Jonathan Haidt y Greg Lukianoff escribieron en 2018 un libro titulado The coddling of the american mind, que en español ha sido publicado bajo el título La transformación de la mente moderna. El libro es una versión ampliada de un ensayo publicado tres años antes en la revista The Atlantic. En el ensayo, los autores dicen lo siguiente:
No pretendemos implicar una simple causalidad, pero los índices de enfermedades mentales en adultos jóvenes han ido en aumento, tanto dentro como fuera del campus, en las últimas décadas. Una parte del aumento se debe seguramente a un mejor diagnóstico y a una mayor disposición a buscar ayuda, pero la mayoría de los expertos parecen estar de acuerdo en que una parte de la tendencia es real. Casi todos los directores de salud mental de campus encuestados en 2013 por la American College Counseling Association informaron de que el número de estudiantes con problemas psicológicos graves estaba aumentando en sus centros. La tasa de trastornos emocionales declarados por los propios estudiantes también es elevada y va en aumento.
Esta afirmación no se ha convertido de inmediato en un lugar común. Al contrario, es un terreno común de enfrentamiento. Más recientemente, el penúltimo día de 2022, el diario The Wall Street Journal publicó una entrevista de Tunku Varadarajan a Jonathan Haidt que ha reavivado el debate. La entrevista se acompaña de la noticia de que el psicólogo está trabajando en dos libros cuyo contenido no conocemos, claro, pero cuyo sentido queda claro en sus títulos, que traducidos al español serían: Niños en el espacio: Por qué se hunde la salud mental de los adolescentes y La vida después de Babel: Adaptarse a un mundo que ya no podemos compartir.
Lo que somos cada uno de nosotros se define en nuestra relación con los demás. Y las redes sociales son una ampliación, pero también una distorsión, de nuestro ser social
En la entrevista desgrana varias de las conclusiones de sus estudios: que en torno al año 2012 hay un cambio de tendencia en la incidencia de las enfermedades mentales de los jóvenes, que ese año es el de la irrupción masiva de Facebook y las redes sociales, que si post hoc sed propter hoc…
Algunos no se han quedado convencidos. Pero, en lugar de entrar en el fondo de la cuestión, han metido a Haidt en el saco de los viejos que se lamentan sobre la degradación de la juventud actual; una idea que seguramente es más vieja que la propia historia. Haidt ha recogido esas críticas en un reciente ensayo que seguramente será un adelanto de lo que va a publicar en papel, de nuevo titulado sin ambigüedades: La epidemia de enfermedades mentales en los adolescentes comenzó en torno a 2012.
Para elaborar su teoría y evitar errores y sesgos en la recolección y uso de los datos, Haidt y sus colaboradores han creado un documento en la nube en el que recogen, ordenan y someten a crítica los datos relevantes. Es un documento abierto, por lo que otros investigadores pueden solicitar permiso para añadir sus apreciaciones.
Lo que muestran esos datos no deja margen para muchas dudas. Partiendo de una investigación anterior, que Haidt actualiza con los últimos datos, se observa que el porcentaje de jóvenes (12 a 17 años) con depresión severa aumenta de forma apreciable… y que lo hace desde 2012.
En el caso de las chicas, del entorno del 12% de los años anteriores, pasa al 16% en 2012, en una escalada imparable hasta rozar el 30% en 2021. Es un incremento del 145% sobre los datos de 2010. En el caso de los chicos, el punto de inflexión parece retrasarse a 2013 o 2014, pero el aumento es mayor: un 161% sobre los datos de 2010.
Otra fuente, que recoge el porcentaje de estudiantes de licenciatura (undergraduates) que están afectados por una enfermedad mental, arroja la misma tendencia. El porcentaje en 2019 es un 134% mayor que en 2010 en ansiedad, un 106% en depresión, un 72% en déficit de atención e hiperactividad, un 67% en esquizofrenia, un 100% en anorexia…
Varios autores han querido desautorizar la interpretación de Haidt de estos datos, diciendo que lo único que reflejan es una mayor sinceridad de la generación Z sobre sus problemas mentales, y no un genuino incremento de éstos. Pero esta tendencia al aumento en la última década se observa también en las autolesiones y los suicidios. Aquí no cabe alegar que son más honestos con su situación, sin reconocer que esa situación es desesperada.
