¿De dónde viene la ideología woke? En Disidentia le hemos dedicado espacio a esta cuestión. Es un fenómeno tan presente, tan pegajoso, que es necesario entenderlo. Y el primer paso para hacerlo es, claro, conocer su historia.

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Richard Hanania, licenciado en Derecho por la Universidad de Chicago y doctorado en Políticas por UCLA, ha escrito una obra dedicada a conocer esa historia. El fruto de su esfuerzo se llama The Origins of Woke: Civil Rights Law, Corporate America and the Triunph of Identity Politics, publicado este año por Harper Collins.

Los fenómenos ideológicos tienen su propia fuerza, y permean una parte de la sociedad; en ocasiones, como es el caso, una parte muy importante de ella

Su estudio es interesante, porque no se remonta a la genealogía de las ideas, un ejercicio siempre peligroso aunque necesario, que habitualmente conduce a Herbert Marcuse, al postmodernismo y a la Escuela de Frankfurt. Su investigación le conduce a un hecho histórico particular, situado en un lugar y un momento precisos: los Estados Unidos en 1964. Nos lo dice ya desde el título: la Ley de Derechos Civiles (LDC), que se aprobó en ese año.

Hanania recurre a la teoría de la elección pública para alcanzar sus explicaciones. La teoría de la elección pública (public choice theory) es como se ha llamado a la perspectiva desarrollada sobre todo por James Buchanan y Gordon Tullock, según la cual los políticos y los burócratas son como el resto de los seres humanos. Y, en atención a ese hecho, en principio indiscutible, la escuela estudia su comportamiento utilizando las mismas herramientas que la ciencia económica ha utilizado para entender el comportamiento del resto de humanos.

Así, el investigador explica que la aprobación de la LDC creó una creciente burocracia, que fue a su vez creando nuevas regulaciones que segregaban la población estadounidense en razas y etnias, con objetivos políticos, por un lado, y de crecimiento de la propia Administración, por otro. En definitiva, se trata de que un grupo organizado que controla una parte de la Administración, se encuentra con una autopista (la LDC) por la que recorrer un camino hacia el crecimiento de la propia burocracia. El libro consiste en una explicación detallada de ese proceso.

Esta visión está en línea con la que expresó el mismo autor, Richard Hanania, en otra obra: Public Choice Theory and the Illusion of Grand Strategy. La historia habitual de la política exterior estadounidense es una combinación entre la descripción de los hechos y situaciones que condicionan o interesan a los responsables de las relaciones exteriores del país, junto con las ideas que informan o condicionan las decisiones políticas.

Pero en ese libro, Hanania dice que la idea de que la política exterior responde a “grandes estrategias” es un error. La explicación está apegada a los intereses particulares de los generales, del complejo militar-industrial del que hablaba el presidente Eisenhower, y de los burócratas y políticos de la Administración. ¿Y los intelectuales? Ahí están, para cubrir de ideas lo que no es más que el desnudo ejercicio del poder; el pillaje de los fondos públicos y el crecimiento del poder sobre la sociedad.

¿Qué es el fenómeno woke para Hanania? Nos ayuda Laurie Wastell:

Para Hanania, lo woke tiene tres pilares centrales. El primero es la creencia de que todas las disparidades son prueba ipso facto de discriminación. En segundo lugar, que ‘en aras de superar tales disparidades problemáticas, es necesario restringir el discurso’. Por último, ‘en aras de superar las disparidades y regular el discurso, se necesita una burocracia a tiempo completo para hacer cumplir el pensamiento y la acción correctos’.

Erik Kaufmann ha resumido de forma muy sucinta el núcleo del argumento de Hanania:

Una vez creadas las agencias de derechos civiles, como la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo (EEOC) y la Oficina de Cumplimiento de Contratos Federales (OFCCP), facultaron a los activistas burocráticos para asumir el control del proceso y emitir directrices. La necesidad de cumplir los nuevos dictados para evitar responsabilidades dio lugar a la multiplicación de las burocracias de la igualdad en todos los niveles de gobierno y en la mayoría de las grandes organizaciones. Los Tribunales Supremos progresistas de los años 60, 70 y 80 tomaron ejemplo de la práctica administrativa, creando un trinquete de restricciones que alimentó el crecimiento de las burocracias de cumplimiento. Cada paso se basaba en el anterior a medida que el sistema evolucionaba hacia el woke. Las leyes de derechos civiles protegían a quienes denunciaban discriminación, pero no a los falsamente acusados.

Por otro lado, la Ley de Derechos Civiles de 1991 permitió a los abogados plantear demandas colectivas contra las grandes compañías por discriminación racial. Era un negocio fenomenal, inventado por una ley concebida al margen de lo que es la verdadera discriminación.

El libro termina con una propuesta para disolver el fenómeno woke. Parece una pretensión demasiado ambiciosa, pero no carece de lógica. Puesto que el origen es legal y administrativo, habrá que cambiar las leyes y la propia Administración para retornar a una cierta cordura, y dejar para los extremistas la defensa de un racismo institucional.

Como la izquierda está entregada al fenómeno woke, Hanania no cree que pueda hacerlo, y por eso recurre a la derecha y al Partido Republicano. Recurrimos de nuevo a Kaufmann:

Una nueva administración republicana, afirma, debería modificar inmediatamente dos decretos (11246 y 11478) que prohíben la discriminación positiva en la contratación y los contratos federales. Debería dictar órdenes ejecutivas que definieran el impacto dispar como limitado a la discriminación intencionada. Deberían modificarse las normas de derechos civiles para limitar la definición de discriminación a los prejuicios a nivel individual, aboliendo el régimen de «discriminación estructural». Mientras tanto, el Título IV y el Título IX pueden utilizarse para ahogar la discriminación contra los blancos, los hombres y los asiáticos en las escuelas y universidades. Los activistas legales conservadores, añade Hanania, deberían presentar una demanda para anular el caso Griggs contra Duke Power, poniendo fin al impacto dispar.

Hay más modificaciones legales propuestas por Hanania, pero con estas nos hacemos una idea.

A mi parecer, el punto de vista de Hanania es correcto, pero no es suficiente. Lo woke es un fenómeno complejo, que tiene varias raíces y posee varias cabezas. No hay más que leer el imprescindible artículo de Javier Benegas sobre el monstruo sigiloso para comprobarlo.

Pero hay más. En general, el poder público utiliza instrumentos para crecer a costa de la sociedad, y luego se reviste de ideología para justificarse. Pero, por supuesto, la realidad es más compleja que esto. Y los fenómenos ideológicos tienen su propia fuerza, y permean una parte de la sociedad; en ocasiones, como es el caso, una parte muy importante de ella. De modo que, aunque el origen puede explicarse por la teoría de la elección pública, con base en un cambio legislativo, la reforma legal por sí sola no puede recoger todo el fenómeno woke.

Foto: Noah Buscher.

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