Las abundantes precipitaciones que nos han traído los últimos meses en España han vuelto a poner de moda el caudal de río Ebro, desbordante, y el famoso Plan Hidrológico Nacional. No, no tengo una varita mágica ni una idea milagrosa que nos ayude a resolver el problema. En España recibimos del cielo, de media, unos 650 litros por metro cuadrado cada año (datos del Banco Mundial) lo que supone la friolera de 328 490 500 000 000 litros de agua al año en todo el país! O lo que es lo mismo: 328 kilómetros cúbicos de agua. Según el Instituto Nacional de Estadística, el consumo de agua en 2014 ascendió a 21,2 kilómetros cúbicos de los cuales 2,2 kilómetros cúbicos fueron para los hogares (132 litros por persona y día). Esta inmensa cantidad supone menos del 0,6% de la precipitación anual. Ese mismo año usamos para el riego en agricultura unos 15,1 kilómetros cúbicos de agua al año (apenas un 4,6% del agua caída). No parece que las cantidades quieran insinuar que estamos ante un problema… y sin embargo el problema existe.
El problema existe porque la distribución de la pluviosidad en nuestra geografía es rotundamente irregular. Basta con dar un vistazo a los mapas que nos ofrece el Ministerio de Fomento (concretamente, el Instituto Geográfico Nacional) para darnos cuenta de la magnitud del asunto:
Como les decía al comienzo, ignoro cuál debe ser la mejor solución al problema, pero creo que sí queda claro, a la luz de los datos, que no estamos sabiendo administrar un recurso abundantísimo, y que precisamente esa incapacidad nuestra -y sólo eso- es lo que lo convierte en un recurso escaso y costoso.
No estamos sabiendo administrar un recurso abundantísimo, y que precisamente esa incapacidad nuestra es lo que lo convierte en un recurso escaso y costoso
Lo primero que llama la atención viendo las cifras arriba citadas es lo lejos que nos encontramos de la mística postulada allá en el 2012 por los alarmistas del agua: “malgastamos el 70% de nuestro agua en la agricultura y la ganadería” (FAO) y que ha generado todos los mitos pseudocientíficos entorno a la “Global Water Footprint” o el “agua virtual”. Hablamos de la suma del agua utilizada por todos los humanos para la industria, los hogares y la agricultura, que según Hoekstra es de cerca de 10.000 km³. La agricultura, según él, necesita 7.400 km³ del total, alrededor del 70%. ¿Es éste un dato relevante? ¿Significa algo ese 70%?
En diciembre de 2010 el mismo Hoekstra junto con su colega Mekonnen publicaron un versión mejorada de los primeros cálculos de aquél, bajo el título “The Green, blue and grey water footprint of crops and derived crop products” que nos permite hacer un par de cálculos interesantes:
- Dicen que la cantidad total de agua de lluvia (agua verde) usada para todos los cultivos (excepto la fruta) se estima en 5775 km³. Esto supone el 5% del agua de lluvia caída– 110.000 km³ – sobre los continentes
- Dicen que la cantidad total de agua canalizada (agua azul) es de 888 km³. Es decir, el 0,8% del agua de lluvia caída.
- Dicen que la cantidad total de agua de deshecho (agua gris) es de 741 km³, apenas el 0,7%
La actividad agrícola y ganadera que se desarrolla en regiones pluviales ocupa aproximadamente 4.500 millones de hectáreas, mientras que la agricultura de regadío ocupa apenas 0,25 mil millones de hectáreas
Podemos hacer la suma, y obtenemos que en todo el mundo la agricultura usa 7.404 km³ de agua (no importa el tipo) lo que supone un 6,7% del agua que precipita en esas regiones. Ya vemos que no es el 70% del recurso disponible, como muchos parecen pensar. Además, encontramos que la actividad agrícola y ganadera que se desarrolla en regiones pluviales ocupa aproximadamente 4.500 millones de hectáreas, mientras que la agricultura de regadío ocupa apenas 0,25 mil millones de hectáreas.
