19. Lo dijo el mariscal Ferdinand Foch, Jefe de los ejércitos vencedores, al firmar el tratado de Versalles: «esto no es la paz, es un armisticio para 20 años».

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Las cuestiones aplazadas o suspendidas, muy importantes en la historia, sólo se reconocen como tales retrospectivamente. Una relativa excepción fue la Reconquista, cuyo leit Motiv explícito fue “la pérdida de España”, idea muy viva enseguida entre los mozárabes. Pérdida que, por cierto, temen algunos que, consentida sino promovida por los gobernantes, podría repetirse hoy. Como tragedia, según los pesimistas. Como farsa, según los optimistas.

2.- La implantación de la República postulada por partidos que forman parte del gobierno actual, podría considerarse también una cuestión suspendida o aplazada. No sólo porque forma parte del ideario de la mayoría de los partidos separatistas que campan a sus anchas -el catalán Torra, inhabilitado legalmente para ejercer cargos públicos electivos y funciones de gobierno sigue actuando como presidente- y del partido chisgarabís de ámbito nacional. Que la ha hecho suya inspirado tal vez por la antiestética ley de la memoria histórica, o sabedor quizá, pues funge de leninista, de que pueden aplazarse graves cuestiones políticas.

Le corresponde en todo caso el mérito de reclamar con bastante razón el referéndum “suspendido” sobre la Monarquía al comenzar la transición, que, a decir verdad, esperaba bastante gente. Si lo consigue y lo gana, podrá presumir de haber hecho su particular revolución infantil bolchevique, de haber ayudado al partido sanchista a vengarse del general Franco, que la “suspendió” en España, colaborando en su desentierro y entierro y de derrocar a la familia que le sucedió al frente de la Nación por su exclusiva voluntad. Operación facilitada por la propia Monarquía borbónica española que, dicen algunos, es autodestructiva.

3.- El hecho es que se ha suscitado una cuestión inexistente, que ha cobrado mayor relieve al reconocer el Dr. Sánchez el hecho obvio de que las noticias judiciales relacionadas con el exrey Juan Carlos “son perturbadoras para millones de españoles, yo incluido” y aludir de paso a la conveniencia de limitar los numerosos aforamientos existentes. Unido a sus despistes protocolarios con don Felipe VI -desplantes según los malpensantes y periodistas en busca de noticias- se ha interpretado como una alusión a levantar la inviolabilidad del Jefe del Estado. Hay comentarios para todos los gustos. Algunos sorprendidos por parecerles impropia del Dr. Sánchez una idea tan razonable: ningún Estado europeo tiene tantos aforados (ni, dicho de paso, tantos políticos que viven de la política).   Muchos son más suspicaces. Lo interpretan como un “globo sonda” o una declaración de intenciones: como habría que modificar la Constitución, podría plantearse oficialmente la alternativa Monarquía-República como una cuestión de Estado. Lo ha planteado claramente una ilustra vicepresidenta del Congreso de los Diputados, miembra, para decirlo con el debido respeto, del partido o la partida Unidas Podemos: «la única manera de desvincular a Juan Carlos I de Felipe VI y de la Jefatura de Estado es un referéndum”. Añadiendo “y la abdicación de Felipe VI«.  Como si el resultado tuviera que ser “sí o sí”. La Monarquía juancarlista está en peligro. Y no es indiferente que el posible cambio de la forma del Estado se realice mediante un referéndum. Es rarísimo que pierda un referéndum un gobierno que tiene empeño en ganarlo [2] y el gobierno de la Nación está en manos de quien está. Tanto los posibles votantes como los que se abstengan debieran tener muy claro el sentido de su voto o no voto.

