La Argentina es una nación fascinante, un país difícil de catalogar situado en el extremo sur del continente americano. En algo más de 200 años de existencia, forjó su propia identidad, la “argentinidad”: un conglomerado de usos y costumbres que dieron lugar también a la creación de sus mitos fundacionales llenos de contrastes, pero sobre todo marcados de orgullo y pasión extrema. Argentina es la Pampa, el gaucho, las vacas, el asado, el mate… También la libertad, la gesta de la independencia, unitarios y federales -como guelfos y gibelinos transatlánticos-, conservadores, radicales, Perón, Evita, “gorilas”, “milicos”, dictadura militar, democracia, Boca, River, Borges, Cortázar, Gardel, Piazzolla, Fangio, Maradona, Videla, Alfonsín, Menem, Nestor, Cristina… Argentina no tiene término medio, es un tango feroz que devora a quién se cruza en su camino. Argentina es también imprevisible y cuando nadie lo esperaba, parió a Milei.
Javier Milei ha sido la sorpresa en las elecciones Primarias Abiertas Obligatorias y Simultáneas (PASO), al ser el precandidato más votado para la elección presidencial del próximo 22 octubre. Ninguna encuesta previó el resultado del único candidato de La Libertad Avanza con más del 30% de los votos, por delante los candidatos del macrismo de Juntos por el Cambio y los del kirchnerismo de Unión por la Patria. El nacimiento de Milei en la política argentina marca un antes y un después que rompe la hegemonía del peronismo en sus diversas mutaciones y que pone frente al espejo las contradicciones de la oposición meliflua del macrismo.
El día después de su triunfo electoral, el periodista Marcelo Bonelli le preguntó a bocajarro a Javier Milei en directo en la televisión argentina: “¿Usted es un loco?”. Milei, muy tranquilamente lo mira y responde: “La diferencia entre un genio y un loco es el éxito”
Conocido como “el Peluca” o “el León” por su melena frondosa y despeinada, Javier Milei es un fenómeno de masas, un líder carismático, un personaje de la política sin complejo ni moderación. No tiene pelos en la lengua, dice lo que otros no se atreven por “incorrecto”. Su imagen y sus gestos son inconfundibles: sus selfies y fotos mirando a cámara en picado, morritos con ambos puños con pulgares alzados enfrentados en forma de “L” ya son su marca registrada. Milei es lo que llaman un “outsider” con un estilo cercano a un Donald Trump o Jair Bolsonaro, un “populista de derechas”, un populista “bueno” que se expresa como la gente común, que no vende utopías disparatadas, sino que ofrece realizar lo que millones de argentinos desean, es decir, vivir en paz, trabajar, prosperar, dejar un país mejor para sus hijos, y acabar con el circulo vicioso de decadencia, miseria, corrupción y violencia en la que está inmersa desde hace décadas. Milei ofrece la esperanza de que Argentina vuelva a ser grande otra vez. Milei es un populista, no un demagogo.
Milei se define como libertario, anarcocapitalista y minarquista, adjetivos que la mayoría de sus votantes y seguidores seguramente desconocen su significado. Da igual, las categorías son lo de menos, Javier Milei ofrece acabar con la “casta” política que llevó al país al desastre. Sus votos provienen también de gran parte de los más de 6 millones que perdió la izquierda kirchnerista. Los pobres y los marginados también han optado por dejar de serlo apostando por la vuelta a la normalidad. El resultado en las primarias es una señal del rechazo a la inseguridad, la delincuencia, al crimen organizado, al narcotráfico que se hizo con la calle, a la corrupción, a la inflación que hace cada vez más pobre a los que menos tienen, al despropósito de las políticas en sintonía con la extrema izquierda del Grupo de Puebla, a la primacía de la ideología de género, al lenguaje inclusivo, al adoctrinamiento y al sectarismo sostenido a costa de subsidios por no trabajar a cambio del apoyo al modelo de los Kirchner. El voto a Milei no es un voto doctrinario al minarquismo, el anarcocapitalismo o el libertarismo, tampoco un voto de castigo, sino un voto de supervivencia de un país harto de que maten a inocentes para robarles un par de zapatillas o el teléfono móvil. El voto a Milei es el que dice basta a los malvados, inútiles y mentirosos que han dejado la Argentina en ruinas una vez más y que gozan de total impunidad.
Milei propone la dolarización de la economía y la abolición del Banco Central como eje para poner en marcha la economía. La izquierda peronista lo demoniza acusándolo de ultraderechista, agitando el miedo con el tópico de “la llegada del fascismo” y de la “abolición de los derechos fundamentales” (sic). Milei se ríe de la tontería y responde afirmando que “los únicos derechos reales a proteger son el derecho a la vida, la libertad y la propiedad”, y agrega “Hoy hay una degradación de los valores morales. La vida no vale nada, hoy hay un fuerte desprecio por la vida y para acabar con esto hay que ir a la raíz para acabar con el problema. Hay que cambiar por una nueva doctrina en la Argentina: el que las hace las paga”.
El actual peronismo mutado en socialismo, utiliza la idea de la “Justicia Social” como un precepto doctrinal pseudo religioso que usa como un instrumento demagógico corrompido que, plasmado en subsidios y prebendas repartidos entre los suyos, consigue lealtades a costa del esfuerzo de los argentinos que trabajan. Al respecto, Milei es claro y contundente, la llamada “Justicia Social” es “el trato desigual ante la ley, es un robo en una sociedad que se vuelve absolutamente violenta por este motivo”, y agrega: “hemos logrado construir esta alternativa que no sólo dará fin al kirchnerismo, sino que dará fin a la casta política “chorra”, parasitaria, que hunde a este país”.
Milei recuerda que Argentina en el año 1895 era el país más rico del mundo y que con la aplicación de políticas demagógicas y la corrupción, el país sufrió hiperinflaciones salvajes, el peso se devaluó hasta lo increíble llegando a quitarle 13 ceros a la moneda, alcanzando una inflación actual de más del 120%. Su triunfo electoral en prácticamente todo el país es “el cambio de época, el fin del modelo de la casta que nos deja con el 45% de pobres y el 10% de indigentes”. Y promete que, con el cambio de ciclo, “en 50 años la Argentina será una potencia mundial”.
Dicen que el Premio Nobel de Simon Kuznets una vez afirmó que “Hay cuatro clases de países: desarrollados, en vías de desarrollo, Japón, y Argentina”. La cita es apócrifa pero útil para intentar entender el drama argentino. Hay países que hacen bien las cosas, otros mal, y Japón, que después de la catástrofe tras la Segunda Guerra Mundial, haciéndolo bien, se convirtió en potencia económica. Argentina, por el contrario, de potencia económica, por hacerlo mal, pasó a ser un país pobre y miserable. Milei dice tener la fórmula para revertir este el proceso y millones de argentinos sin doctrina tienen esperanza de que así sea.
El día después de su triunfo electoral, el periodista Marcelo Bonelli le preguntó a bocajarro a Javier Milei en directo en la televisión argentina: “¿Usted es un loco?”. Milei, muy tranquilamente lo mira y responde: “La diferencia entre un genio y un loco es el éxito”. Ojalá que tenga mucho éxito y que la Argentina haya parido un genio, y que los locos sean solo un recuerdo más para una nación llena de pasión y contrastes.