En el diálogo Parménides de Platón, una ya anciano y venerable Parménides de Elea plantea a un bisoño Sócrates una serie de objeciones que el filósofo de Elea encuentra a la curiosa teoría de las ideas que el filósofo ateniense plantea como explicación del mundo. La principal crítica radica en que afirmar la existencia de formas o ideas, entendidas como modelos o arquetipos de las cosas sensibles, supone una duplicación de la realidad que deja sin explicar cómo las ideas conforman las cosas materiales de verdad.

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El pasado 1 de noviembre tenía lugar el primero de los debates electorales previstos para esta versión reducida de campaña electoral que va a culminar con la celebración de elecciones el próximo 10 de noviembre.  El pasado viernes era el turno de los portavoces parlamentarios de las principales fuerzas políticas que concurren a estas elecciones. Uno de los momentos estelares del debate vino de la mano de la recuperación de una antigua polémica que se vivió durante la pasada campaña electoral del pasado 28 de abril. En aquel momento Cayetana Álvarez de Toledo, portavoz parlamentaria del Partido Popular, se mostró crítica con la pretensión del PSOE de acometer una reforma del código penal que tipificase como violación cualquier encuentro sexual en el que no mediase un consentimiento expreso por parte de ambos intervinientes. La diputada popular se encontró en los días posteriores a la celebración de aquel debate con una airada reacción mediática que la presentó como una defensora de la cultura patriarcal de la violación, cuando no la dibujó como una verdadera “traidora de género”.

El delito de Cayetana fue creer que estaba dialogando con personas de carne y hueso, no con inquisidores de lo políticamente correcto, o partidarios de ciertos lobbies que buscan sacar provecho de las enormes posibilidades crematísticas que pueden obtener de presionar a los poderes públicos para que controlen hasta el acto más íntimo del individuo, como es el de expresar su consentimiento de la manera y forma que mejor le venga en gana. Nuestros políticos, que seguramente viven en el planeta tierra, no desconocen un hecho bastante claro como es el de que generalmente el juego de la seducción se basa en el ocultamiento de las verdaderas intenciones por parte de los individuos que buscan seducir y ser seducidos. Por la propia naturaleza del acto, hay una tendencia al fingimiento y a la no expresión de las verdaderas intenciones. Incluso en el reino animal, tan admirado por nuestros políticos cada vez más proclives al animalismo, hay prevalimiento y fingimiento en la fase previa a la cópula sexual.

Más que un debate político la escena parecía un triste episodio de la inquisición calvinista donde nuestros políticos hacían las veces de miembros de la venerable compañía de pastores, inquisición de la calvinista Ginebra

Las relaciones sexuales, como otros muchos tipos de relaciones humanas, no son puras transacciones o contratos respecto de las cuales haya que dejar constancia expresa y por escrito de la voluntad inequívoca de las partes  de tomar parte en ellas. Se presume que salvo manifestación expresa e inequívoca de no querer tener una relación íntima, el silencio cuenta como indicio de la aprobación de la misma. Así ha sido desde el comienzo de los tiempos, y hasta que llegó el feminismo culturalista tan dado a ver sesgos patriarcales en todos y cada uno de los elementos culturales de los que nos hemos provisto evolutivamente. Para la lógica reduccionista del feminismo estrecho imperante, la afirmación de esta obviedad equivale a dar carta blanca a comportamientos sexuales delictivos y altamente lesivos para las mujeres. Si a esto le sumamos la tendenciosa manipulación que el feminismo y sus terminales mediáticos hacen de cada luctuoso episodio de violencia contra alguna mujer, que se hace equiparar a una forma de violencia contra todas las mujeres en general, no es de extrañar que la postura, bastante juiciosa y de sentido común, de Cayetana Álvarez de Toledo fuera presentada como una inequívoca muestra de la falta de compromiso político de su opción política con la defensa de los derechos de las mujeres. Este tipo de argumentación es un ejemplo clásico de falacia argumentativa de equivocidad donde se utiliza deliberadamente la ambigüedad del lenguaje natural, para obtener una conclusión más favorable a las tesis de quien usa dicho argumento falaz.

En este caso se juega con el diverso sentido que otorgan unos y otros a la palabra consentimiento. Las feministas culturalistas afirman que en la violación no media consentimiento expreso luego es una conducta que vulnera derechos de las mujeres. Cayetana se muestra favorable a que las mujeres puedan mantener relaciones sexuales sin consentimiento expreso, luego Cayetana vulnera derechos de las mujeres al afirmar que caben relaciones sin consentimiento. Juegan con el diferente alcance que unos y otros otorgan a la palabra consentimiento. Cayetana expone que sólo una negativa clara y contundente puede significar una falta de consentimiento, mientras que las feministas culturalistas afirman que sólo un consentimiento expreso, claro e inequívoco puede hacerse pasar como suficiente para descartar un falta del mismo. Mientras que la postura de Cayetana responde más a la práctica y al sentido común de las prácticas sociales, el planteamiento de las feministas culturalistas lo que deja a las claras es que todo varón es en principio un presunto violador, salvo que medie una autorización expresa e inequívoca por parte de una mujer.

La célebre teoría del consentimiento expreso volvió a sobrevolar en el plató de RTVE cuando prácticamente todos los políticos allí presentes, salvo algunas honrosas excepciones, se apuntaron al carro de la tautología del si es si, para intentar sacar rédito electoral de un asunto tan demagógicamente explotado por ciertos políticos y medios de comunicación. Por turnos cada uno de los representantes políticos de las fuerzas políticas que siguen la doctrina del sí es sí,  reclamaron a la contumaz hereje Cayetana que se retractase de su herejía. Más que un debate político la escena parecía un triste episodio de la inquisición calvinista donde nuestros políticos hacían las veces de miembros de la venerable compañía de pastores, inquisición de la calvinista Ginebra.

No fue el único momento del debate electoral donde quedó absolutamente patente el divorcio ontológico que parece existir entre el mundo de los políticos, y el mundo de los ciudadanos. Mientras que el catastrofismo climático o la obsesión de nuestros políticos por procurarnos algo tan personal como es nuestra propia felicidad fueron asuntos que coparon un debate por momentos letárgico y soporífero. En cambio asuntos que sí pertenecen al mundo de los ciudadanos, como la inminente recesión o la ingente deuda pública que atesoran nuestras administraciones apenas tuvieron cabida, salvo en las breves intervenciones del representante de Vox Iván Espinosa de los Monteros, en un debate construido a la medida de las obtusas elaboraciones teóricas de ciertos grupos de presión que nuestros políticos aceptan acríticamente.

Al igual que en el Parménides el viejo filósofo eleata indica al bisoño Sócrates que su elaborada y meticulosa teoría de las ideas no explica nada real de lo que acontece en el mundo, en nuestros debates electorales ninguna de las tautológicas y meramente teóricas proclamas de nuestros representantes políticos tiene poco que ver con los problemas concretos y reales que cada día todos y cada uno de nosotros tenemos que afrontar, no sólo sin la ayuda de nuestros políticos, sino contra su decidida voluntad de hacernos la vida cada día un poco más compleja. Elaboraciones doctrinales tan sesudas como la diferencia entre feminismo y mujerismo, que esbozó la portavoz socialista Adriana Lastra,seguramente no llegan a la profundidad de la segunda navegación que plantea Platón en el Fedón, al presentar su teoria de las ideas. Sin embargo ambas comparten su inutilidad para explicar nuestra realidad cotidiana.

Foto: Garidy Sanders


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