Venezuela, ha sido uno de los países más ricos de América Latina, que hasta mediados de los años ochenta empleó su petróleo para pagar diferentes programas sociales, sus trabajadores estaban entre los mejor asalariados en la región, pero el descenso del precio del petróleo y una economía incapaz de diversificarse trazó la cuesta abajo. El régimen autocrático de estas últimas décadas, asentado en redes clientelares militares y políticas muy espesas, agravado por el gobierno de Maduro, ha convertido el día a día venezolano en una lucha por la supervivencia.
Parte de la documentación que utilizo para este artículo la recojo de una larga entrevista a Morella Alvarado, profesora de la Universidad Central de Venezuela, una de las más importantes del país, directora del Instituto de Investigaciones de la Comunicación. Le agradezco su testimonio, que es reflejo de la vida cotidiana de millones de venezolanos.
No es fácil organizar un día cualquiera en Caracas, y menos en otras muchas ciudades de interior como Mérida, Maracaibo o Ciudad Guayana. Cuando los recursos son escasos y las condiciones adversas, las necesidades básicas dependen en gran medida del orden y la planificación para conseguir un “mínimo de normalidad” de lo cotidiano. Recojo la sugerencia de mi entrevistada para describir el día a día alrededor de tres elementos básicos para la subsistencia: agua, gasolina y medicinas.
La rutina del agua se describe como la “hora loca del agua”, con un suministro gravemente deteriorado, tanto en su falta de mantenimiento como en su calidad. No hace falta detenernos en las épocas de sequía, lo “normal” es que haya zonas de Caracas donde el agua llega quince minutos una o dos veces al día. Hidrocapital es la empresa estatal, que funciona como compañía hidrológica encargada de administrar, operar, mantener, ampliar y rehabilitar los sistemas de distribución de agua potable en el Distrito Capital de Caracas.
La quiebra del país obedece a décadas de socialismo bolivariano, con una élite burocrática y militar corrupta, diseñada desde un entramado de redes clientelares que retroalimentan la perversidad del sistema
Pero el agua en Venezuela no es equivalente al agua que desde otros muchos países entendemos como agua de grifo potable y limpia. Llega con residuos, de color oscuro y con riesgo de que esté contaminada. No se trata de recoger el agua en ese momento puntual del día, hay que filtrar, hervir y purificar su almacenaje, tanto para beber y lavarse, como para cocinar y fregar. Cubrir esta necesidad básica supone una importante planificación y dedicación diaria de tiempo. En lugares como los Valles del Tuy, que se encuentran a dos horas de Caracas, el agua llega a las dos de la mañana, y por lo tanto, las rutinas se realizan de madrugada. Aquellos con más poder adquisitivo se organizan y compran el agua en camiones cisternas por un precio que varía entre los 60 y 120 dólares. Otras opciones más costosas pasan por instalar tanques internos o perforar pozos, solo al alcance de una minoría.
El segundo elemento es la gasolina. La escasez limita el número de estaciones de servicio con combustible, así como la eficiencia del mismo. La distribución de la gasolina depende de la estatal PDVSA, que tiene dificultades para recuperar la extracción de hidrocarburos, en la que sus refinerías están trabajando muy por debajo de su capacidad instalada. Solo el 15% de las gasolineras están abastecidas. Los venezolanos se organizan para informarse sobre cuándo llega la gasolina para llenar sus tanques, también para saber cuáles son las filas donde se debe esperar y estacionarse por horas, o vigilar la dirección de los camiones y seguirlos para pasar la información sobre las estaciones que distribuirán gasolina. Las dos horas de espera para el depósito en Caracas, se convierten en 30 o 40 horas en San Cristóbal, Mérida o Maracaibo, solo por citar las ciudades más emblemáticas.
Otra opción es contactar con los “bachaqueros” o comerciantes ilegales que venden la gasolina por cinco o diez veces su precio original. Llenar un tanque de gasolina de 50 litros cuesta 0,0005 Bolívares, dado que no existe moneda o billete para pagar esa cifra, los usuarios pagan Bs 100 por un tanque completo. Pensemos que un huevo cuesta Bs 933 y un caramelo Bs 300. En las ciudades donde el suministro escasea más, la gasolina es vendida en dólares; un tanque de 50 litros cuesta 20 dólares. A mediados de este mes de mayo, señala la AFP, en El Universal WEB, con “un dólar, cotizado a 5.546 bolívares (Bs) según el Banco Central de Venezuela, se compraba 554, 6 millones de litros de gasolina, suficientes para llenar 222 piscinas olímpicas”. Un huevo y 93,3 millones de litros de gasolina cuestan igual, por lo que no es extraño que el trabajador de la gasolinera prefiere que le paguen con un paquete de arroz.
La distorsión de estas cifras conduce a la gravedad de un escenario de escasez, donde el comercio ilegal acampa, que paga Bs 0,38, por 38.000 litros de gasolina, lo que contiene un camión, que a su vez cuesta menos de un dólar, que con la reventa obtiene 15.000 dólares. Un mercado negro que solo permite el acceso a quienes tienen el control de la distribución, la venta y la custodia de la gasolina.
Con las medicinas llegamos al tercer elemento de subsistencia. Las farmacias, a fecha de hoy, están surtidas, pero no se consiguen los medicamentos usuales como ansiolíticos, aspirinas, antibióticos o reguladores de tensión por citar los más comunes. Si se quieren obtener del beneficio estatal, los ciudadanos tienen que desplazarse de una ciudad a otra y esperar el momento para conseguir una caja de medicamentos, proceso que debe hacerse mensualmente. En otros casos, los médicos le dan a sus pacientes una larga lista de medicamentos para que consuma el que encuentre, que no tiene que ser el que necesite. Por otro lado son los venezolanos los que se pasan por listas de whatsapp los lugares, los medicamentos disponibles, los excedentes de los fallecidos y sus precios. También es usual el canje de medicamentos por comida, así como las donaciones de organizaciones no gubernamentales.
También aquí es frecuente el mercado negro con el “bachaqueo”, donde se venden medicinas a sobreprecio, en muchos casos de dudosa procedencia. Otra alternativa es comprar medicamentos en el extranjero y mandarlos o traerlos a Venezuela. Los precios son muy desiguales, en Colombia y España equivalentes a Caracas, pero mucho más costosos en México, Perú o Argentina.
Falta de agua, escasez de medicinas, búsqueda de gasolina, hambrunas, emigración, no son una casualidad. ¿Cómo sobrevive un venezolano? Con mucha FE (Familiares en el Exterior) contestan muchos de ellos con una pizca de humor. La quiebra del país obedece a décadas de socialismo bolivariano, con una élite burocrática y militar corrupta, diseñada desde un entramado de redes clientelares que retroalimentan la perversidad del sistema. Un mayúsculo ejemplo del poder destructor de una ideología, que se ha convertido en un engranaje destructor de valores y creador de miseria.
Foto: ZiaLater