La palabra que más me molesta cuando se habla de la invasión putinesca de Ucrania es conflicto, un término que supone por sí mismo una disculpa completamente inadecuada de los agresores. La vida está llena de conflictos, no se pueden evitar, pero eso, por fortuna, no nos lleva a invadir Ucrania, como la música de Wagner no autoriza a invadir Polonia, por muchas ganas que dé, según decía Woody Allen que ocurre.
La tendencia de algunos a colocarse más allá del bien y del mal, por encima de todos los enfrentamientos, es la otra cara de esa bendita ilusión que lleva a confundir cualquier historia con una justificación, a creer que podamos ser capaces de deducir lo que convenga a partir de unos imaginados fundamentos históricos. Esto supone, lisa y llanamente, ignorar la existencia de la libertad, y que, como escribió Hannah Arendt, confundamos el que se pueda iluminar el presente desde los acontecimientos del pasado con ser capaces de deducirlo o justificarlo a partir de él.
En España padecemos la rara enfermedad de que tanto buena parte de la derecha como la casi totalidad de la izquierda coinciden en ver en los EEUU de América del Norte al causante universal de todos los males
En estos aciagos días, hemos tenido que oír las solemnes peroratas de más de un idiota tratando de encajar la marcha de unos miles de tanques sobre tierras inocentes y extrañas en profusas explicaciones acerca del alma rusa, del equilibrio europeo o de lo que se supone las legítimas reclamaciones históricas de un viejo imperio que pereció hace ya más de un siglo.
Hemos debido soportar también muy variopintos alegatos acerca de lo que Putin percibe, como si fuese fácil estar en la cabeza de semejante sujeto y como si las percepciones de cualquiera le autorizasen a saltarse toda clase de reglas morales, como la de que está feo invadir países que no te han hecho nada. Al parecer, Putin percibe dos clases de cosas, que el desplome de la URSS fue una catástrofe, aunque a él y a sus oligarcas no les haya ido nada mal, y que no se siente muy seguro con unas fronteras que considera no están del todo sumisas a su santa voluntad.
Vayamos a lo de la URSS. Se cayó casi sola, por una razón fundamental, su enorme fracaso para procurar el progreso económico y el afecto de sus súbditos, que todavía hoy siguen sin creer que las vacunas que recomienda el Kremlin sean de fiar, y, además, por su notoria incapacidad para competir con sus rivales, también en el plano militar. Putin es de los que se ha encargado de que la Federación rusa no lo esté haciendo mucho mejor que bajo un control oficialmente comunista. Si cree que va a recuperar impulso con una invasión como la de Ucrania puede que esté tan loco como algunos sugieren. Cada día que pasa es más evidente que se ha metido en un charco bastante grande, tanto por la heroica resistencia de los ucranianos como por la universal condena que se está ganando. Bien mirado no me extraña nada que estuviese detrás de los genios del procés catalá, otro éxito extraordinario.
Lo de su percepción de inseguridad es otra disculpa bastante tonta. Es difícil que Ucrania, que traspasó a la Federación rusa su arsenal nuclear a cambio de un compromiso para respetar su integridad territorial, pueda servir de amenaza, salvo que se llene repentinamente de peligrosos y virulentos fascistas que es lo que dice el Kremlin que pasa. La disculpa es de broma, pero cuando se asume que la verdad es lo que dice el que manda se pierde cualquier atisbo de autocontrol y se deja de percibir la contradicción y cualquier liberadora ironía.
¿Qué puede importar lo que haya en las fronteras cuando se es una potencia atómica y se sabe que, si las cosas pintan mal, va a ser por completo imposible librarse de los pepinazos de cualquier submarino con ojivas nucleares? Putin no busca sentirse seguro, busca apoderarse de los recursos ucranianos, debilitar a Europa y demostrar que los gobiernos occidentales son tigres de papel, pero quiera Dios que haya cometido una equivocación fatal.
Los que están imbuidos del delirio de lucha contra el globalismo han sugerido que, una vez que Franco ya no está en el Valle de los Caídos, Rusia puede ser la verdadera reserva espiritual de Occidente, pero, al margen del disparate moral que supone, el argumento incurre en el error de confundir a la madre Rusia con el putinismo, esto es, incurrir en una petición de principio que es la que siempre emplean los nacionalistas. Rusia lleva más de un siglo muy perdida, pero no será Putin quien la devuelva al camino de la virtud y el éxito, a no ser que por tal se pueda tener vivir bajo un régimen de terror en el que sugerir que esté habiendo una invasión de Ucrania te puede costar 15 años de cárcel y a ver quién es el juez valiente que se atreve a no imponer semejante condena. Rusia es la primera víctima de Putin y que a Putin le salga mal esta invasión cruel y cobarde es el mejor camino para que Rusia pueda intentar sacudirse la dictadura que la sujeta y la condena a la corrupción y la miseria.
La invasión de Ucrania no es una guerra, es un crimen, no hay otra justicia posible que la derrota y la retirada de los invasores. En España padecemos la rara enfermedad de que tanto buena parte de la derecha como la casi totalidad de la izquierda coinciden en ver en los EEUU de América del Norte al causante universal de todos los males y se afanan en denunciar que los agentes del mal están chinchando al pobre Putin de forma tal que el bueno de Vladimir no ha tenido otra salida que defenderse invadiendo Ucrania para evitar males mayores.
Esa profunda necedad al reconocer lo evidente no ha afectado, de momento al menos, ni al Gobierno, con la excepción que todos padecemos, ni a casi nadie en la derecha, pero haría falta algo más, a saber, que supiésemos aprovechar la cruel lección para adquirir unas dosis de realismo, y empecemos a pensar que tenemos la responsabilidad de defendernos de posibles amenazas y que eso no puede hacerse sin unas Fuerzas Armadas bien dotadas, además de que, en segundo lugar, nuestra política energética debe dirigirse, antes que a salvar el planeta, a hacer que una carencia de energía suficiente no nos devuelva al hambre. Es realismo y valor lo que necesitamos, no paparruchas como la que lleva a ver un conflicto donde solo hay una salvaje invasión de un país que a nadie amenazaba.