4.- Es indiferente en cambio, que el eximio doctor se pronuncie como lo ha hecho porque aspire a ascender a Jefe del Estado o para complacer a sus socias y socios comandados por el Dr. Iglesias y otros grupos de esa órbita. Ansiosas y ansiosos todas ellas y todos ellos por hacerse ricos, nunca han ocultado su intención de abolir la Monarquía e instaurar la III República. En realidad, es su única idea política; el resto son tópicos demagógicos, banalidades y tonterías. Pero ha salido al ruedo y la Monarquía tendrá que lidiar con ella. Y ha salido con intensidad, un concepto fundamental en política, al venir inesperadamente en ayuda de los abolicionistas las investigaciones judiciales iniciadas en Suiza, un Estado Totalitario -no en España,  modelo de Estados de Derecho-, sobre los ingresos del exrey Juan Carlos.[3]  En vez de agradecerle los servicios prestados a quien ha sido, como dicen que dice una biografía oficial u oficiosa, “uno de los cuatro mejores Reyes junto a Carlos I de España y V de Alemania, Felipe II y Carlos III”, se le quiere encausar al parecer por fraude fiscal, el mayor pecado contra el espíritu socialdemócrata, perseguido con ahínco por la inquisición de esa religión política.

5.- Lo grave no es el cuánto, el cuándo, el cómo, el porqué, el para qué, el qué, ni el quien: es que un tema soterrado, la pertinencia o no de la Monarquía como forma del Estado, se ha convertido en una quaestio disputata. [4] A lo que se ha unido el aprovechamiento de la desgracia del “motor del cambio” por los abolicionistas, deseosos de implantar, movidos por su fuerte sentido de la propiedad, no tanto la República –res publica, la cosa común, de todos, del pueblo- como su República de orientación leninista, bolivariana y cosas así. El partido podemita, rebosante de imbécilas e imbéciles dicen los envidiosos, no tiene sólo a su favor que la revolución norteamericana puso en boga, como observó Ranke, la idea republicana, que triunfó en Europa con la revolución francesa y que el Zeitgeist es hoy indiscutiblemente republicano. Tiene el apoyo in pectore del partido socialista, por lo menos de su versión sanchista, necesitado además de las Unidas gentes ilustres de Podemos para seguir disfrutando el poder, y de los independentistas, anarquistas y progresistas en general. Muchos de cuyos votantes -dejando aparte las subvenciones-, son sin duda republicanos; pero probablemente bastantes de ellos, más por tradición, convencimiento o rechazo del sistema establecido, que por simpatía con los abolicionistas. Sería el caso de Cataluña, donde están presentes los rescoldos de la guerra de sucesión contra los Borbones, luego el carlismo, del País Vasco y Navarra -el carlismo antiborbónico- y es discutible la existencia de la libertad de voto dada la presión de los señores feudales sobre los votantes- O los de Galicia y Valencia -en esta región es muy fuerte la tradición republicana- donde no hay aun tanta presión, etc. Además, desde la guerra de la Independencia, es casi una tradición   derrocar de vez en cuando a un Borbón reinante, pues Amadeo de Saboya, que pudo haber sido un buen rey, renunció a los dos harto de la pseudopolítica de los políticos. Eso puede atraer votos conservadores si prosigue la marcha a la deriva de la Instauración juancarlista. En las dos Repúblicas nominales anteriores, fueron decisivos.

6.- El posible referéndum es también una cuestión aplazada o suspendida. Al morir el dictador, habría sido políticamente bastante lógico, que se hubiera sometido el heredero monárquico al refrendo del pueblo convocando un referéndum para garantizar su legitimidad y guardar las formas, ya que se decía que la Monarquía, que no es una forma democrática, traería la democracia.

Los Borbones no habían dejado buenos recuerdos y eran mucho peores los de la II República, causante de la guerra civil. De modo que, a la mayoría del pueblo, salvo minorías de uno u otro signo, le resultaba bastante indiferente la forma del Estado: quería paz y tranquilidad, la Monarquía era un deseo del general que había modernizado la Nación poniéndola a la altura de los tiempos y el referéndum hubiera sido sin duda favorable en aquel momento. No se hizo, han cambiado muchas cosas y lo exige una parte del pueblo o los que dicen ser sus representantes en el consenso.  Lo que es peor: se ha convertido en una cuestión política fundamental alentada desde el mismo gobierno.

