España, no hace demasiado, era un país de gente en general alegre, con problemas graves pero alegre. Hoy los problemas son los mismos pero la gente ya no se muestra alegre sino irritable y enfadada. Seguramente esa alegría popular no fuera una característica exclusivamente nuestra, pero qué duda cabe que, sea por nuestras playas o por la generosidad del Sol, que los centroeuropeos y nórdicos envidian, el desenfadado disfrute de la vida era aquí más notable que en otras latitudes. Decenas de millones de forasteros nos visitaban regularmente cada año no sólo para solazare sino también para participar de esa alegría…

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El final de la alegría 

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