La victoria de Donald Trump ha provocado una sensación de incertidumbre en buena parte de los gobiernos europeos, preocupados por una retirada de los EEUU de Europa, con lo que eso representaría para la defensa del viejo continente. Las reiteradas declaraciones del candidato republicano en la campaña electoral, en las que manifestó su intención de sacar a EEUU del conflicto en Ucrania y mirar hacia China, a la que Trump considera su verdadero rival, son un baño de agua fría para los que han confiado su defensa a la seguridad proporcionada por la maquinaria militar estadounidense y no han hecho su trabajo durante demasiado tiempo. Si la nueva administración no consigue, como han repetido una y otra vez en las elecciones, acabar con la guerra, existe la posibilidad de que lo que se acabe sea la ayuda militar estadounidense y que el apoyo a Ucrania ante la invasión rusa dependa casi exclusivamente de los aliados europeos.
Se ha fomentado una ideología tan destructiva como el wokismo, y en algunos ejércitos se dedicaba más tiempo a cursos de feminismo, sensibilidad y diversidad, que a prepararse para el combate. Nos hemos vuelto muy débiles y eso se paga
En Ucrania, la llegada de Trump no se ha visto de una forma apocalíptica por dos motivos. En primer lugar, porque los ucranianos son conscientes de sus capacidades y, como ya ha sucedido durante la guerra, ya han sufrido la escasez de material por culpa de los interminables debates políticos de sus aliados. En segundo lugar, la desconfianza hacia un nuevo gobierno del Partido Demócrata era enorme. De la ayuda aprobada para este año, la administración Biden sólo ha enviado un 10% y el propio Zelenski ha denunciado la poca confianza en una Casa Blanca que ha compartido información reservada con los medios de comunicación. Las declaraciones de “apoyar a Ucrania todo el tiempo que sea necesario” no se han plasmado en hechos y una de las noticias más celebradas en Ucrania ha sido la desaparición política del consejero nacional de seguridad, Jake Sullivan, al que se acusa, y no sin motivos, de hacer todo lo posible por evitar una derrota rusa. Por otro lado, el expresidente ucraniano, Petro Poroshenko, recordó cómo, a diferencia de Obama, la administración Trump facilitó al ejército ucraniano los javelins y otras armas que estaban esperando desde 2014, su dura política de sanciones y también como se opuso activamente a la construcción del Nord Stream 2.
No sabemos qué ocurrirá en su segundo mandato, pero una cosa es el Trump candidato y otra el Trump presidente, y además hay nuevos actores sobre el terreno, como Corea del Norte, cuya alianza con Rusia constituye un golpe al tablero asiático que los EEUU no pueden ignorar. Pero, pase lo que pase, con casi tres años de guerra, ni los gobiernos europeos ni la Comisión Europea pueden darse por sorprendidos ni echar la culpa a otros de la situación en la que se encuentra Europa. Algunos países, especialmente los que conocen bien a Rusia, han multiplicado su gasto militar y el desarrollo de sus fuerzas armadas. Polonia, las Repúblicas Bálticas y Finlandia están construyendo fortificaciones en sus fronteras para protegerlas de un ataque ruso. Suecia ha reinstaurado su servicio militar y Alemania se está planteando hacer lo mismo. Se ha proporcionado ayuda militar, humanitaria y económica a Ucrania, pero ¿será suficiente?
Sobre el papel, la Unión Europea tiene el potencial para hacerlo, pero la realidad es que nuestra capacidad para fabricar munición y armamento no es suficiente para las necesidades de la guerra. ¿Cómo es posible? Porque durante demasiado tiempo, la élite de Bruselas ha decidido vivir en una distopía de fronteras abiertas, lucha contra el cambio climático, políticas de género y una burocracia asfixiante que ha ahogado a todos los sectores productivos del continente. En vez de preocuparnos por la defensa, que en muchos casos era incluso despreciada y que hasta la primera llegada de Trump ni siquiera alcanzaba el presupuesto comprometido con la Alianza, Europa se hacía cada vez más dependiente de la energía rusa, se cargaba su propia industria en beneficio de China, abría sus puertas sin ninguna clase de control, y sacrificaba su agricultura y ganadería en el altar del fanatismo climático. No sólo eso, se ha fomentado una ideología tan destructiva como el wokismo, y en algunos ejércitos se dedicaba más tiempo a cursos de feminismo, sensibilidad y diversidad, que a prepararse para el combate. Nos hemos vuelto muy débiles y eso se paga.
Ahora, cuando Trump nos ha puesto frente al espejo, escuchamos que “Europa debe tomar conciencia de su propia defensa”, de los que durante años sólo se han preocupado por construir granjas ecológicas y cuartos de baño no binarios, cosas muy útiles cuando tienes al enemigo a las puertas y que, como tantas otras locuras ideológicas, acabarán en el vertedero de la historia. Hay que recuperar la conciencia si queremos pintar algo en el mundo y defendernos de los bárbaros, pero para eso hay que dar un giro de 180 grados a todo lo que se ha hecho hasta ahora. “No os preguntéis lo que Estados Unidos puede hacer por vosotros, preguntaros que debería hacer Europa por sí misma” dijo Giorgia Meloni en la reunión de cumbre de líderes europeos en Budapest. Sí, ya es hora de espabilar.
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