En el caso del número de hospitalizaciones por autolesiones no fatales, el aumento en 2020 frente a 2010 es del 48% en el caso de las chicas, y del 37% en el de los chicos, de 15 a 19 años. Si bajamos una escala en la edad, de 10 a 14 años, el aumento entre las chicas es del 188%, y entre los chicos del 24%.
De nuevo, nos encontramos con la misma situación en los suicidios: un incremento pavoroso en la década 2010-2020 entre los jóvenes de 15 a 19 años (del 34% entre los chicos y del 82% entre las chicas), que es peor aún en la franja de edad de 10 a 14 años (109% y 134%, respectivamente).
Por otro lado, y mencionando a Zach Rausch, que es quien le asiste en las investigaciones, dice:
En el futuro publicaré un artículo sobre lo que está ocurriendo a escala internacional, en el que mostraré que los mismos patrones se están produciendo en gran medida de la misma manera y más o menos al mismo tiempo en Canadá, el Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda, y compartiré con ustedes lo que Zach y yo estamos aprendiendo sobre otros países más allá de la Anglosfera.
Por el momento, y visto con qué pulcritud trata las fuentes, creo que nos podemos fiar de su palabra. En cualquier caso, parece que hay un aumento en la incidencia de las enfermedades mentales en la población joven al menos en los Estados Unidos, si no en gran parte de los países desarrollados, entre los jóvenes en la última década.
La cuestión es ¿por qué? Haidt señala en una dirección: Las redes sociales. No es la única causa, advierte; sólo una de ellas. De hecho, él y Lukianoff señalaron en La transformación de la mente moderna que la sobreprotección de los menores en los años 90 es una causa importante de la misma tendencia.
Antes de seguir, adelanto que soy muy escéptico con este tipo de argumentos que achacan a una tecnología todo tipo de males sociales. En el primer artículo, cuando Haidt cita a sus críticos, recoge un mensaje de 1925 que dice:
Quitad a la chica o al chico de hoy en día la radio, el teléfono, la calefacción, el automóvil, las bibliotecas, las películas y otras formas de diversión y comodidad; dadles simplemente una navaja y las maravillosas diversiones inmutables de la naturaleza, ¿y cómo les iría? […] El hastío los reclamaría para sí y […] les iría mal hasta que volvieran a su acostumbrado hábitat de comodidad y abundancia.
A los videojuegos se les ha achacado todo tipo de males. Los medios han aireado que los juegos digitales son el camino a todo tipo de perdiciones de los jóvenes, con grandes dosis de alarmismo pero ninguna de evidencia científica. Nada que no veamos en otros ámbitos.
Sin embargo, en esta ocasión sí le he dado crédito a la advertencia de Heidt. Daría mis razones, pero son también las del psicólogo, y prefiero citarle a él:
Pero las redes sociales son muy diferentes porque transforman la vida social de todos, incluso de los que no las utilizan, mientras que el consumo de azúcar sólo perjudica al consumidor.
Y aún hay otro motivo más profundo. Somos un animal social (comunal creo que sería mejor traducción del politikón de Aristóteles). Lo que somos cada uno de nosotros se define en nuestra relación con los demás. Y las redes sociales son una ampliación, pero también una distorsión, de nuestro ser social. Me parecería milagroso que un cambio de ese cariz no produjera heridas psicológicas.
Los análisis recabados y analizados por Heidt muestran lo que ya sospechamos: una relación positiva entre el número de horas dedicadas a las redes sociales y las enfermedades mentales. Y, en particular:
El documento de revisión colaborativa que Jean Twenge, Zach Rausch y yo hemos elaborado reúne más de cien estudios correlacionales, longitudinales y experimentales, sobre ambos lados de la cuestión. En conjunto, muestra pruebas sólidas y claras de causalidad, no sólo de correlación. Seguramente hay otras causas que contribuyen, pero el documento de Collaborative Review apunta con fuerza a esta conclusión: Las redes sociales son una de las principales causas de la epidemia de enfermedades mentales entre las adolescentes.
Seguramente necesitemos una nueva moral para enfrentarnos al reto que ello supone.
Foto: Milad Fakurian.