Existe un hongo microscópico llamado “Boritrys cinerea” que produce la podredumbre de las uvas. Se encapricha con el grano, lo deshidrata en su última fase de maduración, justo cuando la película de uva es más sensible a la humedad y las lluvias. Dado que la acidez tarda más en concentrarse, se armoniza con el zumo restante, ofreciendo un aroma y un sabor excepcional. El ataque del hongo cambia el aspecto externo de las uvas, convertidas en pasas arrugadas y enmohecidas, pero por dentro altera la composición del mosto, que obtiene un concentrado de azúcares y acidez cuyo resultado es un delicioso vino blanco dulce de extraordinaria calidad.
La vista es el sentido dominante. Una decena de psicolingüistas y antropólogos del Instituto Max han recopilado pacientemente durante años conversaciones de hablantes de trece idiomas diferentes, entre ellos el español. Se muestra que la vista es el sentido más universal de todos. En las trece culturas analizadas, la vista es el sentido dominante. Las palabras y verbos relacionados con ver, mirar, observar, ojear, suponen más del sesenta por ciento de las palabras recogidas. En una hora de conversación en chino mandarino, aparecen setenta y dos usos de palabras relacionados con la vista. Explican los psicolingüistas que obedece a una específica arquitectura cerebral en la que casi el cincuenta por ciento del cerebro está dedicado al procesamiento visual.
No en balde, la vista garantizó la supervivencia de la evolución homínida. Asifa Majid, una de las integrantes del estudio manifiesta que existen más palabras referidas a la vista porque vemos más “incluso cuando parpadeamos, nuestra mente rellena los huecos”, mientras que solo se huele cuando se inspira y espira, y el sabor solo se aprecia cuando se come o se bebe.
El adanista permanece en su verdad, en el cómodo atajo y contexto de que lo bueno es lo nuevo, se considera portador de la antorcha que ilumina al mundo
Este sentido dominante de la vista vertebra la cultura occidental, la convivencia, la información, incluso el conocimiento se percibe por la vista. Sin embargo, mientras ustedes leen este artículo, su organismo está atento y recibe otros tipos de estímulos que flotan en el ambiente.
La vista en su contradictoria naturaleza domina nuestra percepción
La percepción visual permite la interpretación de los diferentes estímulos que recibimos mediante los sentidos. Una interpretación también potencialmente cautiva de las ilusiones ópticas, que han existido desde los orígenes del primate, como demuestra el ingenio de los artistas del Paleolítico que ya habían utilizado equívocamente las representaciones de un mamut o bisonte, según los detalles que se observaran. Pronto aprendieron que los resaltes de las cuevas eran un excelente recurso para ofrecer la sensación de volumen con sus primeros balbuceos artísticos.
Aristóteles observó que si mirabas una cascada y luego desplazabas tu vista a las rocas estáticas, éstas parecían moverse en la misma dirección que lo hacia el agua. Nos queda su consejo “podemos confiar en nuestros sentidos, pero ellos pueden ser engañados con facilidad”. Así lo entendió el arte que ha ofrecido alucinantes ilusiones ópticas como el célebre “Cesto de Fruta” de Arcimboldo, la calavera, con su mujer sentada en su tocador mirando su reflejo en el espejo de Allan Gilbert, y las abundantes imágenes de Dali o de Escher. Hoy encontramos criaturas que brotan de las aceras, o abismos y paisajes que emergen del asfalto o del cemento y los ladrillos de los edificios. Ilusiones ópticas que recuerdan el higiénico ejercicio mental de no confiar en nuestros sentidos.
En busca del atajo
Con el siglo XIX se empezó a estudiar las ilusiones ópticas de un modo sistemático y en profundidad, de sus resultados podemos destacar que nuestro cerebro es un depredador de atajos, aficionado a trabajar con el mínimo esfuerzo, de llegar velozmente a las conclusiones aunque tenga que dar un gran salto. La destreza en buscar atajos ha sido muy útil a lo largo de nuestra evolución para enviar de modo ultrarrápido las correspondientes alarmas a la amígdala, encargada de procesar emociones como el miedo, favoreciendo de este modo la supervivencia a lo largo de los siglos.
En la era de las prisas y de la gratificación inmediata, disponer de un potente motor capaz de ilusionar y atajar los estímulos, requiere una cierta atención para entender que el procesamiento crítico y razonado de nuestros estímulos no es algo innato, que se nos dé por añadidura, responde a un importante esfuerzo, dedicación, incluso obliga a significarnos frente a las tendencias y el pensamiento dominante. Un proceso de aprendizaje y de pensamiento que no solo surfea, como diría Baricco, también necesita interiorización y reflexión, algo bastante escaso.
El adanismo como ejercicio narcisista
Una célebre ilusión óptica es la “ventana de Ames”, que así se llamaba su creador, Adelvert Ames. Desarrolla un truco de perspectiva que provoca que algunas personas se vean más grandes que otras en un mismo escenario, algunos lectores recordarán “Wiky Wonka y la fábrica de chocolate” o quizás mejor “El señor de los anillos”. Es decir, la idea de una expectativa mental en el espectador es posible que afecte a la percepción real.
En una sociedad infantilizada, donde los adultos se quieren parecer a los jóvenes, los padres quieren ser amigos de sus hijos, y los profesores colegas de sus alumnos, en la que la adolescencia comienza un poco después de la primera comunión y continua varios años después que salen de la universidad, la necesidad de sentirse protagonista, de ser el “inventor” de algo, una lucha, un cambio, una revolución, una idea, de ser innovador y muy moderno es lo que entendemos por adanismo. Dicho de otro modo y según la RAE: “hábito de iniciar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercido anteriormente.”
Como resultado obtenemos una permanente originalidad con nuestros estudiantes que cuando acaban la carrera y emprenden su TFG (Trabajo Final de Grado), creen que han descubierto el Pacífico, hasta cualquier político que inventa la transparencia y la democracia, o el preparador de turno (llamémosle coach, que es lo que se impone), que vende la terapia más innovadora para el ataque de tecnoestrés que le puede agobiar. Un constante devenir de hallazgos, ideas, iniciativas, políticas, formas artísticas, cien, mil veces ensayadas y experimentadas, en muchos casos desestimadas, se presentan como una genialidad.
El adanista permanece en su verdad, en el cómodo atajo y contexto de que lo bueno es lo nuevo, se consideran los portadores de la antorcha que ilumina al mundo. Esta actitud crece y se reproduce en un escenario en que la vista impone una sociedad de la apariencia, en la que la amnesia es maquillada por sucesivas capas de modernidad. Mientras tanto la podredumbre noble, bonito nombre que llega casi al oxímoron, produce esos extraordinarios vinos, cuando un perverso hongo convierte la uva en lo feo, y a su vez, en un largo posgusto, que es posible interiorizar desde el conocimiento.
Foto: Jose A.Thompson