Sobre el concepto de la historia es una de las obras capitales de la filosofía de la historia de corte marxista. Walter Benjamin la escribió teniendo muy presente el auge del fascismo, la quiebra de la democracia liberal y lo que él consideraba más importante: el triunfo de las ideas comunistas.

Publicidad

Frente a las visiones deterministas del comunismo que lo presentaban como un estadio inexorable en la degradación del sistema capitalista, Benjamin se dio pronto cuenta de que al ideal comunista no se llega a través de un proceso meramente causal en el que las contradicciones del capitalismo desembocan inexorablemente, a la manera de una ley natural, en el advenimiento de la sociedad comunista. La llegada del comunismo debe ser preparada conveniente, incluso profetizada a fin de lograr el mayor número posible de conversos a la causa. Benjamin, que era judío y estaba muy familiarizado con la tradición escatológica del judaísmo, dedica una buena parte de su libro, plagado de aforismo y metáforas rabínicas, a preparar la “parusía” comunista y a presentarla como la única salvación posible para una civilización, la capitalista, en trance de desaparición.

En su famosa tesis IX, titulada el ángel de la historia, Benjamin presenta un panorama desolador de la historia. Frente a la visión ingenua e ilustrada que presenta el avance de la historia como un proceso de mejora de la condición humana, Benjamin presenta la historia como “una sucesión de catástrofes que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas”. Benjamin hace uso de una célebre metáfora extraída del cuadro Angelus Novus de Paul Klee. En dicho cuadro aparece un ángel en pleno vuelo que tiene la particularidad de estar mirando hacia aquello que va dejando a su paso la historia. El ángel está horrorizado porque contempla el destrozo y la desolación que va dejando la historia en su marcha. Este ángel de la historia, aunque bien intencionado, no puede detenerse en su vuelo y reconfortar a los oprimidos de la historia. El ángel, que es metáfora del marxismo, tiene la capacidad de poder centrar su atención en momentos particulares del devenir histórico, algo que no ocurre en la visión optimista de la historia, que ve a ésta como un progreso hacia el infinito en la que los momentos de dolor cobran un sentido pleno cuando se entienden en un contexto más amplio de progreso.

La iniciativa privada de determinados empresarios y colectivos ciudadanos está siendo mucho más eficaz en la adquisición de material sanitario que las burocracias estatalizadas de un estado el autonómico, que triplica la burocracia y que por ende resulta mucho menos eficaz en la contención de la pandemia

Benjamin pretende con este aforismo indicar al marxismo cual es la manera en la que este tiene que hacer frente al relato capitalista del progreso. La idea es que el capitalismo es un sistema económico perverso que genera destrucción, muerte y sufrimiento a su paso. Un sufrimiento del que quizás no seamos conscientes pero del que el comunismo si puede advertirnos.

Con ocasión de la crisis sanitaria y del colapso económico que estamos viviendo vuelven a aflorar voces como la del filósofo esloveno Slavoj Zizek que nos advierten, a la manera del angelus novus de Klee, de que el capitalismo y la cultura que lo sustenta es el responsable último de la crisis global que estamos viviendo. Tampoco faltan voces desde la izquierda española, como la de Santiago Alba Rico, que apuntan en la misma dirección. El llamado neoliberalismo, basado en la cultura individualista y en la sospecha hacia lo público, habría debilitado las estructuras estatales hasta el punto de dejar inerme a buena parte de la población frente a peligros existenciales como las pandemias o los desastres naturales. Más aun para estos voceros, neobenjaminianos, la solución a los males de la humanidad debería ir más allá de la lucha sanitaria y económica contra la pandemia y sus efectos. La sociedad, a escala global, debería abjurar del capitalismo y de sus valores para abrazar el ideal del comunismo. Según estos autores el comunismo es más humano porque antepone la vida y sus necesidades a los abstractos intereses del mercado, y convierte al estado en un instrumento de lucha contra la desigualdad. Por lo tanto, más Estado y menos mercado es el remedio que necesitamos si no queremos que los desastres naturales, las pandemias y la lógica egoísta del mercado acaben con la especie humana.

