De todos es conocida la famosa broma de Molière en El burgués gentilhombre, cuando el protagonista, Monsieur Jourdain, se entera por su profesor de filosofía “de que para expresarse no hay más que prosa y verso”. Una revelación que le lleva a concluir con asombro: “Más de cuarenta años hace que hablo en prosa sin saberlo”. La anécdota se ha utilizado en infinidad de ocasiones con los más variados propósitos, aunque usualmente se cita la última parte, lo que podríamos denominar la consecuencia, y se amputa la anterior, que bien pudiera llamarse la causa o el contexto.
Sin embargo, como voy a tratar de explicar, lo más revelador en algunas ocasiones puede ser subrayar el nexo entre la primera proposición y su corolario. Pues este último es, de modo inapelable, el resultado de una cosmovisión dicotómica. Yo creía expresarme a mi manera, del modo en que mejor sé, pero resulta que en el mundo solo hay dos maneras posibles de expresarse. Por lo tanto, por más que quiera desconocerlo o esconder la cabeza bajo el ala, yo, como todos, estoy alineado: prosa o verso. Mutatis mutandi: blanco o negro; pobre o rico; opresor u oprimido; facha o antifascista.
Déjenme que les recuerde, antes de proseguir, otra cosa bastante sabida, casi un lugar común. Los historiadores, cuando ejercemos de tales y no de agitadores políticos, somos bastante reacios a utilizar la conceptuación de fascismo en términos amplios e imprecisos. En la medida en que la historia pretende alcanzar la categoría de ciencia social no puede permitirse el lujo de usar la etiqueta de fascista para caracterizar cualquier tipo de movimiento totalitario, caudillista o xenófobo, independientemente del lugar, tiempo y circunstancias concretas en que se produzca.
El fascismo como tal fue un movimiento específico del período de entreguerras del siglo pasado, que ya de por sí adquirió características muy distintas dependiendo del país en que surgió, se implantó o en su caso triunfó. Precisamente por ello, tanto la historiografía como la ciencia política han desarrollado un variado y complejo utillaje conceptual para diferenciar el fascismo propiamente dicho de sus precedentes –prefascismo, protofascismo-, sus variantes o emulaciones –parafascismo, facistización- o sus secuelas –posfascismo, neofascismo-. O sea, todo lo contrario de lo que hoy presenciamos con la generalización del concepto de facha.
‘Facha’ se ha convertido en el comodín por antonomasia, ese arma arrojadiza que cada cual tiene a mano para lanzarlo, cada vez de modo más prematuro, al contrincante de turno
Podría referirme al penoso nivel que se ha generalizado en las diatribas políticas, tanto en las instituciones convencionales, en particular el Parlamento, como en los medios de comunicación, para constatar que facha se ha convertido en el comodín por antonomasia, ese arma arrojadiza que cada cual tiene a mano para lanzarlo, cada vez de modo más prematuro, al contrincante de turno. Del mismo modo en que el franquismo invocaba el espantajo de la conspiración judeo-masónica y marxista internacional, viniera o no a cuento, nuestra democracia agita la descalificación de facha para todo aquello que salga de la corrección política al uso.
Pero no, no quiero centrar mi reflexión en el estrato más pedestre, sino todo lo contrario. Quiero apuntar a cómo en lo más selecto del establishment intelectual, tanto aquí, entre nosotros, como allende nuestras fronteras, va germinando y desarrollándose ese maniqueísmo grosero (perdón por la redundancia) que, al socaire de la marcha de los nuevos movimientos sociales -populismo, xenofobia, nacionalismo- divide el mundo en nosotros y ellos, es decir, los puros y los contaminados, los que están en el lado correcto de la historia y las excrecencias políticas, los moralmente superiores y los bárbaros.
Jason Stanley no es un diputado faltón, de esos que pululan por nuestro Congreso (¿hace falta dar nombres?) ni un contertulio al que se le calienta la boca a nada que le lleves la contraria ni, mucho menos, un tuitero inculto y precipitado. Profesor de filosofía en la Universidad de Yale, con una sólida trayectoria bibliográfica –básicamente en el apartado de filosofía del lenguaje-, poseedor de varios premios en su especialidad, colaborador habitual del Washington Post y del New York Times, Jason Stanley viene a tomar el relevo del clásico intelectual progresista estadounidense, digamos un Noam Chomsky para entendernos.