En la decisión de no convocarlo a su debido tiempo, aunque no se trataba tanto de conservar o restaurar la Monarquía como de definir la forma del Estado, pudieron haber influido el precedente italiano que descartó a la Casa de Saboya -quizá porque el rey se revolvió al final contra su protector Mussolini- en un momento bastante menos republicano que el de 1976, y  el griego, donde el referéndum de 1974 sobre Monarquía o República al caer la dictadura militar, fue favorable a la República por un margen muy amplio.

En España, desaparecida la Monarquía por voluntad propia al exiliarse Alfonso XIII cuarenta y cinco años antes -casi más de tres generaciones-, se trataba en realidad de instaurarla, aunque dijeran los monárquicos que era una Restauración.[5] Se optó en cambio por incluirla vergonzantemente en la Carta otorgada de 1978 que funge como Constitución y quedó como una cuestión al albur del tiempo, o sea, aplazada. [6]  Es de señalar que se incluyeron asimismo en la Carta, sin consultar antes al pueblo, las Autonomías. Quizá porque el general de Gaulle había consultado pocos años antes, en 1969 en el referéndum mencionado, la propuesta de establecer en Francia un regionalismo mucho más limitado y lo había perdido. Y las Autonomías eran indispensables para dividir la Nación, el rival de la Monarquía desde las revoluciones norteamericana y francesa. De tendencia democrática. comenzó con ellas la pugna en torno a la soberanía entre la República y las Casas dinásticas, que tendían a considerar la Nación, el pueblo natural con conciencia política, un feudo particular.[7]

7.- Con independencia de lo anterior, el hecho de que se haya planteado el tema Monarquía-República, omitido por motivos obvios por todos los partidos y grupos políticos, incluidos los socialistas y comunistas, durante la transición-transacción a la Monarquía, cuestiona a fondo el establishment, cuya clave es justamente esa institución. Un tema prácticamente tabú, que una vez planteado seguirá pendiente mientras no se resuelva definitivamente. No sólo en la lucha política dentro del consenso, sino fuera de él en un tiempo que no es precisamente monárquico. Las generaciones mayores no tienen especiales motivos para defender la Monarquía, las nuevas no son monárquicas y su legitimidad ab actu exercitu, de ejercicio -la legitimidad que se gana gobernando-, que es la decisiva, no está clara.[8]

8.- Con todo, parece ser general el rechazo del republicanismo que proponen los abolicionistas. Descontando los indiferentes y los monárquicos sentimentales o interesados, se asocia todavía con la II República (y ocasionalmente con la primera, también de infausto recuerdo) y se teme sobre todo, una III República en manos de sus promotores chisgarabises aliados con el socialismo sanchista, independentistas, separatistas, el Lumpen que pulula en la vida política -Eta/Bildu es el segundo partido político en Vascongadas-, los okupas de la propiedad ajena protegidos por las leyes y toda clase de sociópatas.[9] Fruto por otra parte, de la desintegración física y moral de la Nación alentada por la propia Monarquía al dar cobertura al consenso que reduce la política a las discusiones entre los partidos. Pues los antimonárquicos activos han sido criados paradójicamente a los pechos de la ideología al mismo tiempo anarquizante de la Instauración. “Por sus frutos los conoceréis” (Mat. 7, 20).

