La caracterización de Iván Redondo como la de un alquimista demoscópico capaz de transformar a un outsider del sistema político, como era el pedro Sánchez de 2014, en un autoritario presidente del gobierno que controla manu militari cada aspecto del sistema político español es cuando menos controvertida. Hay quienes consideran que su influencia en los éxitos electorales del socialismo español está claramente sobredimensionada, de forma que la actual hegemonía política y mediática del gobierno se debe más a la inacción y a los desaciertos de la oposición que a las virtudes estratégicas del asesor monclovita.

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Para otros Iván Redondo sólo ha aplicado la máxima humeana de buscar conocer adecuadamente la verdadera naturaleza humana y de esta forma conformar una estrategia política empírica altamente exitosa. El español es un ser que se caracteriza por su cainismo político y por su afición al escarnio público, tendencia que algunos sitúan ya en los albores de la contrarreforma religiosa española en la que los autos de fe se convertían en espectáculos muy concurridos y populares. Utilizando la propensión del español medio a odiar al que no piensa como él y su tendencia a satanizar sus vicios privados ejemplificados en figuras públicas, Redondo habría construido a un político, Pedro Sánchez, que es la nada política y cuyo único bagaje político consiste en aprovechar la crispación y el odio entre españoles para su propio beneficio.

Aquellos que tanto han sobrevalorado a Redondo no deberían ahora tampoco infravalorarlo. ¿Por qué no pensar que parte de ese descalabro que según las encuestas se avecina sobre la izquierda madrileña no haya podido ser en parte inducido por la propia izquierda?

Esto unido a una hábil instrumentalización de los complejos ideológicos del centro-derecha español deberían haber garantizado a Pedro Sánchez una trayectoria similar a la de pseudo dictadores como Ferdinand Marcos o como Robert Mugabe, cuyas largas trayectorias en el poder sólo se vieron truncadas muy al final de sus carreras más por errores personales de cálculo que por los méritos de sus opositores. Según esta visión Iván Redondo habría convertido a un banal, insustancial y poco prometedor político en una suerte de invencible candidato, destinado a ocupar el poder cuanto quisiera y como quisiera. Por si fuera poco, la aparición de la pandemia de la COVID-19 habría dado lugar a la aparición de ciertas condiciones políticas que habrían permitido acelerar el proceso de patrimonialización del poder en favor de Sánchez. Con la excusa de velar por la salud de los españoles Sánchez habría decretado estados de alarma a la medida de sus ambiciones personales, lo que le permitirían acrecentar su poder y debilitar aún más a su oposición.

Ni siquiera la aparición de un partido contra hegemónico, VOX, habría supuesto nunca un peligro serio para la pulsión autoritaria del binomio Sánchez-Redondo. Aunque VOX cuestiona sin complejos todos y cada uno de los grandes dogmas de la posmodernidad política (identitarismo de género, globalismo socialdemócrata…), su aparición habría permitido a Redondo rescatar un poderoso mensaje de movilización política entre el electorado de izquierdas español: el miedo al fascismo. Poco importa que la identificación de VOX con el fascismo no tenga el más mínimo rigor científico, cuando el aparato mediático controla la cultura política española casi en un 90%. Para los proponentes de la teoría de la genialidad demoscópica de Iván Redondo, la existencia de VOX es una bendición para el PSOE. Debilita a la derecha y moviliza el voto útil de la izquierda. Cuanto más crezca VOX en las encuestas y cuanto más ruido mediático haga, mayor garantía de que Sánchez permanecerá muchos años en la Moncloa. Hasta tal punto este relato se ha acabado imponiendo que el propio PP de Casado ha acabado por asumirlo, de forma que lejos de ver en VOX un aliado para derrotar a Sánchez lo ha convertido en su principal enemigo.

Los mismos que apelaban al mito demoscópico de Redondo y a la nefasta influencia de VOX en la articulación de una respuesta política al sanchismo, son los que ahora jalean el efecto Ayuso, a la que pronostican no sólo una victoria incontestable en Madrid sino a la que comienzan a adjudicar una papel capital en la que ven como pronta derrota del sanchismo. Madrid, lejos de ser esa tumba del fascismo con la que la izquierda ha planteado su estrategia electoral en Madrid, estaría a punto de convertirse en la antesala de la derrota final del sanchismo. Una suerte de desembarco de Normandía del centro derecha que marcaría el comienzo del fin del sanchismo.

Creo que los que alientan esa idea cometen también un error. Ni Redondo es o fue nunca infalible, ni tampoco la previsible victoria de Ayuso, caso de que se produzca finalmente, tiene por qué suponer ese desplome en cadena del izquierdismo en España. En primer lugar, se trata de unas elecciones autonómicas, que deben ser leídas en clave autonómica, en las que ha habido en juego una pésima estrategia por parte de la izquierda, especialmente por parte de Podemos. Por otro lado, la candidata Ayuso, pese a sus innegables carencias intelectuales, ha sabido explotar inteligentemente la sobre exposición mediática de sus rivales y hacer gala de su principal activo político: su capacidad para conectar con el madrileño medio, cansado de un gobierno central que parece haber querido estigmatizarlo para defender su mala gestión de la COVID-19.

Aquellos que tanto han sobrevalorado a Redondo no deberían ahora tampoco infravalorarlo. ¿Por qué no pensar que parte de ese descalabro que según las encuestas se avecina sobre la izquierda madrileña no haya podido ser en parte inducido por la propia izquierda? No es tan descabellado pensar que una campaña tan rematadamente mala como la del PSOE no tenga algún propósito ulterior. Un malísimo resultado en Madrid no tendría por qué ser necesariamente un drama para el PSOE, incluso podría ser muy beneficioso. La desaparición de Pablo Iglesias y un debilitamiento de Podemos culminaría uno de los propósitos buscados desde siempre por Redondo como es el de eliminar una amenaza a la izquierda del PSOE que le permita a este partido volcarse hacia el electorado de centro.

Por otro lado, el fortalecimiento de Mas Madrid garantiza un posible aliado electoral al PSOE para futuras procesos electorales. Más Madrid seduce más a cierto votante abierto a ciertos dogmas del progresismo que rechaza los histrionismos pancarteros propios de Podemos. Además, una victoria aplastante de Ayuso ahora podría generar cierto ruido de sables en el PP y originar muchas más fricciones con VOX en el futuro. Visto desde esta óptica, los que defienden esa omnisciencia política de Iván Redondo no deberían, si son consecuentes con su caracterización del personaje, descartar que el descalabro de Madrid no sea más que un gambito de dama, en el que se sacrifica una pieza para ganar una partida.

 


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