Pedro Sánchez ha ganado las elecciones. Las ha ganado porque su partido, el PSOE, ha obtenido más votos y más escaños que ningún otro partido, y porque su bloque, el de la izquierda y los nacionalistas, puede formar gobierno sin mayor problema. Suma mayoría con Podemos y ERC. Pero ERC no tiene ningún incentivo para pactar, si no es cumpliendo su propio programa de máximos, que pasa por el referéndum con el “sí” en bandeja, y arrasando todos los obstáculos al mismo, lo que supone volar por los aires el sistema judicial. Además, ha tenido un resonante éxito electoral. ¿Quiere decir que ese pacto no se va a producir? Creo que no, aunque el programa máximo de ERC es también el de Podemos.

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Pero no necesita pactar con los nacionalistas catalanes, pues Sánchez e Iglesias suman también con el PNV. El PNV es la prueba de que el sistema funciona como un reloj: Su apoyo, necesario para formar mayorías, supone regar a los ciudadanos vascos de millones de euros, y los electores han respondido otorgándole a los herederos de Sabino Arana un sexto escaño, y dejando fuera a Ciudadanos y Partido Popular. La lógica del voto por dinero entre PNV y Gobierno y de dinero por voto entre PNV y sus votantes se impone sin posible apelación.

Y aún podría pactar con Ciudadanos. Pero Rivera no puede pactar con Sánchez antes de las elecciones europeas, regionales y locales, sin caer ante una gran contradicción con lo que había dicho a sus votantes. A Sánchez no le mueve nadie del PSOE, por lo que Rivera no le puede exigir al partido que cambie de líder. Pero Albert Rivera es el segundo gran ganador de estas elecciones. Ciudadanos está a 220.000 votos y 3,9 puntos porcentuales de voto del Partido Popular de Pablo Casado, y es la alternativa a liderar el centro derecha. Ciudadanos se ha pegado un tiro en el pie al decir de antemano que nunca pactaría con el PSOE y, sobre todo, al proponer una alternativa liberal, y no una de izquierdas. Porque su función política pasa por substituir al PSOE como una izquierda nacional, no al PP como alternativa en el centro derecha.

El gran perdedor es Pablo Casado. Su partido ha obtenido 3.640.000 votos menos que en las pasadas elecciones, y menos de la mitad de los votos que obtuvo en 2011. Si perder siete millones de votos en ocho años no es un fracaso político, yo ya no entiendo nada

Y los grandes perdedores son los dos partidos más a la derecha. Vox ha entrado con fuerza en el Parlamento nacional, y es difícil decir de ese partido que haya perdido, pero en más de un sentido lo ha hecho. Tiene un discurso claro y concita el apoyo del 10 por ciento de la sociedad española. Pero está a años luz de suponer una alternativa a PP o Ciudadanos, y su única función política es la de ser el Pepito Grillo de la derecha española. Será el depositario del voto de la derecha cuando el PP se acobarde, pero no ha recogido voto de la izquierda o apolítico como para sumar a la derecha. Y si no suma, electoralmente resta. Es más, donde suma es en la izquierda, a la que ha contribuido a movilizar.

La combinación entre ley D’Hont y las circunscripciones pequeñas ha sido letal. El PSOE recibe el apoyo del 28,7 por ciento del voto y PP más Vox, 27 por ciento. La diferencia de 1,7 puntos porcentuales de voto se sustancia en una diferencia de 33 escaños (90 frente a 123). La izquierda está también dividida, pero la suma de PSOE y Podemos alcanza los 10,35 millones de votos y obtiene 164 escaños, y PP más Ciudadanos y Vox, 10,88 millones de votos y 148 escaños.

Pero el gran perdedor es Pablo Casado. No toda la causa del resultado de su partido es suya, quizás sólo una parte pequeña, pero él es el líder del partido y por tanto la responsabilidad es enteramente suya. Su partido ha obtenido 3.640.000 votos menos que en las pasadas elecciones, y menos de la mitad de los votos que obtuvo en 2011 (4,3 millones frente a 10,8 millones de votos). Si perder siete millones de votos en ocho años no es un fracaso político, yo ya no entiendo nada.

Pero es que ni los buenos resultados de Ciudadanos pueden ocultar el enorme fracaso del centro derecha en España. Si a los votos de Partido Popular sumamos los que obtuvo en 2011 el antecesor de Ciudadanos, UPyD, el voto anti revolucionario sumó casi exactamente 12 millones de votos. Este domingo, ya lo hemos dicho, los tres partidos nacionales a la derecha del PSOE no han llegado a los 11 millones de votos. Y eso que en 2011 hubo 24,67 millones de votos, mientras que este domingo han votado 26 millones nacionales.

Un dato histórico de participación ha servido una mayoría clara, aunque difícil de instrumentar por la división electoral, de la izquierda en España. No diremos izquierda española, para que no se sientan ofendidos. Y todo el discurso plañidero de la derecha española, esta sí, sobre la preeminencia de la izquierda en los medios de comunicación, no podrá desmentir que los españoles han votado a Pedro Sánchez y a Podemos estando perfectamente informados de lo que son capaces de hacer. Han votado una mayoría de izquierdas y nacionalista, en pleno proceso secesionista, a sabiendas de lo que ello supone.

¿Qué cabe esperar? Una dulce y tranquila revolución, auto infligida por la sociedad española. El PSOE, ha radicalizado su mensaje a la izquierda, y Podemos, impondrán un modelo económico rajoyano en la fiscalidad, pródigo en dádivas a grupos especiales, y feroz contra el funcionamiento de los precios. Cuando se ahonde la crisis económica, que ya se atisba, Sánchez señalará a algún enemigo exterior y Podemos a la Europa que pide recortes y a la derecha, que habrá lanzado una “guerra económica” contra el gobierno.

Veremos un ataque sistemático al sistema judicial español, que lenta y pesadamente avanza en el juicio contra los independentistas. El proceso separatista pone en bandeja a Podemos su gran objetivo, que no es que se rompa España, sino abrir un proceso constituyente liderado, como en 1931, por la izquierda y los nacionalistas en nuestro país. Lo han dicho. Y han recuperado su mensaje original, el que lanzaban cuando entraron de golpe en la política española, que quien va a pilotar el cambio no es la arquitectura institucional de la Constitución, sino la celebración de referéndums, en Cataluña y en el conjunto de España. Y cada paso que den en ese sentido exacerbará la respuesta de la derecha, y utilizarán esas respuestas como prueba de que no es democrática. Y los medios sancionarán ese cambio.

Con todo, creo en la fortaleza de las instituciones españolas, y tengo un hálito de esperanza en que, a pesar de todo, a los españoles les gusta ser españoles, y no renuncian a ello. Pero eso está por ver.