Nuestro Estado de bienestar es cada vez más ineficiente. De hecho, más y más personas buscan alternativas fuera del sistema para asegurarse las prestaciones prometidas. Ya sabemos, por ejemplo, que las pensiones futuras serán muy inferiores a las actuales, y quien puede trata de asegurarse una cobertura adicional para el día de mañana al margen del sistema. Con la sanidad pública está sucediendo lo mismo; masificada y peor gestionada, sobrevive en gran medida por la voluntad y dedicación de los profesionales que trabajan en ella. También la educación pública pierde la confianza de los ciudadanos, y quienes pueden optan por pagar de su bolsillo centros privados para sus hijos.

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Mientras las prestaciones fundamentales se deterioran sin remedio, se da la paradoja de que el Estado, en nombre del «gasto social», está ampliando la tipología de sus servicios y elevando el gasto hasta cotas desconocidas. ¿Qué está pasando?


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Una bomba llamada «gasto social»

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