El viernes, 2 de marzo, y el día siguiente, se celebró en Pontevedra un encuentro entre mujeres periodistas. No pude asistir y, en consecuencia, no he podido desvelar el motivo por el que las periodistas acuden en cuanto mujeres, y no sólo por su profesión. La prensa recoge algunas ideas, pero de algún modo no son suficientes para tanto misterio. Por ejemplo, en la crónica de Elena Larriba se recoge que “Ana I. Bernal Triviño puso el acento en el peligro de opinar siendo mujer, mostrando capturas del acoso machista, insultos y amenazas que sufren en las redes por expresar su criterio, incluso periodistas de relevancia como Ana Pastor o Julia Otero”. Debió de mostrar ejemplos en los que se les criticaba como mujeres y no como periodistas, pues de otro modo cualquier persona con una combinación mínima de inteligencia y ecuanimidad le haría ver que hay periodistas que son hombres y que reciben críticas muy aceradas.

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Con todo, uno de los problemas que abordó es del máximo interés, y de no ser por la hemiplejia moral, podríamos tirar del hilo que (nos cuenta Larribia) lanzaba a los asistentes: “Bernal dio datos que ponen de manifiesto que 1 de cada 5 mujeres periodistas sufrieron abuso en las redes que ocasionaron cambios de comportamiento, llegando en ocasiones a silenciar sus opiniones”. De nuevo, es imposible hacer una observación sobre el trabajo de los periodistas y pretender que sólo afecta a las mujeres. Una nueva raya en el agua.

Interesante, empero, porque sí hay mecanismos sutiles, pero efectivos, de silenciar a periodistas. O mecanismos que pueden ser utilizados para impedir a los periodistas hacer lo que (muchos de ellos no lo saben) es su trabajo: contar lo que acaece.

Por un lado, lo han firmado más de 7.000 mujeres. Por otro, el texto sugiere que habla en nombre de todas las periodistas, lo cual es eminentemente falso

Un grupo de profesionales ha promovido un manifiesto titulado Las periodistas paramos. Cae en un error muy típico de los periodistas, que es la falta de precisión. O la sinécdoque. Por un lado, lo han firmado más de 7.000 mujeres. Por otro, el texto sugiere que habla en nombre de todas las periodistas, lo cual es eminentemente falso. Que una parte hable en nombre de todos es un ardid propio de una comunidad de intereses, pero no de un buen periodista.

Hace referencia a problemas reales, pero que no encajan en la categoría mujer-periodista; o son de las mujeres, o son de los periodistas o de los trabajadores sin distinción de género. Por ejemplo, mencionan la brecha salarial, el techo de cristal o el acoso sexual, problemas que se referirían a las mujeres trabajadoras, no sólo a las periodistas. Hay precariedad laboral, que también se menciona, en todos los sectores y de nuevo para hombres como para mujeres. En definitiva, parece que el manifiesto ha buscado donde ha podido los problemas que afectan a las mujeresperiodistas, y resulta que son comunes y no les afecta sólo a ellas; han hecho ver lo contrario de lo que pretendían.

Hay más, mucho más en este manifiesto. Cristina Losada ha evidenciado lo abracadabrante que resulta ver a periodistas que tienen todo tipo de privilegios asumiendo este discurso. Por otro lado, uno de los siete puntos dice que debería haber más mujeres en las tertulias. ¿Están pensando en las más de 7.000 firmantes del manifiesto? ¿Hay sitio para todas ellas? ¿O las redactoras del manifiesto en nombres concretos para los pocos puestos que hay disponibles?

Quizás lo peor es que el manifiesto abre, mínimamente, una puerta a la policía del pensamiento

Compañeras, el problema es la libertad

Con todo, quizás lo peor es que el manifiesto abre, mínimamente, una puerta a la policía del pensamiento. Asume esa idea irracionalista, anti ilustrada, de que el pensamiento está determinado por la condición social. El principio de la razón es que ésta es accesible, bien que con mayor o menor facilidad, a todos los miembros de nuestra especie. El séptimo punto, y último, deja ver claramente que hombres y mujeres están condicionados en sus posiciones ante el mundo. Como si unos y otras tuviesen razones divergentes, o un acceso desigual a la capacidad de raciocinio.

