Es sabido que el estilo de vida actual dista mucho del estado de naturaleza de Rousseau. Cada vez las personas están más alejadas de todo aquello a lo que estaban biológicamente adaptadas. En las sociedades desarrolladas, esto contribuye a una mayor prevalencia de las enfermedades mentales. Son muchos los momentos en la historia humana, en que las enfermedades infecciosas supusieron una gran merma de la población, como en el caso de la peste negra. Una vez superadas estas enfermedades, surgieron las patologías crónicas, para más tarde dar paso a lo que algunos llaman la era de las enfermedades mentales. Según el Global Disease Burden, se estima que la prevalencia de las enfermedades mentales pasará del 10,5% de 1990, al 15% para el año 2020.
Los seres humanos padecemos un sinfín de enfermedades mentales asociadas a la proyección pasado-futuro. La capacidad de abstracción es, principalmente, lo que ocasiona un estrés crónico, al activar constantemente la llamada respuesta de alarma a corto plazo mediante nuestra proyección espacio temporal. Esta respuesta de alarma a corto plazo está diseñada para resolver un problema en un corto periodo de tiempo. Por esta razón, al anticipar situaciones de gran estrés en nuestra mente, se liberan catecolaminas (adrenalina y noradrenalina) que ponen en marcha la respuesta del sistema nervioso frente a la agresión.
De todas las enfermedades humanas, la depresión es la principal causa de discapacidad
La activación repetida de la alarma a corto plazo va a dar paso a una respuesta endocrina mantenida en el tiempo: la respuesta de alarma a largo plazo. Su principal mecanismo de actuación es el cortisol, la hormona del estrés. Esta hormona deprime al sistema inmunitario, aumentando el riesgo de enfermedades tumorales y autoinmunes; también disminuye la renovación del tejido gástrico, por lo que puede producir úlceras; aumenta la glucemia en sangre y produce insomnio, irritabilidad y euforia.
La respuesta de alarma a largo plazo, si se mantiene, va a producir una involución en el sistema límbico asociado a las emociones, y como consecuencia, aparece la depresión. De todas las enfermedades humanas, la depresión es la principal causa de discapacidad, entendida como años de vida perdidos por esta enfermedad (YLDs). Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales (DSM-5), la depresión comprende trastornos del sueño, tristeza incapacitante, ansiedad, autolesiones, aislamiento social, trastornos de la alimentación, adicciones, pérdida de memoria y capacidad cognitiva, entre muchas otras.
El silencio sobre el suicidio impide la detección precoz de la depresión y que el paciente reciba tratamiento
La cara más extrema de la depresión es el suicidio, cuyas muertes superan ampliamente a las defunciones por accidentes de tráfico. Esta silenciosa enfermedad, se cobró la vida de 3.602 personas en 2015, 10 suicidios al día, según el INE. Sin embargo, entre los medios de comunicación, parece haber un pacto de silencio. Si uno busca en el código ético de algún medio sobre qué se publica y qué no, encontrará que no se deben publicar casos de suicidio para evitar incentivarlo… a pesar de las recomendaciones de la comunidad de psiquiatras, que afirma que el silencio impide la detección precoz de la depresión y que el paciente reciba tratamiento psicológico y/o psiquiátrico. Según el código de los medios de comunicación, sólo se debe hablar de suicidio en caso de que lo cometan personajes famosos o criminales que, tras perpetrar un delito, optan por el suicidio para huir de toda responsabilidad.
El cambio de sistema de producción que tanto bienestar nos ha dado, también nos ha alejado del ambiente natural al que estamos biológicamente adaptados, y la prevalencia de la depresión ha aumentado significativamente en las últimas décadas. Una de las posibles causas es la mayor exposición a la luz durante la noche, con la consiguiente disminución de la secreción de melatonina. Esto explica que los trabajadores nocturnos tengan mayor riesgo de padecer trastornos depresivos respecto a los trabajadores diurnos. De ahí que algunos fármacos antidepresivos sean análogos sintéticos de la melatonina.
Una variante de la depresión con gran incidencia es la depresión estacional, por sus siglas en inglés SAD (Seasonal Affective Disorder). La depresión estacional condiciona el estado anímico de manera periódica durante los meses de otoño e invierno. Y constituye un gran problema de salud en los países nórdicos, aunque no exclusivamente en estos. La reducción de las horas de luz en los meses de invierno, o una alteración en la respuesta del sistema circadiano a la luz, podrían ser la causa de la depresión estacional. Por tanto, esta enfermedad sería consecuencia de la alteración de la ritmicidad circadiana y circanual. Así parecen indicarlo las observaciones realizadas en el reloj biológico de pacientes con depresión estacional, en los que se constataron respuestas tardías de este reloj frente a los estímulos lumínicos circadianos. También se considera que la luz pueda tener acciones neurotróficas, y que un déficit prolongado de la misma podría inducir una disminución de la síntesis de serotonina, que es la causa de la depresión.
En los países nórdicos, con un elevado individualismo promovido durante décadas por el Estado, se ha producido un efecto contrario al deseado: el aumento de la tristeza y la soledad
Pero el clima no es el único factor. En los países nórdicos, con un elevado individualismo promovido durante décadas por el Estado, se ha producido un efecto contrario al deseado: el aumento de la tristeza y la soledad. Lo que se traduce, por ejemplo, en que Suecia tenga un problema con el consumo de alcohol, y que se encuentre, según la OMS, muy por encima de España en el ranking de suicidios por cada 100.000 habitantes. Países como Alemania, también con un Estado de bienestar muy desarrollado, corren una suerte similar.
La era de la comunicación también ha acarreado multitud de problemas asociados al estrés a través de la sobreestimulación. Pasamos más de 6 horas al día mirando una pantalla y recibimos al día 3000 impactos publicitarios. Un caldo de cultivo perfecto para las enfermedades mentales, como los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) en jóvenes, especialmente la anorexia y la bulimia. Muchos autores apuntan a la influencia de la publicidad, los programas y las publicaciones comerciales, donde abundan los consejos para disminuir el apetito, disimular las imperfecciones faciales y “controlar los kilos de más”.
A pesar de todos estos nuevos desafíos, hay lugar para el optimismo. De hecho, se está produciendo un cambio de paradigma. Dentro del mundo empresarial, cada vez hay más formación en educación emocional y trabajo en equipo. Los directivos se han percatado de la importancia que tiene el bienestar de cada empleado en el entorno laboral, y cómo su estado anímico repercute directamente en su productividad e indirectamente en la de sus compañeros. Y cada vez es más habitual que las empresas contraten actividades al aire libre para sus trabajadores.
También el cambio en el diseño urbanístico de las grandes ciudades está suponiendo mejoras. Un ejemplo sería Sídney, cuyos espacios verdes se encuentran mejor repartidos que Nueva York, con un inmenso Central Park… sitiado por los rascacielos. El objetivo de repartir los espacios verdes es acercar la naturaleza al ciudadano medio y hacerla más accesible para practicar deportes al aire libre, pues se sabe que este tipo de actividad tiene efectos antidepresivos.
Las sociedades modernas están afrontando un cambio de paradigma. Estamos recuperando poco a poco nuestra naturaleza como seres humanos y, a la vez, aprendiendo a combinarla armónicamente con las grandes ciudades. Aún nos queda mucho por aprender. Ese será, posiblemente, uno de los grandes desafíos de la segunda mitad de este siglo.
Foto: Ryoji Iwata