Los soles del planeta BB 132 acababan de asomar por el horizonte. Pero la decisión ya estaba tomada: este año iría de vacaciones al planeta E-S-P 2021. Demasiado tiempo había transcurrido desde la última vez que visitó en él a su familia.
- Siglezón, prepara todo lo necesario para un viaje a E-S-P 2021: mapas, ruta, estaciones de repostaje, lugares pintorescos para visitar. Lo habitual.
- (Voz electrónica) Como desees, LuiGoFe. Sin embargo, permíteme que te recuerde que en el planeta E-S-P 2021 se encuentran en situación de alerta debido a una epidemia viral.
- No importa. Tú prepáramelo todo y envíame al lector digital la información que pueda necesitar para protegerme de la epidemia.
- De acuerdo. Ya lo tienes todo en tu dispositivo.
Magnífico, pensé, mientras me ponía a leer documentos sobre la epidemia. Lo primero que me había enviado mi asistente virtual era un artículo científico sobre la transmisión aérea de los virus respiratorios. Leyéndolo me pude dar cuenta de los errores en los que había caído el departamento de sanidad de la Confederación Intergaláctica: el virus que había provocado la epidemia en el planeta que quería visitar (y en el mío) se transmitía por el aire a través de aerosoles y no principalmente por gotículas que caían en las superficies. De hecho, toda la literatura que podía encontrar hablaba de cómo el virus apenas se contagiaba a través de las superficies.
A unos 300 m vemos a una madre con dos niños. Van solos. Los tres llevan mascarilla. Me esfuerzo por ver quién puede haber cerca de estas personas que suponga una amenaza para su salud. No veo a nadie. Me pregunto si ya se ha documentado la transmisión del virus por aerosoles procedentes de los pájaros
La cuestión entonces era qué tipo de protección, o qué medidas debía adoptar, para no correr riesgos innecesarios de contagio durante las vacaciones. Si el virus se transmitía como un aerosol, guardar cierta distancia con las otras personas se antojaba razonable. Después de todo, había leído que al respirar el virus se extiende pero que al hablar lo hace 10 veces más y al gritar o cantar hasta 50 veces más. Conclusión, primera medida: guardar una distancia prudente de entre metro y medio y dos metros con tu interlocutor (bueno, en realidad, con todo el mundo).
La segunda medida de protección que logré contrastar leyendo los informes que me había enviado mu asistente virtual consistía en realizar al aire libre cuantas más actividades posibles. Todo lo que se puede hacer en la calle no se debe hacer en una habitación cerrada. Y si hay que hacer algo en una habitación cerrada, es imprescindible ventilar esta con contundencia (antes, durante y después). Bien, ¿y sí no es posible guardar la distancia o asegurar una ventilación conveniente? Pues entonces, lo mejor es llevar una mascarilla. Y aquí no valdría una mascarilla cualquiera. La mascarilla debe cumplir algunos requisitos: filtrar los aerosoles del ambiente, retener los aerosoles propios, permitir la respiración y la posibilidad de llevarla perfectamente ajustada. Armado con estos conocimientos subí a mi “Palomo Centenario”, metí las coordenadas, conecté del propulsor chiripitifláutico y puse rumbo a E-S-P 2021.
Apenas había entrado en la atmósfera de mi planeta de destino cuando recordé lo exquisito que estaba el café que hacía ya tantos años no probaba. Cuando bajé de mi nave me llevé la primera sorpresa de las vacaciones: efectivamente, fuera de la estación nadie llevaba mascarilla, pero tampoco nadie guardaba una distancia prudente. Delante de la puerta de entrada se encontraba un grupo de no menos de 50 personas, algunos de ellos charlando, otros fumando un cigarrillo, otros llamando a voces a sus niños, pero ninguno a más de metro y medio o dos metros de todos los demás. Eso sí, al entrar todo el mundo con la mascarilla y desinfectándose las manos. Todo para volver a salir y quitarse la mascarilla para seguir haciendo lo que estaban haciendo antes de entrar. Empecé a pensar que tal vez hubiese algo en mis lecturas que no había entendido bien. Se me ocurrió que podía ir tomando nota de aquellas cosas que observaba y no respondían a todo aquello que había aprendido sobre la epidemia antes de viajar a E-S-P 2021.