Hay otra desigualdad que implica este manifiesto, y multitud de otras manifestaciones, y se refiere a la posición moral. Así como hombres y mujeres pensamos distinto por el hecho de serlo, nuestra condición también nos coloca en una posición de predadores y víctimas. Es una pretensión brutal, pues estipula la inferioridad moral de los hombres, o la superioridad de las mujeres, sin tener en cuenta el comportamiento. La posición moral de los hombres no se debe a nada de lo que haya hecho o dejado de hacer, ni nada de lo que haga le va a librar de ser un agresor.

Muchos hombres se sienten inseguros, inermes, o inútiles ante un feminismo en el que ellos no tienen ningún papel, más que el de culpables

La mayoría comparte el ideal ilustrado de la igualdad radical de las personas independientemente de su sexo, pero de nuevo nada de lo que hagan o piensen les va a eximir de su pecado original. Es como si tuviesen una maldición en sus huesos de la que no pudieran desprenderse más que con la vida. Por eso muchos hombres se sienten inseguros, inermes, o inútiles ante un feminismo en el que ellos no tienen ningún papel, más que el de culpables.

Estas dos desigualdades, la intelectual y la moral, son una tenaza que se puede convertir en un instrumento de censura, si la aprietan determinadas manos. No será, con toda seguridad, el caso del futuro Observatorio contra el acoso a mujeres periodistas. No lo será porque lo crea la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información que hasta el momento, y desde su inicio, ha hecho una labor muy necesaria y muy positiva en defensa de la libertad de expresión en España. Y porque sí ha habido casos muy concretos de acoso a periodistas, y el Observatorio puede de nuevo hacer un buen papel.

¿Aprecias nuestra civilización y te parece que, si se compara con otras, hasta resulta sobresaliente? Defiendes el heteropatriarcado y tu opinión no tiene lugar en esta sociedad

Pero la tenaza está ahí para poder utilizarla. Como se identifica al machismo con determinadas ideas, el feminismo es un instrumento de censura. ¿Defiendes la libre empresa? La competencia, como ha dicho la alcaldesa de Madrid, es un valor machista. ¿Aprecias nuestra civilización y te parece que, si se compara con otras, hasta resulta sobresaliente? Defiendes el heteropatriarcado y tu opinión no tiene lugar en esta sociedad. ¿Consideras que la diferencia, de media, en las remuneraciones entre hombres y mujeres, no se debe al machismo de los empresarios sino que son fruto de las decisiones voluntarias de los trabajadores? ¡Fuera! ¿Crees, en definitiva, que hay una igualdad radical, una igualdad moral entre hombres y mujeres, y que se debe respetar la libertad de todos sin distinción del sexo? Sólo buscas perpetuar el privilegio masculino. Y todas esas ideas deben quedar fuera del ejercicio periodístico. Por feminismo. Y porque, como ha dicho Carmen Calvo, en una democracia “el feminismo, como método para entender la realidad entre hombres y mujeres que tenemos circunstancias distintas, no es optativo. Es obligatorio en democracia». Es obligatorio, al final, cercenar determinadas opiniones. ¿No es ese un peligro para los periodistas? Recogiendo el hilo lanzado por Bernal Triviño: ¿Habrá quien quiera silenciar la voz de otros periodistas? En la España de hoy, la manifestación necesaria es para exigir la libertad del periodismo.

Afortunadamente para todos, y en particular para quienes creen que la condición de mujer en una periodista le supone enfrentarse a barreras que otros no tienen, o viene acompañado de una mayor cercanía a la verdad, o de una legitimidad privilegiada, vivimos en una sociedad en la que cualquiera puede crear un medio de comunicación. No una televisión, bien es cierto, pero sí una radio. O un periódico por Internet. Y en este sentido, al periodismo feminista por venir le espera un futuro esplendoroso.