¿Lo escuchan? ¿Lo notan? Es el incesante rumor de la miríada de columnistas, opinadores, tertulianos, divulgadores, tuiteros prominentes y sesudos analistas intentando vislumbrar, profetizar, modelar para mañana la Fata Morgana con la que llevan soñando todos los ayeres: tras esta crisis del coronavirus, ya nada volverá a ser como antes. ¿En serio? ¿Nada de nada? ¿Cambiará la composición de mi desayuno o el color de mi sofá? ¿Dejaré de pasear con mi perra a diario? ¿Seré más pobre? ¿Seré más rico?
Bueno, en España hay cosas que ya están cambiando a marchas forzadas gracias a la especial diligencia con que los políticos que hoy nos gobiernan introducen, casi de tapadillo, medidas que limitan nuestros derechos constitucionales en cada nuevo Decreto Ley que aprueban. Cuando termine la crisis sanitaria, recuperar esos derechos sustraídos se convertirá en una de las grandes empresas de la sociedad civil… a no ser que la mayoría considere que “más vale vivo y siervo que libre y en riesgo”. Postura ésta muy en concordancia con la esencia de los modelos predominantes en casi todas las teorías de “Nuevo Orden Mundial” que podemos leer a diario en nuestros quioscos virtuales.
El rumor del que les hablo al principio es como un ataque persistente de infrasonidos que nos impide percibir la realidad sobriamente y anula nuestra capacidad de análisis. Así es que no llegamos a comprender que Pablo Iglesias no interpreta el artículo 128 de nuestra Constitución de manera literal, esto es, que toda la riqueza del país está subordinada al interés general, no. Lo interpreta con su instrumento particular y lo convierte en un “sólo un gobierno de progreso puede determinar los objetos del interés general, por lo que toda la riqueza del país quedará subordinada al dictado del gobierno … de progreso”. Ataque de infrasonidos que nos impide discernir entre lealtad y servilismo, entre información y adoctrinamiento, entre búsqueda de la verdad e imposición de una verdad particular. Nos marean tanto las cifras, nos causan tal dolor, que recurrimos al analgésico del aplauso, al calor virtual de los afines, a la resignación impotente del encerrado. ¿Y si les digo que esto tampoco es nuevo? ¿Que siempre ha sido así -otros rumores- y el soma de la cotidianeidad nos impedía verlo?
Es de esperar que la experiencia que estamos viviendo durante este estado de alarma ponga fin a la coquetería infantil con que evocamos tesis alarmistas y abuso de la planificación paternalista estatal
Así es como, los teorizadores de la política y la sociología esperan o temen -depende del lado del espectro ideológico que elijan- que esta crisis del COVID19 le dé al socialismo, ese que en la realidad y en la historia nunca funcionó, una nueva oportunidad. Después de todo estamos experimentando la más dura intervención estatal desde la muerte del dictador Franco y nadie parece especialmente asustado. La sublimación de lo colectivo como alternativa, efecto rebote, al distanciamiento social. Ese sí que sería un cambio significativo: el estado recuperando músculo (que no cerebro).
Por otro lado, puede ser que, después de la pausa forzada por la epidemia, el capitalismo se convierta en la única receta para recuperarnos de todo lo que hoy empezamos a echar de menos, afianzándose de forma aún más libre y contundente que antes. Eso también sería un cambio dramático. Capitalismo para el futuro. Pero ¿quién es el osado que se atreve hoy a pronosticar cambios radicales? Les recuerdo que la inercia, más allá de la física, se subestima sistemáticamente en sociología y “modelología”.
¿Y qué hay de la globalización? El virus ha expuesto las debilidades de una economía global just-in-time. Entonces, ¿asistiremos al retorno del consumo regional, del proteccionismo autárquico? Quizás, pero sería inefectivo, carísimo y generaría pobreza. Por lo tanto, también es posible que la salida de la crisis económica conduzca a una globalización aún más ramificada, con cadenas de producción diversificadas y deslocalizadas y más barata.
Por mucho que me esfuerzo, no consigo imaginar cómo desde economías más rígidas y localistas podríamos llevar la prosperidad (trabajo, servicios sanitarios, alimentos, vivienda) a los ya casi ocho mil millones de humanos que habitamos el planeta. A no ser, claro, que los apóstoles del eugenismo y predicadores malthusianos se salgan con la suya aprovechando el momento de desconcierto actual. Si dejamos que se mueran 3 o 4 mil millones… (Nota: siempre los “otros”, claro)
Esto último me lleva a otra de las fantasías más excéntricas del momento: “la retirada a casa de los humanovirus propicia el avance de la naturaleza”, en su versión laica, o “este virus es la venganza de la naturaleza” en su versión mística (los católicos no se merecen el papa argentino que les han puesto). Ni los unos ni los otros parecen caer en la cuenta de un detalle: si hoy puedo hacer fotos de corzos en Valladolid, o de jabalíes en la Gran Vía de Madrid, ¡es porque los corzos y los jabalíes ya estaban ahí! No han aparecido como ángeles vengadores tras la retirada de los malvados humanos. La naturaleza no siente, no actúa, no tiene consciencia de nada. Simplemente es. No hay venganzas, no hay avances. Asignar a lo que observamos una “intencionalidad” es solo demostración efectiva del grado de infantilismo que caracteriza a muchos de nuestros contemporáneos. Cuando la crisis sanitaria termine, cada especie volverá a ocupar su sitio en sus respectivos nichos y santas pascuas. Porque, por si no lo recuerdan, nosotros somos una especie natural dentro del ecosistema en que vivimos, y ocupamos un espacio en él. Si todas las libélulas de mi estanque se pusiesen en cuarentena, el jardín se llenaría de mosquitos. La venganza de los mosquitos tras milenios de opresión bajo las mandíbulas de las libélulas. ¿A que suena absurdo?
Lo siento, no tengo idea de cómo será el mundo tras la crisis sanitaria y económica provocada por este virus. Hacia dónde se desarrollará nuestra sociedad es incierto. Y esas son exactamente las buenas noticias. Porque tras la esquina de la incertidumbre pueden acechar monstruos, pero también felicidad, más libertad y prosperidad. Es de esperar que la experiencia que estamos viviendo durante este estado de alarma (una emergencia real, no una por venir) ponga fin a la coquetería infantil con que evocamos tesis alarmistas y abuso de la planificación paternalista estatal. Lo que vendrá tras la crisis no será obra de Sánchez o Iglesias, tampoco de Casado o Arrimadas. Lo que venga tras la crisis deberemos diseñarlo y manejarlo usted y yo. La meta es que podamos celebrarlo pronto en mi jardín, tomando unas cervezas. Quedan invitados.