Una de las características que siempre me resultó muy chocante además de tremendamente risible de cualquier nacionalismo es esa facilidad con la que anclan sus argumentos en un espacio temporal aleatorio y determinado, escogido cuidadosamente para que sus delirios tribales encajen en un relato construido al efecto. No importa si es español, catalán, vasco o chipriota. Hay una época de esplendor glosada con fervor y un momento en el que se crea el paraíso o se rompe abruptamente esa arcadia feliz, siempre por la mano de algún ente externo, malvado y colonizador.
Es necesario obviar, por inconvenientes, los procesos anteriores o posteriores que nos han traído hasta hoy y construir un imaginario colectivo que sustente inquebrantablemente cualquier ocurrencia que convenga, retorciéndose la Historia o dejándola de lado. Todo por la patria.
Asisto perplejo a esta suerte de oda de la prehistoria en la que últimamente nos han instalado. La vida sin tecnología era mejor. Trabajar la tierra y volver al pasado para sobrevivir es lo fetén. Incluso leí la semana pasada a una experta, ya saben, muy sesuda ella, decir que en el paleolítico la vida era más igualitaria
Ninguna de las naciones de hoy existían si nos alejamos lo suficiente del aquí y ahora. Los sucesos que nos han traído hasta aquí, en demasiados casos violentos, no debieran servir más que como contraejemplo. Tampoco los Estados se conformaban y regían como hoy se hace, las fronteras no se entendían como en la actualidad, ni la Libertad o el individuo tenían el significado que ahora les damos. La Historia se estudia y se analiza para que jamás vuelva repetirse, por más que no salgamos de ese puñetero círculo vicioso. Rendimientos pasados no debieron significar nunca reivindicaciones futuras, aunque muchos se empeñen. Juzgar el pasado con los estándares de hoy, es una atrocidad.
He sido testigo en estos últimos días de la reaparición de una necrópolis visigoda en la localidad donde trabajo. El yacimiento es conocido y está catalogado, por lo que, en ocasiones, cuando se excava para alguna nueva construcción, como es el caso, se encuentran huesos o enseres de la época. A la sazón ya se han sobrepasado la decena de cadáveres, con algún objeto y restos de lo que sería el cementerio del asentamiento. La vida cotidiana es una buena fuente de pistas y claves que explican, dan consistencia o rebaten los argumentos que vienen en la prensa para ilustrar de aquello que ocurre o estar por ocurrir. Como bien sabe el lector asiduo, yo prefiero dejar los análisis sesudos para los académicos del asunto y confrontar lo que ven mis ojos con lo que me cuentan desde el púlpito.
Los diez o doce cadáveres bien conservados incluían familias completas, con sus niños, pues la costumbre de enterrarnos con nuestros parientes más cercanos viene, como pueden imaginar, de muy muy lejos. Muchos hemos enterrado juntos a nuestros abuelos o a nuestros tíos y con ellos a sus hijos, tuvieran la edad que tuvieran, porque si lo piensan bien, seguro que no tienen muy lejos un familiar, que perdió a algún niño, de alguna mala enfermedad no hace siquiera un siglo. En 1820 morían 43 de cada 100 niños nacidos mientras que hoy solo mueren 4. No me he parado a buscar datos anteriores, porque no creo que sea necesario, ustedes ya se hacen una idea.
Podemos hablar de pobreza extrema, de esperanza de vida o de cualquier otro indicador, pero la cruda realidad es que la vida es hoy mejor que antes, se pongan como se pongan. Si hay más enfermedades es porque vivimos más, somos más y sobrevivimos más a esas mismas enfermedades, porque nos tumba la primera, ni quizá la segunda. Yo, y perdonen que vuelva citarme como ejemplo, seguramente hubiera muerto ya de haber nacido en el siglo XV o VXI.
Asisto perplejo, como seguro comprenden, a esta suerte de oda de la prehistoria en la que últimamente nos han instalado. La vida sin tecnología era mejor. Trabajar la tierra y volver al pasado para sobrevivir es lo fetén. Incluso leí la semana pasada a una experta, ya saben, muy sesuda ella, decir que en el paleolítico la vida era más igualitaria. No pude evitar que saltara en mi mente la caricatura del troglodita arrastrando por los pelos a su congénere femenina. Exactamente igual que los nacionalistas desnortados, plantean su mundo ideal, en el que morir antes de los treinta, de forma violenta en la mayoría de los casos y dolorosamente en todos ellos, es lo más trendy. Hay pues un nacionalismo cavernícola en ciernes.
Mostrarán como sorprendente la baja incidencia del cáncer en la época de los faraones, dejando de lado que la esperanza de vida de la época rondaba los cuarenta y que es a partir de los cincuenta cuando los cuerpos más se estropean con los tumores. La lógica del paraíso en la tierra y en el tiempo que más conviene. Este estudio, el de la incidencia del cáncer en el Antiguo Egipto existe y concluye lo que les cuento. No me hagan pensar quien lo pagó.
No vale siquiera eso de que vivimos peor que nuestros padres o nuestros abuelos. Solo el hecho de poder giñar y tirar de la cadena, algo que se generalizó en la segunda mitad del siglo pasado, marca un punto de no retorno. De hecho, el paro juvenil o el acceso a la vivienda, quejas prototípicas de muchos nacionalistas cavernícolas, son problemas meramente coyunturales típicos de nuestro país. Solo hay que cotillear alrededor para darse cuenta de que un gobierno liberalizador del suelo y del mercado laboral hubiera acabado ya con esas dos lacras. Podrían empezar si acaso, por pasar un mes de julio sin encender el aire acondicionado, para dar ejemplo.
Tampoco es excusa ese apocalipsis climático que nunca termina de ocurrir y que venceremos dejando de comer carne para comer arroz procesado industrialmente que sabe a carne y en cuyo procesamiento hemos expulsado tantos gases de efecto invernadero o más, que todas las vacas del mundo en su digestión o mediante la ingesta brutal de grillos cuyas granjas serán muchísimo menos eficientes que las de cerdos. La realidad es que nadie ha ligado el aumento de temperaturas unívocamente con la acción humana y nadie ha demostrado que este aumento de temperaturas sea mortal para el planeta, más bien al contrario. La desertización que venía hace unos años está olvidada por el momento, como botón de muestra.
No hay más paraíso que aquí y ahora. Vivimos el mejor momento de la Historia en todos los aspectos y también en cuanto a salud y posibilidades de supervivencia. Está en nuestra mano ser felices y disfrutar de ello. La vida no es perfecta y tiene mucho margen de mejora, es de Perogrullo. También es frágil y hay que cuidarla, pero añorar tiempos pasados no es nada de eso. Es simplemente ridículo. Ridículo y, cuando quien cae en la ensoñación tiene poder, peligroso. Cualquier tiempo pasado es peor cuando nos empeñamos en repetirlo sin haber aprendido nada de él.
Ilustración: HappyMidnight.