9.- La Nación se enfrenta políticamente en este momento: por una parte, a las consecuencias de la pandemia y sus posibles efectos psicológicos y económicos con la secuela del paro, a la caída demográfica y a la corrupción estructural; por otra, al problema, muchísimo más grave, de la destrucción del êthos tradicional relacionada con el desvío o abandono de la fe religiosa. Consecuencia en cierto modo de la culture War -las culture Wars son, en último análisis, guerras religiosas- desencadenada contra la cultura tradicional por el consenso en torno a la Monarquía que sustituyó al Movimiento Nacional franquista. La cuestión del cambio en la forma del Estado puede agravar mucho más la situación. Por lo pronto, pone fin al consenso en un contexto guerra-civilista favorable al legado político de don Juan Carlos, que tiene el poder, y con el que tiene que pechar su sucesor: el lote que dispone del gobierno de la Nación en manos del licenciado Zapatero, los doctores Sánchez e Iglesias con toda su tropa y los nacionalismos que amparan y fomentan. Con ese fardo, no puede ir muy lejos ninguna Monarquía que no sea absoluta. Menos aun si es parlamentaria. Dice también Jesús Cacho en su sugerente artículo: “a pesar de la ausencia hoy en España de cualquier tipo de republicanismo liberal y democrático, será muy difícil que Felipe VI consiga sortear los bajíos de esta crisis y conducir la nave de nuevo a mar abierto”…. “Si esta Monarquía sobrevive, será cosa de milagro”.

10.- Desde el punto de vista del interés de la Nación, es precisamente un problema muy serio la inexistencia del partido republicano liberal y democrático al que alude Cacho de pasada. Desde el punto de vista legal, la Monarquía tiene las manos atadas debido a que la sumisión de los reyes, propia de las monarquías parlamentarias, al legalismo -no exenta tal vez en este caso de una cierta inclinación al progresismo, que ha sido la tónica de la festejada transición- le impide al rey actuar en nombre de la Nación, simbolizada en la Corona.[10] Tanto para poner orden ante la manifiesta incapacidad o nulidad de un gobierno de narcisistas incompetentes, arribistas y ambiciosos y defender los intereses generales, como para defender su posición.  El orden político no existe, la Nación es un desbarajuste -lo que alimenta y casi justifica el auge del separatismo- y tendría que plantear una solución política del tipo situación excepcional. Eso requiere voluntad política, romper con el consenso, eliminar la corrupción,[11] suprimir o rectificar profundamente las autonomías, etc.  Algo así como volver al inicio de la transición. [12]

11.- En fin, más vale prevenir que lamentar y desde el punto de vista de la Nación, que es lo importante, se echa de menos, ante la eventualidad de la caída de la Monarquía por el capricho de los gobernantes, la ausencia de un partido o partidos republicanos desvinculados del consenso e inequívocamente nacionales -de derechas y/o de izquierdas-, capaces de hacer frente a los antinacionales. Cuyo mayor argumento para atraer las masas es precisamente la idea republicana que les une. Como ocurre probablemente en Cataluña y en otros lugares. Una de las causas del fracaso de la II República fue, sin duda, la ausencia de algún partido liberal o conservador sinceramente republicano; no de monárquicos conversos al republicanismo por despecho, oportunismo o necesidad. Un partido con ideas claras sobre lo que significa la República, que impidiese, si llega el caso, que monopolice su idea la izquierda antiespañola revolucionaria como ocurrió entonces.

 


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12.- Por lo demás, la forma republicana del Gobierno o el Estado es en cierto modo, como se dijo arriba, una cuestión suspendida desde que Carlos IV y su hijo, luego rey Fernando VII -“el Deseado” por el pueblo ignorante de su traición y la de buena parte de la oligarquía dirigente- regalaron la Nación a Napoleón. Restaurada la Monarquía tras la guerra de la independencia, los liberales del trienio (1820-1823) -liberales a la francesa, no a la inglesa como, por ejemplo, Jovellanos- pensaron en la República. La falta de acuerdo o de decisión, el temor a la Santa Alianza -que, efectivamente, restauró al Deseado como monarca absoluto- o la falta de tiempo impidió que prosperase la idea.  Y Prim volvió a aplazarla a pesar de sus famosos tres jamases instaurando otra nueva dinastía foránea. [13]