Para aclarar el problema del agua en la agricultura, les invito a comparar los orígenes del agua para el cultivo de trigo en Europa y Oriente Medio. En las regiones típicas de cultivo de trigo, los rendimientos de las plantaciones dependen directamente de la precipitación: se produce 1 kilo de trigo por metro cúbico de precipitación (= 1000 litros). Por lo tanto, en la lluviosa Irlanda, donde cae un metro cúbico de precipitación por metro cuadrado, se cosecha 1 kg de trigo por metro cuadrado. Eso son 10 toneladas de trigo por hectárea (1 ha = 10,000 m2). En Francia, donde caen aproximadamente 7,000 m3 de lluvia por hectárea en las regiones de cereal, los rendimientos son de alrededor de 7 toneladas y en el norte de España de unas 6 toneladas por hectárea.
A un agricultor europeo los entre 6.000 y 10.000 m³ de lluvia anuales por hectárea no le cuestan nada. Un agricultor de trigo en Oriente Medio se encuentra en el otro extremo: tiene que gastar entre $ 7,000 a $ 20,000 por hectárea en un sistema de riego y añadir alrededor de $ 0,9 por m³ de agua de riego desalinizada si su gobierno no se la proporciona gratis. Y es precisamente por ello que países como Egipto importan trigo. 10 millones de toneladas al año. Es más barato importar trigo que pretender producirlo en el propio país, con apenas una precipitación anual de 55 km³ y el Nilo como únicas fuentes de recurso “gratuito”.
La escasez del recurso agua se debe únicamente a la falta de previsión adaptativa de los sucesivos planes hidrológicos en España
El precio del trigo, esto es, el mercado, se ha encargado ya de asignar la producción de ciertos recursos a aquellas regiones en las que el coste es menor. Y hablamos de coste económico y de coste en términos de agua. ¿Significa esto que debemos abandonar la actividad agrícola de regadío en España? No, no necesariamente.
Los datos nos muestran que la escasez del recurso agua se debe únicamente a la falta de previsión adaptativa de los sucesivos planes hidrológicos en España. Podemos plantearnos si es realmente inteligente cultivar pimientos en regiones donde la pluviosidad está muy por debajo de la media nacional. Pero también podemos plantearnos si una buena red de vías de agua pudiera ser la mejor respuesta posible a los desequilibrios pluviales en la península. El coste de tal red de vía de agua es, sin duda, elevado en principio: no podemos olvidar que la nuestra es una tierra de compleja y difícil orografía. No cuesta lo mismo hacer un canal en la Heide alemana que hacerlo atravesando el Sistema Ibérico. Pero en el medio y largo plazo hubiera sido posible rentabilizar el gasto. Por otro lado, no dudo que los sistemas industriales de desalinización podrán ofrecer, en un futuro no muy lejano, agua a precios competitivos: la tecnología y la inventiva humanas de nuevo al rescate de un recurso natural “en peligro”.
Con 1.300 millones km³ de agua en los océanos, 40 millones km³ en reservorios de agua dulce y 110.000 km³ de agua de lluvia todos los años, el agua no es un bien escaso, ni un recurso en peligro
Lo que es innegable es que muchas regiones (países si lo quieren ver globalmente) tienen precipitaciones insuficientes para la producción de alimentos básicos. En lugar de desarrollar una costosa agricultura de regadío, estos alimentos se importan desde regiones lluviosas. Esto se evidencia mediante los gigantescos flujos comerciales mundiales de productos alimentarios.
Si lo que nos preocupa va más allá del Ebro y sus aguas “desperdiciadas en el mar”, no olvidemos que existen cientos de millones de hectáreas, suficientemente bendecidas con lluvia, disponibles en Canadá, Estados Unidos, Ucrania, Rusia, América del Sur y África, en su inmensa mayoría sin explotar. Con 1.300 millones km³ de agua en los océanos, 40 millones km³ en reservorios de agua dulce y 110.000 km³ de agua de lluvia todos los años, el agua no es un bien escaso, ni un recurso en peligro. El agua potable, adecuada para el consumo humano, ésa sí es un recurso escaso y mal distribuido. Como el arroz. O el trigo. Y es aquí donde, si de producir, transformar, asignar y distribuir recursos escasos se trata, debemos dar un vistazo al libre mercado como una de las mejores herramientas de que disponemos.
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