Toda conspiración, intriga o trama, suele ser una sucesión de actos de cálculo, envidias y también cobardía. Si se activa, entonces seguirá su curso y dejará de ser una mera reunión intrascendente en un Pulcinella cualquiera y provocará estallidos de rabia, temores, desasosiego, maledicencia y también víctimas.
Recuerdo a Honoré de Balzac advirtiendo de la importancia de la acción en nuestras vidas y del deber de apreciar a quienes prodigan la buena acción y no alimentan la intriga o los malos instintos. Es verdad que somos lo que somos por nuestro carácter, pero seremos felices o no por nuestras acciones. Nuestras acciones nos guían por tanto hacia la felicidad y la de nuestros allegados o, en cambio, hacia el enconamiento y hasta la tragedia, pudiendo acabar cualquiera, por muy destacable que sea el cargo que ocupa, en la irrelevancia e incluso en la desdicha.
Las intrigas y las conspiraciones son seguramente un curso de psicología social. Nos descubren que hay individuos que son mercenarios desde la cuna, incapaces de hacer bien y empecinados con aquello que se proponen
Los actores de una intriga suelen responder siempre a un mismo patrón. Sin necesidad de ofrecer un elenco detallado como hace por ejemplo Jean d’Aillon en La conjura de los importantes, se puede decir que siempre identificaremos actores principales y secundarios. Los presentes y los ausentes. Los hay con apariencia de pánfilos, cobardes y ridículos, pero que pueden ser auténtico veneno. Otros que de repente se encuentran en escena sin saber muy bien cómo han llegado hasta ahí y que tampoco saben ni a quién sirven, pues ignoran que las decisiones importantes se toman siempre en su ausencia. Y otros que, sin decirlo ni pronunciarse, creen estar para contar la historia y no para protagonizarla. Ellos están, pero como si no estuvieran. Adictos a la información y el correveidile, figuran y necesitan sentirse protagonistas, pero al mismo tiempo quieren hacer creer que no responden y obedecen a nadie.
Un subtipo del género anterior lo representan aquellos que, estando perfectamente posicionados, pretenden emerger como pacificadores e intermediarios en el conflicto: «Whoever comes to you with this Barzini meeting, he’s the traitor. Don’t forget that», nos enseñó no obstante Don Vito Corleone. Y suele ser verdad. Junto a aquellos que se pasan el tiempo equidistando, éstos, los pacificadores y autoproclamados neutrales, son seguramente los más indisponentes. En su rol se sienten abrigados y protegidos de toda previsible deflagración. O al menos eso es lo que ellos creen.
Hace años escribí que los enfrentamientos humanos llevan a situaciones desagradables en las que nadie cede y todos los implicados parecen condenados desde el principio. Gustave Flaubert, cuando escribió Salambó casi obsesiona con esto. Con el fragor de las luchas, la angustia y la miseria a la que pueden llegar las personas. Pero tomó conciencia de la importancia de los personajes, es decir, los protagonistas de la acción. En efecto, en toda intriga la acción es casi tan importante como realizarla a tiempo.
Se mezclarán los sentimientos humanos con las pretensiones y los intereses espurios. Emerge de un lado el trapicheo, el conciliábulo y el oportunismo; y por otro la resistencia. Ya estamos entonces listos para la acción. Una acción que desvelará también las armas de nuestra época, los útiles necesarios para cualquier don nadie que aspire a ser algo: los manejos y las influencias.
Hay quien vive para ambas cosas, especializándose además en disimularlo. El hombre de atrás primero, y luego los de delante. Se apoyarán en quien sea necesario para salir victoriosos y no dudarán en condenar a inocentes achacándoles extrañas responsabilidades y deshonores. Qué importante es en la vida identificar a las personas honradas y desenmascarar a las malvadas.
Los primeros están ciertamente en peligro de extinción. Como nos decía el Cardenal Mazarino, siempre se encuentran amenazados y expuestos aunque gocen del reconocimiento y el cariño de aquellos a quienes se deben. Se les reconoce por su falta de ambición y por su desdén por alcanzar una posición de mayor rango. Los malvados y taimados se centrarán en ellos precisamente por ser buenos, comprometidos y piadosos. Por hacer uso de su libertad e independencia, virtudes que aquellos detestan. Y por eso se les observa, se les persigue y hasta se les denigra; y en cuanto es posible, se les compromete y hasta se les empuja a hacer aquello que no desean con la esperanza de que cometan algún error que se vuelva en su contra.
Cierto es que no siempre triunfan los malvados y mediocres que operan en las intrigas y conspiraciones. En ocasiones, quien es bueno también es valiente, actúa por convicciones y con la determinación necesaria. Sabe que no queda más remedio que enfrentar o combatir aquello que infunde temor e incluso lo que se considera inconveniente en un momento determinado. Sólo dos caminos son posibles: la estúpida obediencia o la rebelión. Harán lo que sea necesario y asumirán las consecuencias.
Las intrigas y las conspiraciones son seguramente un curso de psicología social. Nos descubren que hay individuos que son mercenarios desde la cuna, incapaces de hacer bien y empecinados con aquello que se proponen. Se comprometerán con toda causa o movimiento que les hace pensar que obtendrán una ganancia mayor. Ellos son quienes precipitan constante o intermitentemente crisis, y cuando la vida les sitúa en una posición de poder, por muy mínima que sea, algunas de esas crisis pueden ser de enorme trascendencia.
Foto: Tarik Haiga.