13.- La República no sería en España una anormalidad. Las Monarquías han ido desapareciendo y casi todas las naciones son hoy republicanas, por lo menos nominalmente.[14] Y en cuanto al parlamentarismo, su crisis, observada hace bastante tiempo por Schmitt, es general. Una República presidencialista no tendría que ser un peligro ni fracasar, si existieran partidos republicanos, aunque fuera in nuce, con sentido de la Nación, el Estado y la realidad, frente a los reaccionarios nostálgicos de la absurda II República,[15] “bolivarianos”, ideólogos aficionados y amigos de novedades. Es muy probable que, propugnando la representación política desde abajo, consiguiesen fácilmente el apoyo de la mayoría de los votantes, hartos y aburridos de la inseguridad, la incertidumbre y el sistema impuesto en 1978. El presidencialismo es por cierto una forma de Monarquía no hereditaria ni vitalicia. Tiene la ventaja sobre el parlamentarismo de que los tres poderes están separados en su origen, el pueblo soberano.

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[1]  El mundo ruso. Buenos Aires, Emece 1951. En el “domingo sangriento” (9. I. 1905), la guardia imperial mató unos 200 manifestantes ortodoxos (se manifestaron más de 150.000 dirigidos por el P. Galpón) a las puertas del Palacio de Invierno. La noticia se propagó por toda Rusia, hubo motines y revueltas que fueron reprimidas, y no se olvidó la absurda reacción del gobierno zarista frente a unos manifestantes que sólo pretendían llamar la atención sobre su miserable situación. El Imperio ruso fue derrotado ese mismo año por el japonés.

[2]  Es un hecho de experiencia, que un gobierno que pierde un referéndum, o es incapaz o desea sinceramente atenerse a lo que opine el pueblo. Este último fue el caso del general de Gaulle, quien perdió el referéndum sobre la reforma del Senado y la regionalización al votar en contra el 52,41%. Considerándose desautorizado, hizo mutis por el foro y se marchó a su casa. Comentó más tarde:  “los franceses estaban hartos de mí y yo estaba harto de los franceses”.  Un caso parecido fue el referéndum convocado por Pinochet.

[3] Quien, por cierto, no será Juan Carlos I, como suele nombrársele, mientras no haya otro rey que se llame igual. Y tampoco es “emérito”, como se dice confundiendo su estatus, quizá por sus grandes virtudes, con el de Benedicto XVI.

[4] Escribe Jesús Cacho: “Las ‘fazañas’ perpetradas durante 40 años de Juan Carlos de Borbón las sabía todo el que debía saberlas. Eran un secreto a voces en el ‘establishment’ patrio” … “Asediado por la recalada del asunto de los Gal en los tribunales, Felipe González amagó con destapar los escándalos reales ante el riesgo de ir a dar con sus huesos en la cárcel”.

[5] Una Instauración es como la fundación de un orden político nuevo. Decía Carl Schmitt: «si en la caída de una dinastía se rompe la cadena una vez, entonces fracasa toda justificación y argumento» para hablar de Restauración. Cit. en S. R. Castaño, “La hora de la monarquía ha llegado a su fin. El problema de la monarquía en los textos de Carl Schmitt”.  Revista de Estudios Políticos. Nº 174 (oct.-dic. 2016).

[6] Se dice también, que Adolfo Suárez contaba off the record, que “la mayor parte de los jefes de Gobierno extranjeros” pedían “un referéndum sobre monarquía o república”, pero no lo convocó porque “hacía encuestas y perdíamos”. Puede ser. Mas, gobernar guiándose por encuestas en asuntos fundamentales, es gobernar burocráticamente -la gobernanza de moda en la Unión Europea-, no políticamente. La Monarquía no es una institución privada, sino pública, común, del pueblo.

[7] Según la Carta de 1978  “la soberanía nacional reside en el pueblo, del que emanan los poderes del Estado” (artículo 1,2). En el artículo 1, 3, el supuesto pueblo soberano (supuesto porque no estuvo expresamente representado, como hubiera sido preceptivo, en la discusión y redacción de la Carta, que hubiera sido entonces una Constitución) establece que “la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”.

