Si algo está quedando de relieve en este año 2020 es profunda ineficacia de esta organización social y política que llamamos Estado. No importa cuán democrático o de derecho sea. A lo largo y ancho del planeta queda de manifiesto que una organización vertical y representativa, difícilmente puede atender los recados para la que fue creada hace unos pocos siglos. De hecho, podríamos calificar la ineficacia del sistema como asimétrica, puesto que para unos menesteres se afana con profusión, esmero e incluso con cierta eficiencia, mientras que para otros asuntos no han manera de hacer rodar la pelota burocrática. No se puede negar que todos los Estados son buenísimos recaudando y generalmente bastante torpes administrando lo recaudado, al menos en lo que a los usuarios finales de los servicios se refiere.
La pandemia ha dejado ejemplos espeluznantes en nuestro país. El ídolo de la sanidad pública ha sido derrotado a ojos de cualquier persona decente y pensante mientras cunde el desorden en los gobiernos, el nuestro nacional y también los autonómicos. Es evidente que para todo hay clases y para esto también, así que podemos encontrar muestras positivas de comportamiento frente a la pandemia, como Taiwán, y otros muchos gobiernos desastre a lo largo y ancho del planeta. Ahora andamos ocupados con la vuelta al cole, el caos que nos toca en estos días. Cuando un gobierno actúa de manera adecuada tendemos a pensar que se debe a la pericia de sus miembros olvidando generalmente que dicha pericia está encorsetada por unas leyes y una estructura de país, atada por una forma de organización del Estado, que condiciona en gran medida la actuación de cualquier ciudadano, sea gobernante, funcionario o raso.
Todos contamos en nuestras vidas, a poco adultos que seamos, con episodios en los que el exceso de celo de la administración nos ha provocado un perjuicio y, sin embargo, ese mismo celo ha desaparecido cuando se trataba de resarcirnos
Tengan por seguro que al absoluto desconocimiento del mercado internacional de mascarillas o test que demuestran nuestros gobernantes se unen como unos grilletes las absurdas páginas del BOE que glosan los procedimientos de actuación del funcionariado para adquirir un producto o servicio. Si algo se consigue con la legislación española es entorpecer cualquier actuación que haya de ser ágil y rápida. Lo que no consigue, en ningún caso, es eliminar la corrupción o la inseguridad jurídica, que es lo que se pretendía con tanto artículo.
Dentro de España tenemos mas ejemplos de que, por mucho que se hurten competencias a la sociedad civil, la alargada sombra del Estado alcanza muy poco si no es para recaudar. La tardanza con la que se desalojan las viviendas que han sido okupadas y se restituyen a sus legítimos propietarios, tiene mucho que ver con una legislación garantista y retrógrada, procedimentalmente anclada en tiempos pretéritos que eterniza los procesos judiciales. No es el único delito que se beneficia de esto. La administración, el propio Estado, se aprovecha de estas circunstancias y disuade al ciudadano de ejercer sus derechos frente a la burocracia o frente a funcionarios abusones, dilatando los procedimientos en el tiempo.
En ocasiones, es el mercado el que suple al Estado, con empresas que realizan de forma eficaz y ajustándose a ley las funciones que en teoría deberían ser provistas por él. Pese a que se nos roba coactivamente la mitad o más del fruto de nuestro trabajo, necesitamos empresas que desokupen porque el gobierno no es capaz de hacerlo, atrapado en la propia maraña que el mencionado gobierno y sus antecesores han creado. En este caso, además, tampoco existe una excesiva voluntad de restitución de la propiedad privada por quienes se sientan hoy en el Consejo de Ministros, por lo que el contribuyente se queda doblemente desamparado. No obstante, ante la lentitud de la actuación del aparato estatal en ocasiones solo nos queda la paciencia y la resignación, esperando que algún juez se apiade de nosotros antes de que hayamos muerto. Eso de que la policía nunca está cuando se la necesita no es cosa de las películas únicamente.
Llevamos también varios meses observando como los antifascistas, que tienen por costumbre comportarse como fascistas de primera, son contestados por individuos o grupos de estos sin esperar a unas fuerzas del orden que no llegan o no alcanzan a abarcar suficiente. Las reyertas callejeras o el saqueo generalizado se producen desde hace meses con la excusa de que las vidas negras importan. En Estados Unidos, donde es una seña de identidad la autodefensa, se da por supuesto que el gobierno, el estatal o el federal, no da para todo y los ciudadanos salen a la calle, portando armas a defender sus propiedades o las de sus vecinos.
Todos contamos en nuestras vidas, a poco adultos que seamos, con episodios en los que el exceso de celo de la administración nos ha provocado un perjuicio y, sin embargo, ese mismo celo ha desaparecido cuando se trataba de resarcirnos. La sombra, por así decirlo, del Estado solo sirve para mantenerse fresco a sí mismo, dejando a los ciudadanos de a pie quemándonos al sol, sin protección alguna.
En breve serán las prestaciones económicas que se implantaron derivadas de la crisis económica y materializadas en el retraso en el pago de los ERTEs o directamente en el impago del Ingreso Mínimo Vital, que se anunció a bombo y platillo. No cabe duda de que cuanto más socialista es un Estado, más dejación de funciones asimétricamente hace. En cualquier caso, no solo se trata personas si no también de organización y estructura. No olviden que instituciones como la educación o la enseñanza no nacieron necesariamente por obra y gracia del Estado, si no que un brazo redactor del BOE de la época se las apropió para el rey. Es más, en lugares donde el Estado no existe o no quiere aparecer, organizaciones de todo tipo, religiosas o no, prestan servicios sanitarios, educativos y otros. La solidaridad no es en absoluto patrimonio de la cosa pública.
El Estado no llega a todo, ni mucho menos, pero si algo interesa a quienes gobiernan, tendrá todo su apoyo. Interesa recaudar y que haya dinero suficiente para mantener el monopolio de la violencia y con él, el monopolio de la recaudación y de ciertos servicios. Tampoco puede quedarse sin caja el servicio de propaganda, ya sea este público o untado. El resto se reparte en la compra de votos, chiringuito mediante y todo lo demás, que son asuntos mucho menores.
Foto: Patrick Langwallner