Para empezar la visión de Zizek y de los defensores del comunismo, como tabla de salvación frente a las contingencias de la existencia, obvian algo elemental. Las catástrofes naturales, las epidemias y las crisis económicas son casi tan antiguas como la propia humanidad, preceden no sólo a la existencia del propio capitalismo sino incluso a la existencia de las propias ideas socialistas. La peste de Atenas en el siglo V tuvo un papel nada desdeñable en la pérdida de la guerra del Peloponeso por parte de la talasocracia ateniense. La peste bubónica diezmó notablemente la población europea en la baja Edad Media antes de abrir un periodo de gran florecimiento económico en el llamado renacimiento. Los desastres naturales, las plagas y las grandes catástrofes son eventos contigentes, nos acompañan desde siempre y no tienen que suponer necesariamente ningún preludio apocalíptico. Otra cosa distinta es que las grandes crisis sean el caldo de cultivo perfecto para el florecimiento de ideas apocalípticas y milenaristas. El capitalismo ha coexistido con   pandemias, como la célebre epidemia europea del cólera de 1830 y que sólo en Londres causó 30.000 muertes. De hecho, el propio Marx no otorgó virtualidad alguna a este tipo de sucesos en la desaparición del capitalismo. Su análisis de la crisis terminal del capitalismo fue siempre económico.

A pesar de ello la izquierda no deja de vincular liberalismo con crisis ecológica, y ahora recientemente con incapacidad para afrontar la pandemia. La cuestión que deberíamos plantearnos es la de sí un mayor estado es o no más eficiente en la gestión de una crisis sanitaria como la que estamos viviendo.

En las grandes crisis las estructuras estatales son sometidas a una mayor presión, afloran con mayor evidencia las rigideces derivadas de la burocracia, el cálculo del coste electoral de la crisis prevalece sobre los criterios técnico en la adopción de medidas y en general el ideal planificador muestra de una manera más palmaria su propia ineptitud. Si la planificación centralizada, propia del colectivismo, muestra sus limitaciones epistemológicas ya en condiciones ordinarias (el problema del cálculo económico en el socialismo), esto es mucho más claro en situaciones de mayor inestabilidad en la que las medidas deben ser tomadas con mayor celeridad, algo incompatible con los postulados del burocratismo socialista. La serie de Chernobyl lo muestra con palmaria claridad en alguno de sus episodios.

Precisamente el capitalismo bien entendido se basa en algo que es fundamental en una situación de contingencia y alarma: la cooperación espontánea. Esto es algo que intuitivamente estamos presenciando en estos días. La iniciativa privada de determinados empresarios y colectivos ciudadanos está siendo mucho más eficaz en la adquisición de material sanitario que las burocracias estatalizadas de un estado el autonómico, que triplica la burocracia y que por ende resulta mucho menos eficaz en la contención de la pandemia.

Otro aspecto que obvian los críticos del capitalismo es el tamaño de los estados involucrados en la gestión de la crisis. En muchos tienen un peso en las economías nacionales de más del 50 por ciento de su PIB. Hablar de Estado liberal en estos casos es cuando menos un chiste. Más bien lo que pone de manifiesto la crisis del coronavirus es la crisis del modelo socialdemócrata. Estructuras estatales comandadas por políticos que anteponen intereses ideológicos a criterios técnicos, infantilización de la población a la que se la ha hecho creer que la existencia está asegurada por el estado providencia y sobre todo la profunda crisis de valores del estado socialdemócrata para quien ciertos colectivos, como los ancianos en el caso holandés y español, no tienen dignidad y son considerados ciudadanos de segunda, cuya existencia es una rémora para el estado en tiempos de crisis.

Que defensores de la cleptocracia venezolana, incapaz de proveer servicios básicos como la electricidad y la alimentación a sus ciudadanos en tiempos ordinarios, hablen de las carencias del estado liberal es cuando menos desvergonzado. Otro ejemplo más de que la estulticia puede ser peor que la propia pandemia.


Por favor, lee esto

Disidentia es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticamente correctas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de ti, querido lector. Sólo tú, mediante el pequeño mecenazgo, puedes salvaguardar esa libertad para que en el panorama informativo existan medios nuevos, distintos, disidentes, como Disidentia, que abran el debate y promuevan una agenda de verdadero interés público.

Apoya a Disidentia, haz clic aquí