Notas.
En el supermercado. Muchas personas se recolocan sin cesar la mascarilla con las manos. Tras tocar la mascarilla se deciden a seleccionar las manzanas. No, no son gotículas. Si la mascarilla sirve para filtrar los virus que se encuentran en los aerosoles del aire, esto es suponer que la parte exterior de la mascarilla puede estar plagada de virus. Curioso comportamiento. Decido comprar manzanas envasadas.
En la montaña. Decenas de turistas reunidos ante la taquilla de unas cuevas muy famosas en una recóndita región del planeta. Unos llevan mascarilla, otros no. Nadie guarda distancias con nadie. Decidimos dar un paseo por el bosque de los alrededores. Estamos solos. A unos 300 m vemos a una madre con dos niños. Van solos. Los tres llevan mascarilla. Me esfuerzo por ver quién puede haber cerca de estas personas que suponga una amenaza para su salud. No veo a nadie. Me pregunto si ya se ha documentado la transmisión del virus por aerosoles procedentes de los pájaros. Mi documentación lo niega. Perplejidad.
En el bingo. Bingo del pueblo, en una chopera. Las mesas están separadas al menos cinco metros. En unas mesas hay cinco personas. En otras mesas, nueve (o más). Lógicamente, nadie lleva mascarilla. De pronto un niño de 16-17 años canta bingo. Feliz y contento se levanta a recorrer los más de 20 m que les separan de la persona que controla los cartones. Ésta, un adulto, se pone la mascarilla para recibir al niño. El niño, en su emoción, sale corriendo y olvida ponerse la suya. Decenas de voces indignadas le gritan: “¡niño! ¡la mascarilla!” (ninguno de los que grita lleva una mascarilla puesta) El niño, confundido, no sabe muy bien qué hacer. Se detiene avergonzado. La felicidad del bingo cantado ha desaparecido de su cara. No importa: vuelve a su mesa y se pone la mascarilla. Ya no se ve su sonrisa. Tampoco habla. Entrega el cartón y regresa a su sitio.
En una ciudad costera. La calle está muy concurrida. Guardar distancias es prácticamente imposible, lo mejor es ponerse la mascarilla. Algunos la llevan, muchos no. Veo a muchas personas cuya mascarilla no les cubre la nariz. Será que solo respiran por la boca. Dos chicas, que probablemente se han conocido durante estas vacaciones, se encuentran mientras van acompañadas de sus respectivas familias. Éstas, lógicamente, no se conocen de nada. Ronda de presentaciones. Y tras las presentaciones abrazos y besos a tutiplén. Eso sí, con la mascarilla puesta¡?!?!? Mascarilla contra mascarilla, mascarilla contra mejilla, … me acordé de las manzanas.
En una heladería. Sentado en la terraza y disfrutando de un magnífico helado me entran unas irresistibles ganas de fumar. Me levanto y cruzo la calle para alejarme lo más posible de quienes están sentados también disfrutando de su helado. Además, la acera justo al lado de la terraza está completamente llena de paseantes. De pronto veo a mi compañera con una de esas sonrisas tipo: “mira que eres idiota” e indicándome con la mirada a otras personas que simplemente se habían movido medio metro fuera de la terraza y estaban tranquilamente fumando en medio de la corriente de transeúntes. Pero claro, ¡no fumaban en la terraza!
En una casa. Éramos un grupo de 16 personas. Tras haber tenido que comer repartidos en mesas separadas, decidimos ir a casa a tomar un café. Los mismos 16 en un salón. Observo que no hay ninguna ventana abierta (ciertamente era un día muy caluroso). Me levanto y empiezo a abrir ventanas: bronca. “¡No abras las ventanas que entran moscos!”. No, no fue la gota que colmó el vaso, pero como había mucha confianza me decidí a preguntar: «pero vamos a ver, ¿vosotros de dónde sacáis la información necesaria para protegeros de la epidemia?». La respuesta fue inmediata: «lo están dando continuamente en la televisión. ¡Aquí hacemos lo que nos dicen!».
Callé.
Menos mal que nosotros no vemos la televisión.
Foto: engin akyurt.