Con la indiscutible victoria de la coalición italiana de centro-derecha en septiembre de 2022, nos quedamos con una serie de pistas sobre la posibilidad de acabar con el icónico encuadre de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en “El gatopardo”, cuando afirma “cambiarlo todo para que todo siga igual. A menudo al abrirse con esperanza una nueva era política, lamentablemente, se vuelve a la frustración cuando los ciudadanos perciben que poco o nada se modifica respecto al status quo anterior.
El gobierno italiano se encuentra ante el desafío de restructurar la maquinaria administrativa del Estado y cambiar la gestión, pero también a los gestores enquistados y heredados de administraciones anteriores que son una rémora histórica de compromisos políticos partidistas. ¿Es posible remplazar estos cargos políticos por gestores cualificados? ¿Es posible acabar con la casta burocrática del Estado y remplazarla por cargos de mérito y capacitados? Responder a estas preguntas y resolver estos problemas también son algunos de de los desafíos para un gobierno conservador.
Las fuerzas políticas del amplio centro-derecha, sin perder sus identidades y sin renunciar a sus orígenes y principios, han logrado ponerse de acuerdo en un proyecto común y patriótico para llegar al poder
La clase dirigente proviene en gran medida de los partidos de izquierda o de matriz progresista: ocupa puestos claves, relevantes y con poder en administración pública y también en el ámbito de la cultura, la educación y la comunicación. Tal y como afirma el filósofo italiano Marcello Veneziani, un nuevo gobierno de centro-derecha que sea alternativo, que pretenda cambiar el rumbo marcado por la agenda de lo políticamente correcto y el pensamiento único totalitario del progresismo, no solo tiene el derecho sino la obligación de sustituir a esa clase dirigente, por respeto a la voluntad del pueblo, de los electores y, por tanto, de la mayoría del país que reclama un cambio.
Para afrontar el desafío de volver a recuperar el sentido común y la sensatez necesaria en la política, demandada por la ciudadanía marginada y silenciada por no aceptar o compartir los principios de esa casta dominante, hace falta voluntad y coraje para romper ese círculo vicioso y servil de la derecha que pretende agradar y ganar la simpatía de quienes nunca lo harán.
Cuando en una nación europea, como en este caso Italia, una coalición de fuerzas políticas opuestas a la izquierda llega al gobierno con plena legitimidad, debe elegir entre los mejores para ocupar los puestos de responsabilidad del Estado. Debe promover a los más capaces y demostrar con hechos que su coalición es una alternativa a la izquierda progresista. Esta opción amplia, que refleja, representa y contiene tanto a conservadores, liberales, soberanistas, patriotas y reformistas, y que tiene la posibilidad de gobernar, debe demostrar que es viable para la transformación que haga posible la necesaria continuidad histórica de la nación.
Las derechas deberían promover el mérito con acciones claras y concretas que apunten a la recuperación de la cultura del trabajo para alcanzar el desarrollo y el bien común en todos los ámbitos; es decir, que aspire a una auténtica transformación de la sociedad y que tenga como fin la recuperación y el mantenimiento del valor del esfuerzo, del sacrificio y la superación para conseguir los objetivos personales y que estén en armonía con los objetivos comunitarios. Las derechas debe ofrecer oportunidades a los capaces y merecedores, y debe fomentar el ascenso social entre los excluidos por las fracasadas políticas demagógicas de las élites de izquierdas. La clave de esa transformación es que no debe producirse sólo en el ámbito institucional y administrativo, sino también en el empresarial, laboral, educativo, artístico y cultural, y en la sociedad civil.
La promoción del mérito no tiene por qué estar reñida con la justicia social, sino todo lo contrario. El mérito como acción, como actitud que culmina en el derecho al reconocimiento, se traduce en poner a quienes pueden ofrecer lo mejor de sí mismos al servicio de todos en los lugares adecuados.
El gobierno Meloni ha tomado medidas en esta dirección, empezando por la conformación del Consejo de Ministros y con la elección de sus equipos de trabajo con personas capacitadas, con competencia y experiencia en las áreas ministeriales correspondientes. Italia puede ser testigo de ello para las democracias occidentales. En esta primera etapa de gobierno, en estos primeros cien días, se han tomado medidas valientes y acordes con los compromisos electorales a pesar de las dificultades económicas y sociales internas y externas en el marco de una compleja situación internacional.
Las fuerzas políticas del amplio centro-derecha, sin perder sus identidades y sin renunciar a sus orígenes y principios, han logrado ponerse de acuerdo en un proyecto común y patriótico para llegar al poder. Han dejado de lado sus diferencias y se han centrado en lo que comparten, en lo que tienen en común y en las necesidades y urgencias del pueblo italiano. Algunas de estas medidas han sido económicas, como el cumplimiento de las exigencias de los Fondos Europeos de Recuperación, fundamentales para la reactivación de las inversiones y la recuperación de la economía nacional, y la progresiva supresión del «Reddito di cittadinanza» (renta de ciudadanía), el polémico subsidio de desempleo promovido demagógicamente por la izquierda que no ha hecho más que desincentivar la necesaria cultura del trabajo y el esfuerzo. También cabe destacar la revisión del sistema fiscal destinada a apoyar a los sectores económicamente más desfavorecidos por la crisis, y el paulatino crecimiento económico reflejado en la subida de la bolsa, la bajada de la prima de riesgo junto con los favorables informes internacionales y las positivas previsiones del Banco de Italia.
De momento, y a pesar de las presiones de los poderes supranacionales, de la crisis económica y la coyuntura internacional general, el Gobierno italiano se ha mostrado valiente y decidido a la hora de transformar el país teniendo en cuenta estos principios meritocráticos que nunca debieron perderse.
La paradoja expuesta por Giuseppe Tomasi di Lampedusa de “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie” solo puede desarticularse con la toma de conciencia de las prioridades necesarias y la determinación meritocrática para que las cosas dejen de seguir como están, sin cambiar quienes somos en nuestra esencia. Y las derechas deberían empezar a tomar cuenta de ello.
Foto: Nenad Stojkovic.