Jason Stanley publicó el año pasado How Fascism Works: The Politics of Us and Them. Resulta sorprendente que el autor critique el uso maniqueo que los denominados fascistas hacen del nosotros en contraposición al ellos, y luego asuma este antagonismo, solo que desde la acera opuesta. Con todo, esa paradoja conceptual les ha debido parecer demasiado sofisticada a los editores españoles, que han optado por una simplificación aún más grosera. En la versión española (Blackie Books, Barcelona, 2018), debajo del nombre del autor, con unas inmensas letras rojas que dominan la portada, aparece el nuevo título: Facha. Y luego un subtítulo que va mucho más allá del original pergeñado por Stanley: Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida.
Me gusta sobre todo esa última parte que se dirige a ti, lector y hasta te tutea cordialmente, al tiempo que te advierte del peligro, ese virus que nos invade sin que nos demos cuenta, que de hecho ya ha entrado en tu vida. Sí, en la tuya. Como Monsieur Jourdain con la prosa, vives en pleno fascismo sin saberlo. ¿Piensan que me excedo en mi interpretación? Una llamativa solapa nos interpela antes incluso de abrir el volumen. Con mayúsculas: “¿AÚN PIENSAS QUE NO ESTÁN ENTRE NOSOTROS?”
Lo de están entre nosotros a mí me recuerda mucho al excelente filme de ciencia ficción de serie B, Invasion of the Body Snatchers (1956), de Don Siegel, un clásico del que después se han hecho otras versiones. Si han visto la película, reconocerán el paralelismo: tanto en aquella ficción como en nuestra coyuntura real estamos amenazados por unos individuos que parecen ser como nosotros pero que en el fondo constituyen una amenaza letal. En la misma solapa de marras aparecen algunos de esos nombres, para que nadie se confunda: SANTIAGO ABASCAL (respeto la tipografía original), “presidente de VOX”, DAMARES ALVES, “Ministra de Bolsonaro en Brasil” y DONALD TRUMP, “presidente de los EE.UU”.
De cada uno de ellos se extractan unas frases –todas de brocha gorda, naturalmente- que tienen como misión obvia sacarnos de nuestra modorra o de una simple neutralidad que puede resultar suicida. “El fascismo no es solo cosa del pasado, sino que se ha infiltrado en el presente para, si no tomamos consciencia, marcar la agenda del futuro. De un futuro muy negro”. El volumen lleva un prólogo de Isaac Rosa. Una vez más basta con que les mencione el título de la contribución del novelista: “Antes de que sea (otra vez) demasiado tarde”. Da la impresión de que el peligro es tan grave que no caben sutilezas.
Déjenme, para terminar, que les haga un par de citas. La primera del prologuista: “la española es la única democracia de Europa que no se construyó sobre la derrota del fascismo. Es decir, la única democracia que no nació antifascista. Aún más: el único país donde «antifascista» levanta más recelo […] que el propio término «fascista»”. Dejando aparte otras consideraciones, resulta como mínimo curioso que los analistas antifascistas coincidan plenamente con el franquismo en un punto esencial: unos y otros piensan que España… es diferente. La segunda, involuntariamente cómica, es del propio autor.
Tras desgranar las distintas vertientes de la denominada “política fascista” y sus numerosas víctimas (afroamericanos, mujeres, sindicatos, universidades, sectores progresistas, minorías culturales y sexuales, etc.), alude Stanley a una ley de Carolina del Norte que obliga a los centros escolares a tener “aseos separados por sexos”, forzando así, de modo fascista, a que “las personas transgénero” usen el WC correspondiente “al sexo con el que nacieron”. ¡Como si “las mujeres transexuales” fueran una amenaza “para las mujeres cisgénero (no transexuales)”! Todo “un ejemplo de táctica fascista, además de un indicio de que la política fascista está en auge”. Perdónenme, pero a estas alturas ya no sé si estamos rodeados de fascistas o de tontos de solemnidad.
Foto: Slim Emcee