[8] A la legitimidad ex origene, de origen, renunció expresamente don Juan Carlos (¿quizá sin darse cuenta?) en 2007 al sancionar la ley de Memoria Histórica o histérica del Sr. Rodríguez Zapatero. Es posible que prefiriese heredar de la II República, si es cierto que decía campechanamente que era republicano Renuncia ratificada por su sucesor al consentir la profanación -aunque la consistiese el papa Francisco según el Dr. Sánchez- del cadáver de Franco.

[9] Vid. sobre los okupas E. Encinas, “España, paraíso de los okupas”. Panam Posr.com (14.VII.2020). Un fenómeno general en la Europa socialdemócrata, pero especialmente grave en España y Portugal

[10] Augusto Comte decía que las Monarquías constitucional y parlamentaria eran formas de transición a la República y en muchos casos ha sido así. La Monarquía Constitucional, una Monarquía limitada, sucedió a la Monarquía Absoluta y a la Constitucional, la Parlamentaria, una Monarquía ya residual, limitada prácticamente a ser testaferro burocrático del poder ejecutivo. No obstante, tiene la posibilidad  de ejercer su auctoritas en casos extremos, en tanto representante máximo de la Nación y jefe de los ejércitos. Depende de la personalidad del titular de la Corona.

[11] ¿Comenzará con el enjuiciamiento, más reciente, de Pujol y su familia como “organización criminal”? El honorable había amenazado sibilinamente en el Parlamento catalán: “cuando se sacuden las ramas del árbol se pueden caer todos los nidos”.

[12] Es lo que pedía en 1994 Antonio García-Trevijano, en Del hecho nacional a la conciencia de España o El discurso de la República, razonando la necesidad de un “referéndum  constituyente de la reforma democrática de la Monarquía o la implantación de la República presidencialista” (in fine).

[13] Parece ser que Primo de Rivera pensó en la República imitando a Portugal y es posible que el régimen de Franco hubiese sido republicano sin la presión internacional -sobre todo la soviética y de los socialistas- después de 1945. El golpe de Estado organizado por el republicano general Mola, que derivó en la guerra civil, no iba contra la República. Al contrario, la idea era poner orden para asentarla, o rectjficarla como pedía Ortega, y retirarse a los cuarteles. El mismo Franco defendió la República en Asturias y en junio de 1936 escribió una carta a Casares Quiroga (vid. Verdades Ofenden.com, 23.VI.2019) advirtiéndole el descontento del ejército. Se unió al golpe cuando lo hizo inevitable el asesinato de Calvo Sotelo.

[14] La República implica la democracia, pero no cualquier forma de democracia.

[15] Prácticamente no llegó a existir al no haber sido “rectificada” como querían Ortega o Mola. Emiliano Aguado la definió certeramente como La República, último disfraz de la Restauración. Madrid, Editora Nacional 1972. Para J. M. Ortí Bordás, se redujo a «la ocupación por la Segunda República del Poder abandonado por los monárquicos». Revoluciones imaginarias. Los cambios políticos en la España contemporánea. Madrid, Encuentro 2017. III, c), p. 184.


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Dalmacio Negro
Nací en Madrid en 1931. Soy doctor en Ciencias Políticas y licenciado en Derecho y Filosofía. He sido catedrático de "Historia de las Ideas y Formas Políticas" en la Universidad Complutense de Madrid y de "Ciencia política" en la Universidad San Pablo CEU. He escrito una decena de libros, en el último de los cuales La ley de hierro de las oligarquías (2015) advierto sobre la excesiva capacidad legislativa de los Estados, que promulgan una cantidad ingente de leyes y medidas detallistas provocando una gran indefensión del individuo. Así, el ciudadano común se ve incapaz de conocer, y por tanto de respetar, todas las normas legales.